Los mandamientos de Dios son caminos de libertad. Cuando se piensa que el decálogo constituye una carga pensada y aplastante se debe a la ceguera que causa el mismo pecado, con el debilitamiento de la voluntad,  y la dificultad para comprender la verdad del ser humano, . Y esta verdad se nos hace clara, consoladora y sorprendente, bajo la misma mirada del Espíritu Santo, que es la mirada del mismo Jesús. De ahí que el mismo Cristo se presentaba como Hijo del Hombre: tanto para darnos a conocer la realidad del Misterio de la Encarnación,  como para renovarnos en una mirada auténtica de la vida y dignidad del ser humano. Se nos  revela nuestra  vocación de Bienaventuranza para la que fuimos creados.

Quien no lucha contra el pecado ha dejado de luchar por el auténtico bien de sí mismo. Se desfigura y desintegra en su corazón la comprensión de la verdad y la realidad. Necesita urgentemente el auxilio de la gracia para comenzar a vivir, darle respiro al corazón y ser capaz de  ver más allá de lo aparente: “miren a las criaturas de Dios que, en la belleza y en la humildad, Él les ha dado, y amen a Dios, hijos míos, sobre todas las cosas…”

Es importante no dejarse engañar por tantos falsas doctrinas que, por un lado hacen que se pierda el horror al pecado, y por otro causan que se abandone la recepción frecuente de los sacramentos. Esas confusiones sólo llevan a la pérdida del verdadero amor. Pero también es clave comprender con el sentido de la fe, el poder de los sacramentos en la vida del alma y sus frutos en todos los aspectos de la realidad humana.  Como dice el Catecismo (1129):   “La “gracia sacramental” es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.”

La verdadera misericordia se expresa, cuando existe el anhelo, de que mi prójimo tenga vida, y vida en abundancia. Quitándonos el veneno de muerte silenciosa, que es el pecado, podemos ser nutridos por la vida misma de Cristo, configurándonos e inundándonos de verdadero gozo y gloria.

La Reina de la Paz esta cerca de nosotros, con una auténtica maternidad que no descansará mientras sus pequeños permanezcan con el alma enferma. Nosotros nos acercamos verdaderamente a Ella, cuando más que expertos en contenidos y materias, somos mendigos de la gracia y peregrinos hambrientos del cielo. Buscando en todo amar al Señor:

“…amen a Dios, hijos míos, sobre todas las cosas y Él los guiará en el camino de la salvación…”

FOTO: Aciprensa

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