Queridos hermanos:
¡Reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!
En el cumpleaños de Mirjana, la Reina de la Paz le hace un regalo no solo a ella, sino también a cada uno de nosotros. Es el regalo de una nueva visita y del mensaje con el cual nuestra Madre nos invita a entrar en su escuela.
Entrar en la Escuela de María, es continuar incorporando en nuestras vidas lo que Ella nos transmite en cada mensaje; pero también ir implementando lo que Dios nos ha pedido a través de nuestros obispos en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe: que seamos “discípulos y misioneros de Jesucristo para que en él nuestros pueblos tengan vida” (Introducción).
En la Escuela de María, el auténtico discípulo es consciente que tiene que aprender continuamente, y trabajar en la propia conversión hasta el fin de la vida. Es en este sentido que nuestros pastores nos recuerdan que ser discípulos exige la actitud reflexiva y orante de quien anhela aprender: “aprendemos a ser discípulos que se alimentan de la Palabra: “Las ovejas le siguen porque conocen su voz” (Jn 10,4). Que la Palabra de Vida (cf. Jn 6,63), saboreada en la Lectura Orante y la celebración y vivencia del don de la Eucaristía, nos transformen y nos revelen la presencia viva del Resucitado que camina con nosotros y actúa en la historia” (Aparecida Intro 3).
En medio de las situaciones tan difíciles que se están viviendo en el mundo, la Virgen nos invita a mirar confiados a su Hijo Jesús, para recibir de él la fuerza, la fe y la esperanza que necesitamos, y de este modo asumir el gesto misionero de llevar la paz de Dios a cada grupo, parroquia y familia en nuestros barrios, ciudades y países: “Jesús invita a todos a participar de su misión. ¡Que nadie se quede de brazos cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras” (Aparecida Intro 4).
Lamentablemente son muchos los cristianos que ante las situaciones difíciles, caen en la tentación del temor, del desaliento y de la desesperanza. Sin embargo, Dios nos sigue diciendo a través de su Madre, que no debemos temer pues Jesús y su Madre no nos abandonan: “Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
Necesitamos abrir las puertas de nuestros corazones de par en par al Espíritu Santo para que cada corazón, cada grupo de oración, cada comunidad, cada servicio evangelizador, y cada familia sea como el cenáculo de Pentecostés donde el Espíritu Santo se pueda mover con libertad, alejando de nosotros toda oscuridad y atrayendo la luz que necesitamos.
En ocasiones esto no sucede porque hay ambiciones materiales desmedidas, o el afán por buscar puestos y lugares preminentes, lo cual impide que el Espíritu Santo se mueva con libertad en nuestros corazones, en nuestras vidas y en los integrantes de nuestras familias.
Tenemos una necesidad imperiosa, no sólo de rezarle a la Virgen María, sino también de contemplar sus virtudes y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a plasmarlas de verdad, especialmente con las virtudes de la humildad y de la caridad. De esa manera la paz de Dios que sobrepasa todo lo que podemos pensar o imaginar colmará nuestras vidas y esta paz se irradiará a nuestros países y al mundo entero.
Debemos recomenzar cada día este camino de discipulado misionero, que implica la “metanoia”, es decir el continuo cambio de mentalidad. Por lo cual nuestros pastores nos recuerdan que: “nos disponemos a emprender una nueva etapa de nuestro caminar pastoral declarándonos en misión permanente. Con el fuego del Espíritu vamos a inflamar de amor nuestro Continente: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8)” (Aparecida. Intro 4).
Lamentablemente hay muchas guerras en el mundo, hay demasiada violencia. Pero también me pregunto: ¿cómo puedo orar de manera creíble por la paz entre Ucrania y Rusia -o de otros puntos de conflicto en la tierra y en nuestros países- cuando no tengo paz en mi corazón, ni en mi lengua? ¿Cuándo en mis conversaciones con otras personas, en lugar de unir, genero división y grietas?
Nuestra Madre que nos dice: “los invito nuevamente a orar por aquellos hijos míos que no han conocido el amor de mi Hijo; que mi Hijo ilumine sus corazones con Su luz de amor y esperanza”. Por lo cual Ella espera que nos convirtamos cada vez más, trabajando profundamente la paz en nuestra mente, en nuestras emociones, en nuestras conversaciones y en las relaciones interpersonales. Entonces nuestra oración será poderosa y la luz de amor y esperanza se irradiará por el mundo entero.
Tomemos cada uno como un mandato, tanto el pedido de la Reina de la Paz en este mensaje, como también el llamado de nuestros pastores de América Latina y el Caribe: “Unidos a todo el pueblo orante, confiamos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, primera discípula y misionera al servicio de la vida, del amor y de la paz” (Aparecida Intro 5).
Pienso que sería una buena oportunidad que cada uno de nosotros finalizara la lectura de esta reflexión, rezando la oración que los obispos de América Latina y el Caribe nos han regalado en el encuentro en el santuario de Nuestra Señora de Aparecida, pidiendo por la paz no sólo para Rusia y Ucrania sino también en todos aquellos lugares donde hay violencia e inseguridad.
Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial:
Madre nuestra, protege la familia
brasileña y latinoamericana.
Ampara bajo tu manto protector
a los hijos de esta patria querida
que nos acoge.
Tú que eres la Abogada
ante tu Hijo Jesús,
da al pueblo brasileño paz constante
y prosperidad completa.
Concede a nuestros hermanos
de toda la geografía latinoamericana
un verdadero celo misionero
irradiador de fe y de esperanza.
Haz que tu llamada desde Fátima
para la conversión de los pecadores
se haga realidad
y transforme la vida
de nuestra sociedad.
Y tú,
que desde el santuario de Guadalupe
intercedes por el pueblo
del continente de la esperanza,
bendice sus tierras y sus hogares.
Amén.
Dios te bendiga.
Padre Gustavo E. Jamut, omv
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