Mensaje de la Reina de La Paz del 25 de febrero.

Queridos hijos, hoy los invito a vivir profundamente su fe y a que oren al Altísimo para que la fortalezca, de manera que los vientos y tempestades no la puedan quebrantar.

Que las raíces de su fe sean la oración y la esperanza en la vida eterna.

Y desde ahora, hijitos, trabajen en sí mismos en este tiempo de gracia en que Dios les concede la gracia para que, por medio de la renuncia y el llamado a la conversión, sean personas de clara y perseverante fe y esperanza.

Gracias por haber respondido a mi llamado.”

 

  • palabras claves

 

En el mensaje de este mes, la Reina de la Paz nos obsequia tres palabras claves, para el crecimiento de nuestra vida espiritual.  Ellas son:

 

  1. Profundamente
  2. Tempestades
  3. Raíces

 

Ahora vamos a tomarnos un tiempo, para permitir que estas tres palabras arrojen la luz que contienen, y que nos ayudarán a iluminar diversos aspectos de nuestras vidas.

 

Para ello, iremos reflexionando en estas palabras, en relación al contexto de la frase pronunciada por nuestra Madre, con el fin de que nosotros -sus pequeños hijos y alumnos-, continuemos formándonos en su escuela.

 

  1. Profundamente

Esta palabra nos impulsa a mirar y a preguntarnos en qué nivel de profundidad y entrega estamos viviendo la fe.

 

“Vivir profundamente su fe”, es lo contrario a vivirla de modo superficial y vacía.

 

Vivir la fe en profundidad, implica comprometerse totalmente con Dios y con la misión que él nos ha confiado a cada uno de nosotros.

 

En todos los aspectos de la vida, es muy importante tener profundidad; ser personas profundas que aprenden a ahondar en los aspectos esenciales de la vida, fuente de la verdadera sabiduría.

 

La profundidad es la capacidad que tenemos de conectar con nuestro ser interior, con nuestro yo más íntimo, guiados por el Espíritu Santo, a fin de desarrollar todo el potencial que Dios ha puesto en cada uno de nosotros.

 

Cuando yo era niño, aprendí a nadar en el Atlántico, en la ciudad de Mar del Plata, lo que me llevó a amar mucho el agua; y al poco tiempo descubrí que en la orilla, donde hay poca profundidad, las olas rompen con más fuerza y hacen mucho ruido.

 

Incluso me sorprendía al ver como algunas personas zarandeadas por la rompiente, rodaban como plumas llevadas por el viento.

 

Hoy al leer la invitación que nos hace la Gospa, para vivir la fe en profundidad, me pregunto si no sucede lo mismo con quienes viven la fe superficialmente.  Pueden ser personas a las que le sobran las palabras, y que aun no han sabido descubrir el valor del silencio y de la soledad positiva, como espacio para entrar al santuario de la propia alma y contemplar allí el rostro del Amado,

 

Quien nada mar adentro en el océano de la fe, las olas de las dificultades no le pasan por arriban, ni le arroyan, sino que al contrario lo elevan hasta lo más alto.

 

Quien navega mar adentro y dirige la barca de su vida a las aguas profundas de la fe, podrá ver recompensado sus esfuerzos, entrega, renuncias y sacrificios, por medio de una pesca milagrosa, tal como vemos en el Evangelio de Lucas 5:1-11, que le sucedió a Pedro.

 

Pero en cambio, quien quiere pescar en la orilla, solo estará perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a otros.

 

Por lo tanto, la primera pregunta qué debo hacerme es: ¿Qué pasos concretos estoy dando, para que mi fe sea cada día más profunda?

 

2.- La segunda palabra sobre la que te invito a reflexionar es “tempestades”.

 

Mi vida, tu vida, la vida de cada uno de nosotros ha pasado, puede estar atravesando y seguramente atravesará, por muchas tempestades.

 

Precisamente en los días previos al Mensaje del 25 de febrero, había estado cantando la canción que dice: “puedes tener, paz en las tormentas, fe y esperanza, cuando te parezca que no puedes seguir, aun con tu vida hecha pedazos, el Señor guiará tus pasos.  Puedes tener, paz en las tormentas…”.  La Reina de la Paz, con su pedagogía materna, nos enseña cómo enfrentar y afrontar las tempestades de la vida sin que la barca de nuestra alma naufrague.

 

Hay quienes por mantener la barca en aguas poco profundas en tiempos serenos, les sucede que cuando llega la tempestad, las olas de la adversidad la golpean contra los escollos y arrecifes de la incredulidad, de los propios miedos, heridas y miserias, haciendo que corra el riesgo de su fidelidad naufrague.

 

Por lo tanto, vemos como la primera palabra: “profundidad” está unida a esta segunda.  Solo quien lleve la barca de su matrimonio, de su familia, de la amistad, del trabajo, de su servicio en la Iglesia, a las aguas de una fe profunda, concreta y comprometida, podrá afrontar las tempestades de la vida, sin terminar en ruina y desastre.

 

¡Cuántas personas religiosas (laicos, sacerdotes, consagradas, etcétera) terminaron cometiendo grandes errores, a causa de mantenerse en una fe solo exterior, y no ir a lo esencial de la vocación cristiana y del llamado a la santidad que nos hace la Reina de la Paz!

 

Son personas que no solo ellas terminaron confundidas, sino que también hicieron naufragar a quienes los seguían y tal vez hasta endiosaban.

 

Por eso, a mi  me gustó mucho, haber oído decir a Mirjana, en más de una oportunidad: “recen por nosotros los videntes, porque somos humanos, y también nosotros podemos equivocarnos”.

 

A mi entender, un signo de que una persona está llevando su vida espiritual a aguas profundas, es cuando reconoce sincera y humildemente, que es falible, y que por lo tanto necesita de la oración y de la ayuda de los demás.  A partir de la conciencia de la propia fragilidad, pone toda su confianza en el Señor, y lleva adelante la tarea que el Señor le ha confiado, sin envanecerse por los elogios, ni desanimarse por las críticas.

 

Por lo tanto, la segunda palabra nos invita a meditar y a preguntarnos: ¿Cuál es mi actitud ante las tormentas de la vida? 

¿Vivo mi vida de católico desde la orilla, o por el contrario, estoy dispuesto a cortar las amarras (ataduras, apegos, desordenes) y navegar mar adentro?.

 

  1. Raíces.

 

Esta es la tercera, y última palabra del Mensaje sobre la cual te invito a meditar y a orar.

 

En realidad esta palabra, está unida estrechamente a las dos anteriores, pues si nuestra vida fuese un árbol, diríamos que necesita tener raíces que se hundan en la las entrañas de la tierra en profundidad, a fin de que “ate” firmemente al árbol al suelo, para evitar que cualquier viento o tempestad, nos arranque de donde se encuentra plantado.

 

En la actualidad, muchos católicos, en lugar de profundidad, lo que buscan es el sentir sensaciones de toda clase; hay gente a la que le gusta “probar” una cosa y otra para sentir nuevas sensaciones que nunca han experimentado.   Lo cual es un riesgo que lleva a que haya católicos que creen sinceramente en Jesús, y aman a la Reina de la Paz, pero que siguen atados por el reiki, la práctica de las constelaciones, la astrología, y mil inventos más con los que el movimiento de la nueva era, genera confusión entre los bautizados.

 

Por ello, un verdadero discípulo de Jesús y de María, hunde las raíces de la fe, solo en la tierra fértil de la Palabra de Dios, los sacramentos, las enseñanzas del Magisterio, la Tradición de la Iglesia y las enseñanzas de los santos.  De este modo el árbol de la fe cristiana se desarrollará alto, fuerte y sano, a tal punto que las tempestades de la vida no lo derribarán, aun cuando se desgaje un poco.

 

Por lo tanto, para ir finalizando, te invito a que la tercera palabra te impulse a preguntarte: ¿Las raíces de tu vida cristiana, en que tierra están ahondando? 

 

Te envío un fuerte abrazo en los Corazones de Jesus y de María, y te pido que ores por mí y por mi comunidad.  Gracias.

 

P. Gustavo E. Jamut, omv

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