“Queridos hijos, mi Corazón Inmaculado sangra al mirarlos a ustedes en el pecado y en hábitos pecaminosos. Los estoy llamando: regresen a Dios y a la oración para que sean felices en la Tierra. Dios los llama a través de mí para que sus corazones sean esperanza y alegría para todos los que están lejos. Que mi llamado sea un bálsamo para el alma y el corazón a fin de que glorifiquen a Dios Creador, que los ama y los llama a la eternidad. Hijitos, la vida es breve, aprovechen este tiempo para hacer el bien. Gracias por haber respondido a mi llamado.”

Al leer en el mensaje de este 25 de abril la frase “mi Corazón Inmaculado sangra”, recordé cuando era niño -con aproximadamente ocho años-, que en una oportunidad jugando a la guerra en un campo con unos amigos, recibí el golpe de un piedra en la frente y comencé a sangrar copiosamente. Entonces me asusté mucho -no porque me doliese demasiado-, sino por la gran cantidad de sangre que fluía de esa pequeña herida, y además porque sabía que durante ese tiempo tendría que haber estado estudiando en lugar de estar metido en medio de ese juego bélico con piedras.

Tal vez estas palabras de la Reina de la Paz me llevaron a evocar este recuerdo infantil, para que el niño interior que todos llevamos dentro, pueda comprender más profundamente, el dolor y el sufrimiento que nuestros pecados le ocasionan al Inmaculado Corazón de Nuestra Madre, al punto de hacerlo sangrar.

Son mis desobediencias y las tuyas, mis rebeldías y las de mis hermanos, las que hieren el Corazón de María, al punto de hacerlo sangrar de un modo incruento, aunque no por eso menos doloroso.

Ciertamente, cuando en este y en otros mensajes, la Reina de la Paz habla del corazón, lo hace en la misma línea o con el mismo sentido que en la Biblia, que no se refiere al órgano biológico que bombea la sangre en nuestro cuerpo, sino que se está refiriendo a la parte interna de una persona (1 Pedro 3:3-4), al hombre interior.

El corazón, pues, es quien es realmente la persona, lo más profundo y genuino de cada uno.

El año pasado -después de predicar un retiro en Palermo- fui a visitar el santuario de la Virgen de las Lágrimas en Siracusa, (Sicilia, Italia). Se trata de una figura del Corazón Inmaculado de María, de yeso con relieve, que colgaba encima del lecho matrimonial, y que en agosto del año 1953 derramó lágrimas durante cuatro días. Y este año, después de predicar en Guayaquil (Ecuador) los hermanos de allí nos llevaron para predicar, al Santuario Nacional “Blanca Estrella de Mar” en Olón, que es un templo con una estructura de barco que parece estar como colgando sobre un acantilado sobre el mar. Allí, el 11 de noviembre de 1960, la imagen de la Rosa Mística de la cripta lloró lágrimas de sangre durante 7 horas.

Estas y otras expresiones exteriores del dolor de Nuestra Madre que la llevaron a derramar lágrimas de sangre, no deben sorprendernos, ya que durante su vida en la tierra, el evangelista San Lucas nos recuerda que Ella guardaba todas las cosas en su corazón.[1]

Y sobre todo porque la Virgen Santísima entregó su corazón junto con el de Jesús en la cruz. Así se manifestó en el más alto grado el amor con que siempre vivió.

El corazón de Jesús sangró por la lanza del soldado, el corazón de María sangra por mis pecados, y por tus pecados, sangra por nuestros malos hábitos y durezas.
Volviendo a mi niñez, recuerdo que cuando yo recibí el golpe de la piedra, solo bastó un poco de agua oxigenada, una gasa y el abundante amor de mi madre para que la herida se cerrase y comenzase a cicatrizar.

En el caso del Corazón sangrante de María, debo preguntarme: ¿Cómo puedo ayudar a sanarlo?

Ella misma te da la respuesta en su Mensaje, por medio tres cosas que tú puedes hacer para que su Inmaculado Corazón deje de sangrar, cuando dice:

1. “Regresen a Dios y a la oración”.
2. “Que sus corazones sean esperanza y alegría para todos los que están lejos”
3. “Aprovechen este tiempo para hacer el bien”.

Lo más paradójico es que, cuando regresamos a Dios y a la oración, o cuando somos un puente de esperanza y alegría entre Dios y los que están lejos, y cuando aprovechamos el tiempo para hacer el bien, no somos nosotros quienes estaremos sanando y consolando el Corazón de la Gozpa, sino que los sanados y reconfortados seremos nosotros, ya que como ella misma afirma, su llamado (y nuestro “sí” a ese llamado) es un bálsamo para el alma y el corazón, para que seamos felices, ya desde ahora en la tierra.

Por lo tanto querido hermano o hermana, no posterguemos más la decisión de tomarnos “tiempos” para pedir a la Reina de la Paz que nos conceda una nueva efusión del Espíritu Santo, para que regresemos a la oración con mayor fe e intensidad, para que demos a conocer con esperanza y alegría el amor de Dios y los Mensajes de su Madre, y para decidirnos a aprovechar cada instante que podamos para hacer el bien.

Estando a punto de partir en peregrinación hacia Medjugorje, te llevo espiritualmente conmigo, y te pido que reces por mí y por los seminaristas que están conmigo, en la Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz.

Un fuerte abrazo y hasta el próximo encuentro que Dios y la Reina de la Paz nos permitan compartir.

P. Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María

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