Lo que sucede, cuando se arroja un pequeño guijarro o piedrecilla, a las aguas serenas y cristalinas de un lago, es que a partir del punto donde la piedra se sumerge, se forman ondas que se expanden hacia el exterior.

 

De manera similar sucede, cuando nos abrimos a la presencia del Espíritu Santo y a su acción en nosotros: Él que nos impulsa a orar con el corazón, y en esos momentos arroja a lo más profundo de nuestras almas, la paz que estamos necesitando; la cual nos libera de la inquietud, serena toda angustia, nos quita la ansiedad y el nerviosismo.

 

A partir de ese momento, la paz de Dios se adueña de todo nuestro ser, y nos capacita para llevar la paz a aquellos miembros de nuestras familias que no se encuentran bien, que están angustiados o que son esclavos del mal carácter.

 

Y así como los círculos en el agua, se expanden hacia las márgenes exteriores del lago, también nosotros irradiaremos la paz de Dios y de María en todos aquellos ambientes en los cuales tenemos que estar: lugares de trabajo, escuela o universidad, vecindario, parroquia o grupo de oración.

 

Aunque en realidad no seremos nosotros, sino el Espíritu Santo que -entre sus frutos-, nos llena hasta tal punto de su paz, que hace que rebalsemos y la derramemos también a otras personas.

 

Hay quienes contagian -a quienes les rodean- de una gripe o un resfriado; otros contagian a quienes están cerca con su mal humor.   Pero nosotros, en cambio, contagiaremos de paz esos lugares del mundo a los que Dios quiera llevarnos y a esas personas a las que el Señor nos envía.

 

Pero, ¿qué es la paz?, y ¿a qué se refiere la Biblia cuando habla de la paz, como fruto del Espíritu?

 

La palabra que Pablo utiliza para la paz como un don de Dios, es la palabra griega “eirene”. Esta palabra tiene el significado de: paz entre personas, armonía, concordia.

 

Esta paz, es más que una simple quietud o la ausencia de problemas en la vida. Ella ofrece, ciertamente, un ambiente de tranquilidad y sosiego, pero también incluye salud y bienestar espiritual, junto con la certeza de que se está en buena relación con Dios.

 

La persona que se llena de esta paz, no padece desbordes de ansiedad y angustia, porque aprende a abandonarse con confianza en la misericordia del Señor, y pone en las manos de Dios y de la Reina de la Paz, su vida y todas las circunstancias.

 

Esta paz de Dios, nos ayuda a reconocer que Él suplirá todo lo que nos falte, como nos recuerda san Pablo cuando nos dice: “Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.”  (Filipenses 4:9).

 

La Virgen Santísima no solo nos habla de paz, sino que ella misma, en su vida terrena, se nos presenta como modelo de paz, ya que supo confiar decididamente en Dios, de tal manera que podía descansar en Él, en medio de las tormentas de la vida.

 

Cuando nuestra vida se inunda de la presencia de Dios y de su amor, entonces sucede que, somos como las águilas, que vuelan sobre las montañas más elevadas sin cansarse, porque aprovechan las corrientes de aire.

 

Esta es la paz del Señor, que supera toda contrariedad y que, como dice San Pablo: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-7).

 

Debemos practicar el camino de la paz, comenzando con la única área que podemos afectar realmente: nuestros corazones; y hacerlo a través de los pequeños propósitos de cambio cotidianos. Y como añadidura, entonces seremos testigos de cómo el Espíritu Santo y María, irán irradiando esa paz a muchas personas en todos los ambientes.

 

Como ayudar a acrecentar la paz:

  • Examinándonos cada día para “ver” si hemos estado en paz con todos.
  • Si nos hemos apartado de conversaciones de queja, críticas o discusiones innecesarias.
  • Proponiéndonos ser personas que mantiene la calma y la serenidad en cualquier circunstancia que se presente.
  • Cuando otras personas se enojen, o tengan comportamientos faltos de caridad, debemos dialogar, orar, edificar, construir positivamente, y buscar los puntos de unión y acuerdo.

 

De este modo, Satanás tendrá cada vez menor poder en nosotros, en nuestras familias, comunidades y en el mundo, y nosotros estaremos avanzando decididamente en el camino que nos conduce a la santidad.

 

Te envío un fuerte abrazo y la Bendición sacerdotal, y te pido que reces por mí.

 

P.Gustavo E. Jamut

Oblato de la Virgen María

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