¡Queridos amigos: reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!

El católico que ama la vida, sabe ver cada momento del día y cada acontecimiento como un tiempo de gracia…

El católico que ama a Dios y que se deja amar por él, sabe aprovechar cada ocasión como un tiempo para alabarlo y ser agradecido con él siendo feliz, haciendo lo que le toca hacer lo mejor posible en todo momento y en todo lugar: cuando está solo, en su casa y con su familia, en su comunidad, en el ámbito laboral, y en cada lugar que se encuentra…

El católico que ama a sus hermanos, sabe hacer de cada ocasión un tiempo de misericordia para con los que le rodean…

Sin embargo, es necesario reconocer que no podemos ejercitar la misericordia con los demás, si antes no nos abrimos nosotros mismos a través de la oración a recibir la misericordia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

A esto se refiere el Papa Francisco cuando utiliza la expresión: “dejarse misericordear”.

Es una invitación a que las personas que viven llenas de culpas y de escrúpulos confíen en el perdón de Papá Dios, dejándose envolver por su amor y por la ternura de la Virgen María.

En ocasiones escucho con dolor a hermanos sacerdotes que en sus predicaciones, en lugar de motivar un sano arrepentimiento centrado en la Misericordia Divina, fomentan con sus homilías una culpabilidad negativa y enfermiza -que es una sutil tentación encubierta- pues lleva a que la persona esté más centrada en sí misma que en Dios, y que por lo tanto sea como un auto empantanado en el fango, que por más que acelera, su neumáticos siguen girando siempre en el mismo punto, sin lograr avanzar.

El Papa Francisco, cuando fue arzobispo de Buenos Aires, siempre nos insistía a los sacerdotes que fuésemos misericordiosos, y que además aprendiésemos a adaptarnos a la gente, que no sostuviésemos una moral ni unas prácticas eclesiales rígidas y deshumanizantes, que no complicáramos la vida de la gente con normas bajadas autoritariamente desde arriba.  Él solía repetir: “Nosotros estamos para dar al pueblo lo que el pueblo necesita”, es una convicción que expresó insistentemente. No es un populismo oportunista, sino la seguridad de que el Espíritu Santo actúa en el pueblo de Dios.

Por eso -a mi entender-, quienes entran en la escuela de María en Medjugorje, llegan a comprender que ella a través de sus mensajes nos invita a la conversión, y lo hace con una suavidad y una ternura que alimenta en nosotros el deseo de cambiar y de ser mejores para la alabanza y la glorificación de Dios y la extensión de su Reino.

Además, cuando Nuestra Madre en repetidos mensajes insiste sobre la importancia del “tiempo” yo lo entiendo en el sentido en que el Papa Francisco -cuando era arzobispo de Buenos Aires- tenía la premisa que: “El tiempo es superior al espacio”.

Según el parecer del Arzobispo de La Plata, monseñor Víctor Manuel Fernández, este “es un principio que le ha permitido al Papa trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos, y soportando con paciencia situaciones difíciles y adversas. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, dando prioridad al tiempo. Darle prioridad al espacio llevaría a enloquecerse procurando tener todo resuelto en el presente, intentando tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de “iniciar procesos más que poseer espacios”. Se trata entonces de priorizar las acciones que generan procesos, y por eso mismo involucran a otras personas y grupos que las irán desarrollando, hasta que cristalicen en importantes acontecimientos históricos y pastorales. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”. (Fuente: http://uca.edu.ar/es/catedra-pontificia/prensa/pinceladas-sobre-el-pensamiento-pastoral-del-cardenal-bergoglio).

Otras palabras que utiliza Nuestra Madre en este mensaje son: “odio”, “desasosiego” y “desorden”. Estas formas de oscuridad del alma son fomentadas en nosotros por el diablo que busca dividir.

En cada ocasión en que descubramos que en nuestra mente y en nuestro corazón entran pensamientos o sentimientos de odio, debemos postrarnos espiritualmente en oración y clamar a Dios para que nos colme de su amor.

El siguiente relato puede ayudarnos a anhelar combatir los mínimos pensamientos de rechazo a cualquier persona:

Una joven llega y le dice a su madre:

– ¡Mamá, ya no aguanto más a la tía que vive con nosotros! Quiero matarla, pero tengo miedo que me descubran.  ¿Puedes ayudarme con eso?

La madre le responde: – Claro que sí mi amor, pero hay una condición… Antes tendrás que hacer las paces con ella para que después nadie desconfíe que tú fuiste quien la mató cuando ella muera.

Tendrás que cuidarla muy bien, ser gentil, agradecida, paciente, cariñosa, menos egoísta, retribuir siempre, escucharla más…

¿Ves este polvito? Todos los días pondrás un poco en su comida. Así ella morirá de a poco.

Pasados 30 días, la hija vuelve a decir a la madre:

– Ya no quiero que ella muera. La amo. ¿Y ahora? ¿Cómo hago para cortar el efecto del veneno?

La madre entonces le responde: – ¡No te preocupes! Lo que te di fue polvito de arroz.  Ella no morirá, el veneno estaba en ti, pero ya has logrado expulsarlo.

Cuando alimentamos odios, resentimientos y rencores, nos vamos enfermando psicológica, emocional y físicamente y por lo tanto morimos de a poco.

Recordemos las palabras de las Sagradas Escrituras: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas”.  (1 Juan 2:9)

Llevemos a la práctica lo que nos enseña la Reina de la Paz, y oremos cada día para colmarnos del amor de Jesús y de María y de este modo aprender a hacer las paces con quienes nos ofenden y nos lastiman.

Hagámonos el propósito de tratar a los demás como nosotros quisiéramos ser tratados. Aprendamos a tener la iniciativa de amar, de dar, de donar, de servir, de regalar, y no solo querer ganar y ser servido. Entonces sentiremos que el orden de Dios va transformando nuestro desorden y que el desasosiego y la inquietud se transforman en paz. Que así sea.

 

Padre Gustavo E. Jamut

Oblato de la Virgen María

 

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