Confianza en Dios

La confianza brota de la certeza, y la certeza nace de la experiencia. Para que un niño se confíe en su Madre ha ido experimentando no solo la presencia protectora y cercana de quien sostiene su fragilidad, sino que su corazón de niño fue gestado en el corazón de su mamá: comenzó a palpitar percibiendo el ritmo del corazón materno.

De la confianza en Dios podemos instruirnos con mucho provecho para la mente y el corazón, en una abundancia de textos, escritos y doctrinas espirituales, pero solo será  más que una información o concepto dominado, será          principio y fundamento de la vida cotidiana, en medio del mundo y en lo profundo de nuestra alma, cuando seamos instruidos y gestados según el palpitar del Corazón materno, que dió impulso humano al Corazón del Señor.

 

Conduciros a Él

Pero confiar no es encomendar algunos aspectos de nuestra vida o de nuestros intereses. No es recurrir al compañero de viaje, para que custodie nuestra maleta, o solicitar ayuda de un benefactor para asegurar el hospedaje. Eso es confiarse más de uno mismo, y de nuestras redes, estrategias y contactos influyentes. En esa  conducta los protagonistas seguimos siendo nosotros esperando resultados y eficacia, pero cuando fracasamos, a Dios reclamamos…

Confiarse es, desde la perspectiva espiritual y vital: darse, entregarse, ponerse absoluta y plenamente en las manos de Dios, convencidos de que si hay o no un viaje, y lo que ocurra en el mismo, si es lo que el Señor decide, es lo mejor, aunque los cálculos humanos digan lo contrario.

 

Vuestro Padre que está en los Cielos

Para cortar las amarras con nuestra suficiencia, cálculos y proyectos, aunque sean muy piadosos, pero que provienen de la exaltación de nuestra propia voluntad y no de la voluntad de Dios, es necesario convencernos de la plenitud esencial de la Voluntad Divina, que es Sabiduría, Gloria y Esplendor, pero que es misteriosa, ya que sus caminos no son nuestros caminos (Is. 55,8), y que está por sobre nuestros parámetros terrenales: está en los cielos.

Y con mayor intensidad, seremos liberados de nuestra autonomía orgullosa y de la desconfianza arrogante, cuando logremos leer, aprender y reconocer, con el corazón, la amorosa Paternidad de Dios.

Esto solo es posible si es que nos abajamos, empequeñecemos y hacemos siervos. Y no se alcanza  lejos o fuera del corazón materno, gestador y corredentor de María.

 

Abrid vuestros corazones a los dones que Él desea daros

Este abandono es crucial para una verdadera felicidad, y realización, o para recibir el consuelo de la paz, en medio de la adversidad y contrariedad.

Abandonarse consiste es renovar la renuncia del Bautismo, incluyendo todo lo que se construye y proyecta, desde los anhelos personales, el contexto en que nos movemos, los apegos y tendencias que nos mueven y se encuentran al margen de Dios. Significa abrir el corazón, para permitir una cirugía mayor, que se traduce en  acoger un corazón nuevo, con parámetros completamente misteriosos: “el que pierda la vida por mí la encontrará” (Mt. 10, 39), dice el Señor. Nuestra Madre nos dijo: “Haced todo lo que ÉL os diga…” (Jn. 2, 5).

 

En el silencio del corazón adorad a mi Hijo Jesús.

Así se acaban los ruidos interiores, de nuestros egoísmos, vanidades, acreditaciones orgullosas, temores e inseguridades. Porque no son las voces que nos rodean, las noticias y novedades las que nos urgen escuchar. No son tampoco las luces que otros hayan recibido, para remedio de sus tribulaciones personales, ni los consuelos con el que, supuestamente, hayan calmado el dolor de sus heridas.

Aveces nosotros mismos multiplicamos la abundancia de información, para encontrar las respuestas que ya se encuentran contenidas en una sola Palabra, que se hizo Huésped en nuestro corazón, y para ser leída con el auxilio de la Madre Celestial.

La “palabra” ya dicha y encarnada, y clavada en el madero de la Cruz (Jn. 1, 14), ha manifestado su voluntad y llamada de amor  a cada uno de nosotros, y esta esperando la única respuesta que ante tanto amor necesitamos dar: Hágase en mí…

Lo demás debe ser como el silencio de María que conservaba todo en su Corazón (Lc. 2, 19).

 

Ha dado su vida para que viváis en la eternidad, a donde quiere conduciros.

Reconocer el Amor de Dios, que llega al extremo de la Cruz, es el fundamento más sólido del esplendor de la confianza. “A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.” (San Claudio de la Colombiare).

 

La esperanza: la alegría del encuentro con el Altísimo en la vida diaria

Vivir en este abandono y entrega del Corazón es vivir ya en parte la alegría del cielo (Jn. 17, 3), de modo que todo lo cotidiano, que está en el plan de Dios, en su Providencia y en nuestra vocación, se hace un yugo suave y llevadero (Mt. 11, 30).

 

No descuidéis la oración porque la oración hace milagros.

Ésta es la Escuela de amor de María, Reina de la Paz, que reúne y resume en su Corazón maternal todo los que los compendios no pueden explicar, sobre el amor y la confianza filial. Ella, que fue un sagrario vivo del Dios Encarnado, es también sagrario de la ciencia de la alegría y de la paz, al que podemos entrar con la constancia de la oración. La gratitud de María es la puerta celestial, de humildad y pureza, por la que el Señor nos invita entrar: “¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

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