“Queridos hijos: En este tiempo de gracia los invito a todos a la conversión. Hijitos, ustedes aman poco y oran aún menos. Están perdidos y no saben cuál es su propósito. Tomen la cruz, miren a Jesús y síganlo. él se entrega a ustedes hasta la muerte en la cruz, porque él los ama. Hijitos, los invito a regresar a la oración con el corazón, para que en la oración puedan encontrar la esperanza y el sentido de su existencia. Yo estoy con ustedes y oro por ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Querido/a hermano/a:
La Reina de la Paz nos recuerda que este es un “tiempo de gracia”.
En una oportunidad una señora me decía: “a mí la Cuaresma no me gusta” Cuando le pregunté el motivo, ella respondió: “no me gusta porque es un tiempo triste, donde hay que hacer ayuno, los evangelios que se leen en la Misa son doloroso y se habla mucho de la Pasión de Jesús”.
Debo confesar que la opinión de esta señora me causó un poco de gracia.  Pero a la vez admiré su franqueza, ya que lamentablemente esta es la manera de pensar de muchos católicos que por falta de un conocimiento más profundo, desconocen las gracias que Dios derrama durante el tiempo de Cuaresma.
Lo que la Reina de la Paz nos recuerda en este Mensaje, es que este tiempo de Cuaresma es un tiempo donde Dios derrama gracias especiales, con las cuales nos ayuda a recorrer un camino de conversión y liberación de las raíces más profundas de nuestros defectos, pecados y adicciones.  Y especialmente en este año Santo de la Misericordia, la gracia de Dios se derrama en esta Cuaresma de una manera mucho más intensa, ya que nos permite colmarnos del amor de Dios, para poder a la vez, esparcirlo a quienes están a nuestro alrededor.
“Ustedes aman poco y oran aún menos”Debo confesar públicamente que estas palabras de la Virgen me interpelan profunda y personalmente, ya que si las leemos en un clima de oración, la luz de Dios nos revelará que lejos que estamos del verdadero amor.
Cuando las leí y las oré a la luz de la cruz de Jesús, pude comprobar cuanto necesito aun postrarme en la presencia del Señor, y pedirle que me enseñe a amar, y clamar para que derrame en mí una nueva efusión de la virtud teologal de la caridad.
“Tomen la cruz, miren a Jesús y síganlo”.    Jesús amó durante toda su vida, pero la mayor muestra de su amor por ti y por mí, la dio en el Calvario, ya que como el mismo Jesús anunció: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo.” (Jn.10:17-18).
No es casualidad que muchos santos y congregaciones religiosas a lo largo de la historia de la Iglesia, hayan centrado su vida espiritual, en la contemplación de Jesús durante su Pasión.  Y es que de las llagas abiertas de Jesús siguen brotando ondas invisibles que nos colman de la fuerza de amor que puede sanarnos y transformarnos.
Por ello, nos hace muy bien tomar el Crucifijo entre nuestras manos, y contemplarlo con los ojos del corazón.  Cuando lo hacemos, Jesús nos colma de su gracia y de su amor, ya que él renueva su entrega por nosotros, aunque de manera incruenta.   Por eso, la Reina de la Paz nos recuerda: “él se entrega a ustedes hasta la muerte en la cruz, porque él los ama. Hijitos.”
“Los invito a regresar a la oración con el corazón, para que en la oración puedan encontrar la esperanza y el sentido de su existencia”. ¡Cuántas personas caminan a nuestro alrededor, que habiendo tenido logros profesionales, familiares y materiales, aún no han encontrado el sentido de su existencia!.
Recuerdo el caso de una mujer que desde hacía varios años sufría una aguda depresión.  Tenía casi todo lo que humanamente una persona podría desear, sin embargo ella no encontraba el sentido de su vida.  Una tarde ella llegó al Centro de espiritualidad de la Reina de la Paz de mi comunidad, y se arrodilló a orar, primero delante de un gran Crucifijo, y luego delante de una pintura de Jesús Misericordioso llegada desde Cracovia.  Cuando después de una hora, esta señora salió de la iglesia, su rostro se había transformado; la tensión que había mostrado al llegar había desaparecido, en sus ojos se había despertado un nuevo brillo, su sonrisa parecía angelical y toda su persona irradiaba una nueva luz.  Durante el tiempo en que ella estuvo delante del Crucifijo y del cuadro de Jesus Misericordioso, tal vez por primera vez ella había abierto a Dios las compuertas de su alma y había orado con el corazón.  Entonces nuestro buen Dios pudo sanar su corazón de aquellas heridas que habían dado origen a su depresión, le dio nuevo sentido a su vida, y al poco tiempo Dios la llamó a servir en su comunidad parroquial.
Me despido compartiendo contigo esta oración:
Virgen María, Reina de la Paz, hoy queremos darte gracias por venir a la tierra a darnos nuevamente tus mensajes de paz.  Gracias porque tú nos enseñas el camino correcto que le da un nuevo sentido a nuestra vida, nos hace tener paz en medio de las tormentas y alcanzar la vida en plenitud.
Madre del Divino Amor, reconozco que no se amar, me falta mucho para amarme a mi mismo/a, a Dios y a mis prójimos como Jesús quiere que ame.  Por eso Madre, intercede por mí.  Toma mi corazón herido, y ponlo junto a tu Inmaculado Corazón, a fin de que lo sanes y lo colmes de tu maternal amor.
Madre Santa, en este tiempo de Cuaresma quiero ponerme espiritualmente a los pies de la Cruz de Jesús en el Calvario.  Quiero estar a tu lado, como lo hicieron Juan y María Magdalena, y abro las puertas de mi corazón a fin de recibir las gracias que en esta Cuaresma tu Hijo quiera concederme, pare que colmado de su amor, llegue a desbordar y regar con pensamientos, miradas, palabras y acciones de amor, todos los ambientes donde el Señor me lleva diariamente.  Que así sea.
Me despido pidiéndote que ores por mí y por los seminaristas que acaban de ingresar a mi comunidad.
Te doy a la distancia un fuerte abrazo y oro para que recibas un rocío de Bendiciones.
P. Gustavo E. Jamut,
Oblato de la Virgen María
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