“Queridos hijos, amen, oren y testimonien mi presencia a todos los que están lejos. Con su testimonio y ejemplo pueden acercar los corazones que están lejos de Dios y de Su gracia. Yo estoy con ustedes e intercedo por cada uno de ustedes para que, con amor y valentía, testimonien y animen a todos aquellos que están lejos de mi Corazón Inmaculado. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

 

Orando en la Cruz Azul

 

Hace algunos días me encontraba guiando una peregrinación-retiro en Medjugorje, y en un momento en que el grupo de peregrinos se encontraba escuchando la enseñanza de uno de los seminaristas de mi Instituto, Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz, aproveché para hacerme una escapada para orar a solas en la Cruz Azul.

 

Desde hacía un par de días, mi alma anhelaba la soledad y el silencio para poder escuchar lo que el Señor tenía que decirme.

 

Providencialmente, esa fría tarde había muy poca gente en torno a la Cruz Azul, por lo que fácilmente pude encontrar lugar, para sentarme en una piedra del Monte, y al cerrar mis ojos e invocar al Espíritu Santo y a Mamá María -al igual que lo hiciese Samuel-, le dije a Dios: “Habla señor que tu siervo escucha” (1 Sam. 3:9).

 

La presencia del Señor no se hizo esperar, ya que después de unos pocos minutos, una pregunta comenzó a formarse en mi mente, y entonces comprendí que era el Espíritu de Dios que me invitaba a escuchar al Señor, a través de la siguiente pregunta: “¿Cómo va tu proceso de conversión?”.

 

Aún no había tomado el tiempo para reflexionar sobre esta primer pregunta, cuando casi instantáneamente se representó en mi mente, una segunda pregunta: “¿Y los laicos de tu comunidad, los Consagrados, y los peregrinos que te acompañan ¿tratan cada día de ser mejor personas?”.

 

Me quedé durante un largo tiempo orando sobre estas preguntas, las cuales me acompañaron hasta el 25 de abril.  Ese día, cuando leí el Mensaje de la Gospa,  caí en cuenta que las palabras de Nuestra Madre, impulsaban nuestros corazones en la misma dirección, de manera particular cuando ella nos pide: “amen, oren y testimonien mi presencia a todos los que están lejos. Con su testimonio y ejemplo pueden acercar los corazones que están lejos de Dios y de Su gracia”.

 

Entonces comprendí que la respuesta del Señor me impulsaba a anhelar, y a remar a las aguas profundas de una conversión permanente y continua; y no solo para buscar la santidad para mi mismo, sino también para dar testimonio y ejemplo a quienes aun no han tenido la experiencia del amor de Dios.

 

El anhelar y trabajar la conversión diaria, debe ser uno de nuestros principales anhelos y tareas.  Por eso, Dios nos va a desacomodar con frecuencia de nuestros modos rígidos de pensar, de sentir y de vernos a nosotros mismos, a los demás y a muchas situaciones de la vida.

 

Tengamos presente que si deseamos tener gozo y paz, el anhelo de la conversión y los esfuerzos para responder a la gracia, son una fuente de inagotable paz y alegría que descienden desde el cielo hasta los depósitos más profundos de nuestro espíritu.

 

Esta conversión que nos pide la Reina de la Paz, con el fin de ser testimonio y ejemplo a los demás, y nuestra respuesta a este humilde pedido, es una de las mayores de muestras que le podemos dar a nuestra Madre del amor que le tenemos.

 

Cuando alguien me dice: “yo me convertí hace 10, 20 o 30 años”, yo suelo decirle: “que suerte que tiene, rece por mí que aun necesito convertirme”. 

 

Si Jesús ha dicho que: “en el cielo hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos” (Lc. 15:7), es porque nos da la oportunidad de que cada día alegremos a los Ángeles, a los Santos de Dios en el cielo, a Nuestra Madre y a Él mismo, por medio de nuestra conversión diaria.

 

Por lo tanto, abrámonos también nosotros al gozo de Dios, que es uno de los frutos del Espíritu Santo, reconociendo que su Misericordia se derrama y nos abraza, cada vez que nos reconocemos pecadores, necesitados de su permanente gracia y redención; y que por lo tanto no podemos creernos mejor que los demás.

 

Que Nuestra Madre, Reina de la Paz, interceda por cada uno de nosotros, para que asumamos con alegría nuestra realidad de pecadores que caminan hacia la santidad, aun cuando caigamos muchas veces, pero que nos levantamos una y otra vez, en el Nombre del Señor y con la fuerzas de su Santo Espíritu.  Que así sea.

 

Te envío un fuerte abrazo y te pido que reces por mí y mi Comunidad.

Que Dios te bendiga.

 

P. Gustavo E. Jamut

Oblato de la Virgen María

 

P.D. Para aquellos jóvenes que necesitan hacer un camino de discernimiento vocacional y proyecto de vida, pueden comunicarse con el Hno. Diego Gonzalez, C.E.M.P.

diegoarmandopaz@hotmail.com

 

 

 

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