25 de marzo de 2004

La Bienaventurada Virgen María, también hoy comienza su mensaje como tantos mensajes suyos, con la invitación: “Queridos hijos, ábranse a la oración.” Durante todos los años anteriores de sus apariciones, María nos ha enseñado y enseña que pongamos la oración en el primer lugar y que oremos hasta que ésta se convierta en gozo. No existe otro camino hacia Dios, excepto el camino de la oración. Ese camino nos puede parecer difícil y fastidioso, como es difícil y exigente todo lo que es valioso y precioso en nuestra vida. El hombre por naturaleza no se decide muy fácilmente por la oración. La naturaleza humana es frágil y con tendencia a la pereza, al goce y a elegir lo que más fácil. Por eso es necesaria la decisión y el esfuerzo tanto para la oración como para todo lo que es bueno y positivo.

Por eso necesitamos la oración y todos los medios que la Madre nos concede a fin de no convertirnos en enfermos. Si un médico nos dice que tomemos algún medicamento que es amargo pero útil, seguramente le obedeceríamos. Cuánto más deberíamos obedecer a nuestra Madre Celestial, que es quien mejor sabe lo que es necesario para nuestra vida.

Ella nos invita con la Iglesia y nos advierte que este es un tiempo de gracia. Es un tiempo en que Dios de manera especial es benévolo con su pueblo. Por eso también nos dice: “Abran sus corazones. Oren con el corazón. Expresen su amor al Crucificado.”

El corazón es el lugar para la oración, y de la mente a nuestro corazón debe descender la oración. El corazón es el lugar en que por medio de la oración debemos invitar a Jesús. La oración con el corazón abarca a todo el hombre y todo el hombre ora. El corazón es el símbolo de la vida, del amor, de todo lo que es noble en nosotros. Nosotros en nuestro interior no somos pobres sino ricos porque Dios habita en nosotros. Mientras más conocemos a Dios, podemos creer más en El y amar más.

Es por eso que la Madre María nos llama incansablemente a fin de que nosotros mismos experimentemos el amor de Dios en el cual Ella creyó y del cual vive. Ese deseo nos la trae a nosotros para que nosotros también anhelemos y experimentemos lo que Ella posee por la gracia de Dios.

Solamente a través del amor conocemos a Jesús Crucificado para nosotros y por nosotros. Conocemos su corazón con el cual nos ama. El corazón de Jesús es bondadoso y humilde. El no nos fuerza sino desea que vengamos a él libremente. Lo único que Dios pide de nosotros es confianza, fe. Y Jesús quiere dar su corazón solamente a aquellos que acuden a El con confianza. El es quien primero se acerca. Lo dijo tan claramente: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn 15,16). Jesús piensa que nuestro corazón pecador y herido tiene la capacidad de acercarse a Su Corazón. Hizo todo para mostrarnos su amor y el amor de su Padre. También las apariciones de la Virgen, sus llamados, sus simples mensajes maternales son Su amor hacia nosotros, a quienes no olvida. Por eso la Madre María en este mensaje nos llama a mirar con el corazón al Crucificado. Es un corazón que no ha conocido el odio, la codicia ni la envidia sino solamente el amor con el que abraza a toda la humanidad, y con el que quiere tocar tu corazón y el mío. Dios se hizo vulnerable para poder tocar todas nuestras heridas, para poder recibir el amor de nosotros que somos vulnerables. Dios desea que lo amemos, nosotros, a quienes El vino a salvar. Su corazón está totalmente abierto para dar y recibir amor.

Dios también hoy sigue colgado en la cruz con todos los abandonados, despreciados, rechazados de este mundo. El se identificó con el más pequeño de este mundo para resucitarlo y llevarlo a su Gloria.

Tal como María está con nosotros, estemos también nosotros con Ella, y a través de Ella, con su Hijo Jesús y los unos con los otros.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.03.2004

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