Querido amigo/a recibe hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María:

En el mensaje de este mes, la Reina de la Paz nos invita nuevamente a recorrer un camino de transformación permanente en nuestro modo de pensar, sentir, hablar y obrar; en eso consiste el proceso de conversión por medio de la oración y del silencio, no sólo exterior sino también interior: “los invito a la conversión. Hijitos, este tiempo es para ustedes, tiempo de silencio y de oración”.

Si pudiésemos ver nuestra alma desde adentro, y como va cambiando cada vez que oramos, nos asombraríamos y no podríamos dejar de orar, incluso en medio de las actividades cotidianas. Por eso la Virgen nos asegura: “hijitos, día tras día sentirán la necesidad de orar más y su vida se volverá ordenada y responsable”.

 La oración transforma la cueva de nuestra alma en un palacio para Dios. Como dijo el Papa Francisco: “María es la que sabe transformar una cueva en la casa de Jesús, con un pocos trapos y una montaña de ternura; y es capaz también de hacer saltar a un niño en el seno de su madre; Ella es capaz de darnos la alegría de Jesús.  María es fundamentalmente Madre.  Cierto que María es Reina, pero sobre todo es Madre, porque lo engendra a Jesús y nos ayuda con la fuerza del Espíritu Santo a que Jesús nazca y crezca en nosotros, así que continuamente nos está dando vida. Es Madre de la Iglesia…”

Así como la Virgen María cada día limpiaba y ordenaba la casa de Nazaret -y lo mismo hacía José en el taller de la carpintería- la gracia de Dios nos ayuda a ordenar nuestros desórdenes interiores, y esto gradualmente comienza a irradiarse hacia nuestro exterior, trayendo orden y armonía en las relaciones familiares, en el trabajo, en la Iglesia y en todas los ambientes y dimensiones.

Este proceso de transformación y conversión permanente -cuando lo vivimos de la mano de María- se va realizando suave y progresivamente, pues entonces sentimos que no estamos solos en el gran desafío de la santidad, a la vez que somos sanados de cualquier herida de orfandad que cargamos desde nuestra historia personal. Esto queda bien reflejado a través de las siguientes palabras del querido Papa Francisco: “No tenemos derecho a tener psicología de huérfano; El cristiano no tiene derecho a ser huérfano, porque tenemos Madre”.

Una Madre que no solo nos da la vida, sino que nos educa en la fe.  Es distinto querer crecer en la fe sin la ayuda de María, es como querer crecer en una Iglesia orfanato. Una Iglesia sin María es una Iglesia orfanato.  Ella educa, nos hace crecer, nos acompaña y toca las conciencias.  Como sabe tocar las conciencias para el arrepentimiento, acompaña y ayuda.

Esto es lo que hace la Reina de la Paz en cada una de sus apariciones y con sus mensajes. En lo personal, yo pienso que en cada aparición Ella irradia el amor de Dios, que sana las heridas de orfandad, y acrecienta en nosotros el deseo de estar cada día un poco más cerca de Dios y de darlo a conocer a la mayor cantidad posible de personas: “sentirán la necesidad de estar más cerca de Dios; testimoniarán con amor su experiencia del encuentro con Él, la que compartirán con los demás”.

Mientras que con sus Mensajes, Ella nos educa -como dice el Papa Francisco- en la fe, pero de un modo tal que nuestros grupos de oración, cenáculos, comunidades y parroquias, no son una Iglesia orfanato, sino una Iglesia embellecida por la ternura de la Madre.

En este camino que vamos recorriendo nunca hemos estado solos, y jamás lo estaremos, pues María siempre ha cuidado de nosotros y continuará haciéndolo en cada instante de nuestra vida, hasta el momento en que venga a buscarnos para llevarnos con Ella y con Dios para toda la eternidad.

Yo pertenezco a una Congregación llamada Oblatos de la Virgen María, fundada en el Piamonte, en el año 1826 por el padre Pío Bruno Lanteri.

Su mamá falleció cuando él tenía cuatro años. Entonces su papá lo llevó a una Iglesia y lo consagró a la Virgen María diciéndole: “A partir de ahora Ella será tu madre”.

Esta presencia permanente de la Virgen María en la vida de Pío Bruno, le ayudará a no sentirse huérfano, a superar la tendencia propia de un temperamento melancólico, a descubrir su vocación sacerdotal, y le dará el impulso para fundar la Congregación inspirada en el amor que procede de la Virgen Santísima.

Cuando Pío Bruno -ya anciano- estaba próximo a partir de esta vida, sus últimas palabras fueron: “veo a Nuestra Señora que entra la habitación y que pone al Niño sobre mi pecho”.

Este hecho me recuerda otra reflexión del Papa Francisco acerca de María: “Una verdad muy grande es que una madre cuida a su hijo hasta el final y trata de salvarle la vida hasta el fin. De ahí la tesis de San Alfonso María de Ligorio, que un devoto de María no se condena.  Pero eso es al final, porque durante toda la vida ella sabe tocar la conciencia y acompaña, nos ayuda”.

Por lo tanto, que este mensaje de Nuestra Madre nos anime a orar cada día con mayor intensidad, fe y esperanza, con la certeza de que no estamos solos en el camino espiritual que hemos emprendido, y que -aún en el silencio-, el Espíritu Santo de Dios sigue transformando nuestra alma de una cueva a un palacio amado por el Rey que en el habita.

Me encomiendo a tus oraciones y le pido a nuestro Buen Dios que te bendiga, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Padre Gustavo E Jamut, omv

peregrinosenlafe@gmail.com

 

Nota: las citas del Papa Francisco, son de la Audiencia al Movimiento Católico Internacional de Schoenstatt 25/10/2014

 

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