Queridos hermanos y hermanas,

Leemos hoy en el evangelio como Jesús resucitado viene por primera vez en medio de los apóstoles. Los encuentra confundidos, asustados y llenos de dudas. Podríamos preguntarnos: ¿Por qué tantas dudas, por qué necesitan tanta evidencia de la resurrección de Jesús, ellos que vivieron con Jesús durante tres años? Los que presenciaron tantas señales y prodigios como Jesús hizo ante sus ojos. Especialmente cuando ya se sabía que Jesús se le había aparecido a Pedro, después de que se apareciera a aquellas mujeres santas. Los discípulos están confundidos y asustados, pensando que habían visto un fantasma, como nos lo relata el pasaje de hoy. Por lo tanto, los apóstoles no tienen una fe espontánea en la resurrección, y por eso ya podemos llegar a la primera conclusión: la resurrección no es producto de su imaginación.

Observemos ahora cómo Jesús les trata:

Jesús quiere convencer impetuosamente a sus amigos de que no es un fantasma sino el mismo de antes, aunque en un estado diferente. La prueba más fuerte de su identidad son sus llagas, una señal clara ”de que el Mesías habría que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día”.

El evangelista Lucas quiere confirmar de esta forma a sus lectores que el Cristo resucitado no es un fantasma. Jesús todavía está presente en su cuerpo a pesar de que su cuerpo haya sido transfigurado. Lucas señala que los discípulos no solo miran a Jesús, sino que también le tocan. Y Jesús, por otro lado, no solo habla y se deja tocar, sino que también come con ellos. Es decir,  Jesús hace todo lo posible para ayudar a los discípulos a creer. Fijaos cómo Jesús debe adaptarse a ellos, a su corazón inquieto: solo entonces el corazón de ellos se calmará. Jesús, por lo tanto, primero apacigua a sus discípulos.

Hermanos, una palabra importante de la Pascua es “la paz”. Ese es el saludo de Jesús – casi una firma de Cristo resucitado. Sabemos que con el saludo de la paz, Jesús está cerca. Jesús, lleno de bondad y comprensión, les trae la paz y gradualmente les abre los corazones finalmente, y también las mentes para que puedan entender las Escrituras y llegar a ser testigos de sus palabras.

En Jesús, se cumple todo lo que consta en la Ley, los Profetas y en otras escrituras. Los discípulos  apenas comienzan a darse cuenta de esto. Jesús les dice a los discípulos cuál será su tarea, y es que en su nombre vayan a predicar la conversión y el perdón de los pecados. El mensaje de Jesús alcanzaría así los confines de la tierra. Y los discípulos son testigos tanto del Cristo resucitado como de su Palabra.

Las apariciones de Cristo como Señor resucitado junto con el Espíritu Santo ante un pequeño número desanimado de peregrinos galileos en la Pascua en Jerusalén se transformará en un grupo de individuos de los más decidido que confiaban en su invencibilidad porque tenían una fuerte fe en Dios como escudo. Además, se podría decir que los apóstoles pasaron, de hecho tuvieron que pasar y experimentar algo como la iniciación de la muerte espiritual antes de que renacieran a una nueva vida espiritual, antes de que se convirtieran en los primeros misioneros del Evangelio.

Un nuevo espíritu ha envuelto a este grupo, expulsando el viejo miedo y temor, se han colocado unas bases nuevas, hubo un temblor espiritual de forma que todo lo hasta ahora sucedido pasó a ser cuestionado. Jesús, por su resurrección, propició un giro mundial sin precedentes en todos los campos. Aun hoy, no hemos sido capaces de ver todo el alcance de ese acontecimiento.

Si reflexionáramos y meditáramos el mensaje de Jesús en el tiempo actual, podríamos, nosotros los cristianos, llegar a entender lo siguiente: primero no dudar de él y recibir su paz, crecer en la fe leyendo la Sagrada Escritura y ser Sus testigos.

¿Cuántas veces dudamos, especialmente cuando lo tenemos difícil, que Jesús parece haberse ido, como si no estuviera ahí, como si no estuviera actuando en nosotros? Al igual que los discípulos, estamos confundidos y aterrorizados ante el dolor, el sufrimiento, las guerras, ante  este virus. Miramos sus brazos y sus pies en la cruz en nuestros hogares, y nos asustamos realmente al verlo. Él se nos muestra en la Eucaristía cada vez durante la misa. Se nos dirige a través de las lecturas y del Evangelio, pero no le entendemos. Aun así, Él no desiste de nosotros. Nos abre los ojos del corazón y de la mente. Si aceptamos ser suyos, nos convertimos en testigos vivos. Asumimos la responsabilidad de vivirlo y de dar testimonio de él a todas las naciones. Somos sus testigos por el bautismo y la confirmación.

Probablemente sabéis que la palabra mártir proviene de la palabra griega (martyr) que significa testigo. Es un mártir aquel que fue asesinado por su fe. O por su testimonio. Todos los apóstoles pasaron por la tortura, y con la excepción de Juan (que fue exiliado a la isla de Patmos), todos murieron como mártires.

¿Por qué? Porque no pudieron dejar de dar testimonio. Por eso mismo sabemos que su testimonio es veraz. Creíble. Auténtico. Porque nadie muere por algo que sabe no es verdad. ¿Quién pues expondría su vida por una mentira?

Cristo resucitado hoy les “abre” la mente para que conozcan las Escrituras. El signo decisivo de fe en la resurrección es el conocimiento de las Escrituras. Esto se refiere especialmente a los creyentes de hoy, a nosotros, para que la fe también se base en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Por medio de la Escritura, por su Palabra viva, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, todavía está presente en medio de nosotros.

Los discípulos vieron. Ellos hablaron con Jesús. Y comieron con él. Y eso repetidas veces. Después del Pentecostés, ya no estaban callados. Dieron testimonio y murieron por él. Por lo tanto, no hay duda acerca de su credibilidad. Incluso hoy, 2.000 años después, nosotros aceptamos su testimonio.

Ser testigo significa al mismo tiempo llevar la paz y la alegría de la Pascua, despertando así la esperanza en los corazones, en la victoria de la vida y, al mismo tiempo, revivir o despertar la fe y el amor.

No olvidemos que los apóstoles alentados por las palabras de Jesús hicieron maravillas como vemos en la primera lectura de hoy, dieron testimonio de él, pero su testimonio principal de Jesucristo lo dieron con a través de una vida llena de amor por el prójimo, incluso por el enemigo, hasta morir mártires por la fidelidad a ese gran amor a Dios.

Al celebrar la resurrección del Señor, podemos regocijarnos y escuchar con el corazón todas sus palabras de la vida.

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