Nuestra oración -que muchas veces se queda solo en el nivel racional e intelectual- necesita descender hasta el corazón. Y no me refiero al corazón como órgano físico, sino como centro de nuestra identidad más profunda.

El corazón en el sentido bíblico, es el espacio donde confluyen nuestro pasado, presente y futuro y todas las vivencias; por eso Nuestra Madre nos invita -una vez más- a la oración hecha con el corazón.

Pero en este mensaje, Nuestra Madre nos aclara que no es suficiente la oración personal, ya que también necesitamos de la oración comunitaria.

A mi entender, estas dos formas de oración son como tener dos piernas. Para poder avanzar nos afianzamos en una y extendemos la otra; y así lo hacemos sucesivamente para poder caminar, avanzar y llegar a la meta.

Si falta la oración personal o la oración comunitaria, entonces caminamos con una sola pierna, o avanzamos como en cámara lenta, y nos estancamos espiritualmente. De este modo se frena en nosotros el proceso de sanación, conversión y santificación.

La oración personal hecha con el corazón nutre la oración comunitaria; y a su vez, la oración en comunidad nos da fuerza para profundizar la intimidad personal con Dios, para así ser servidores perseverantes y alegres, haciendo las buenas obras a las que el Señor y la Virgen nos llaman.

En una oportunidad, un servidor de nuestra comunidad -después de haber participado en su grupo de oración- me dijo lo siguiente: “parece que en esta oportunidad los que participamos del grupo habíamos tenido poca oración personal durante la semana”.

Entonces yo le pregunté de dónde deducía esto; a lo cual él respondió que tenía la impresión de que la oración grupal en esa ocasión había carecido del impulso y de la fuerza del Espíritu Santo, y que él entendía que los participantes del grupo habían venido muy vacíos espiritualmente.

Otro punto que me parece importante es que debemos estar atentos para que los grupos de oración no se reduzcan a ser solo grupos de amigos.

Un sacerdote de mi comunidad suele decir que hay grupos que más que ser de oración son de socialización o de “lloración”. Conversan de cualquier cosa o se quejan de la situación del mundo, de la Iglesia o del país, en lugar de que el centro de su reunión sea la oración del corazón.

Tengamos presente que el objetivo principal de congregarse no es la socialización, si no la alabanza, la adoración a Dios y el dejarnos convertir por el Espíritu Santo.

Nuestra Madre nos dice “se exhortarán unos a otros al bien”; es decir que cuando en nuestros grupos de oración falta el orden que procede del Espíritu Santo, entonces comienza la impuntualidad, hay falta de constancia o superficialidad.

En esos caso debemos -humildemente y de buenos modos- exhortarnos unos a otros para corregir los desvíos que impiden que Dios sea el centro de nuestra oración y de nuestro servicio.

Recordemos que formar parte de una comunidad es un llamado del Señor y de nuestra Madre Reina de la Paz.

Debemos preguntarnos:

  • ¿Sirvo a Dios y a la Virgen Santísima como ellos merecen ser servidos? o ¿los sirvo “a mi manera”, siendo inconstante o negligente y procrastinando lo que Dios me está pidiendo hacer en su servicio y para bien de su pueblo?
  • ¿Soy en verdad las manos extendidas de la Gospa? o ¿tengo las manos paralizadas y como si estuviesen atadas por algunos periodos de tiempo?
  • Cuando surgen dificultades ¿desisto del bien que me había propuesto hacer y dejo la comunidad y el grupo por cualquier motivo?

Asimismo, a mi entender, otro distintivo de los verdaderos servidores de la Reina de la Paz es que se reconocen pecadores, necesitados de una conversión permanente y no sé creen mejor que los demás; por eso piden permanentemente la gracia de un corazón cada día más parecido al de la Virgen María, en el cual el Espíritu Santo se encuentre a gusto.

De este modo se cumple lo que anuncia la Reina de la Paz, cuando nos anima a que nos exhortemos unos a otros, siendo que también dice que por añadidura “crecerán en la alegría”.

De este modo Nuestra Madre nos da a entender que muchos de nosotros -incluidos sacerdotes, consagrados y laicos comprometidos en la Iglesia- estando cerca físicamente de todo lo propio del ámbito religioso, sin embargo podemos estar lejos espiritualmente del Corazón de Dios.

Por eso entrar en la escuela de María implica un volver continuamente a Dios; discerniendo cual es la voluntad del Señor, y reconvirtiendo frecuentemente nuestro modo de pensar, hablar, actuar; así como también desarrollando la capacidad de analizar serena y objetivamente las decisiones cotidianas.

Hoy pidamos a Nuestra Madre ser sanados de la “amnesia espiritual”, para no ser lectores olvidadizos de sus mensajes; sino que al leerlos nos tomemos el tiempo necesario para que sus mensajes pasen: de los ojos a la mente, de la mente al corazón, y que el corazón los palpite e impulse a todas las áreas de nuestra vida; que así sea.

Me despido de ti, pidiéndoles a Dios y a Nuestra Señora que te abracen y te bendigan abundantemente; a la vez que me encomiendo a tus oraciones junto a los hermanos/as de mi comunidad.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz

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