La confianza y la humildad en la oración

Nuestra Madre Santísima nos educa en los caminos de la oración. Nos señala el principio y el fin con claridad: “HACED LO QUE EL OS DIGA”  (Jn 2, 5). Entonces, reconociendo nuestra fragilidad e indigencia espiritual, en los brazos maternales y el Corazón Inmaculado de nuestra Madre nos acercamos a Jesús. Y en el Señor podemos reconocer los rasgos de un verdadero Hijo que ora verdaderamente con el corazón al Padre Dios.

Jesucristo, siendo el Sume y Eterno Sacerdote, ejerce una función orante, según la cual glorifica al Padre e intercede sin cesar por los hombres presentando «oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas» (Heb 5,7; Jn 17,4.15.17). La alabanza y la súplica, el gozo, la tristeza, y hasta el sudor de sangre, nos describen una oración que se constituye en una verdadera vida de entrega,  donación y pertenencia, en palabras, gestos, alma para Dios, que es su Padre, entregándose totalmente al designio Divino: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22,42).

No se trata de sensaciones, estados de ánimo o impulsos meramente humanos. La oración, entendida como la elevación del alma a Dios, como “un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús), solo es posible por que se nos ha otorgado el Espíritu Santo (Rom. 8, 15).

Podemos invocar a Dios como “Padre” porque Él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (1 Jn 5, 1). (Catecismo de la Iglesia 2780).

La oración es, por lo tanto, una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo que brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.

No es posible ni se desarrolla, sin la base de la “humildad”, que es la disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9).

La oración profunda no la alcanza un corazón soberbio, ni es prende y ropaje de un alma vanidosa. No es refresco ni sustento del  ambicioso ni del veleidoso.

“Conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de “este mundo”. La humildad nos hace reconocer que “nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”, es decir “a los pequeños”. (Mt 11, 25-27)

De tal manera que haciéndonos como niños, mirando a Dios y sólo a Él, el alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, Conlatio 9, 18), hasta que el corazón cante con gratitud a Dios Creador que les ha dado la vida.

MENSAJE 2 DE JULIO DEL 2017

“Queridos hijos, os doy las gracias porque respondéis a mis llamadas y porque os reunís en torno a mí, vuestra Madre Celestial. Sé que pensáis en mí con amor y esperanza, y yo también siento amor hacia todos vosotros, como también lo siente mi amadísimo Hijo que, en su amor misericordioso, siempre y de nuevo me envía a vosotros. Él, que se hizo hombre, que era y es Dios, Uno y Trino; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma. Él, que se ha hecho Pan para nutrir vuestras almas, y así salvarlas. Hijos míos, os enseño cómo ser dignos de Su amor, a dirigir a Él vuestros pensamientos, a vivir a mi Hijo. Apóstoles de mi amor, os envuelvo con mi manto porque, como Madre, deseo protegeros. Os pido: orad por todo el mundo. Mi Corazón sufre, los pecados se multiplican, son muy numerosos. Pero con vuestra ayuda, que sois humildes, modestos, llenos de amor, ocultos y santos, mi Corazón triunfará. Amad a mi Hijo por encima de todo y a todo el mundo por medio de Él. No olvidéis nunca que cada hermano vuestro lleva en sí algo precioso: el alma. Por eso, hijos míos, amad a todos aquellos que no conocen a mi Hijo, para que, por medio de la oración y del amor que proviene de esta, puedan ser mejores; para que la bondad en ellos pueda vencer, para que las almas se salven y tengan vida eterna. Apóstoles míos, hijos míos, mi Hijo os ha dicho que os améis los unos a los otros. Que esto esté escrito en vuestros corazones y con la oración procurad vivir este amor. ¡Os doy las gracias! ”

Los Grupos de Oración en el Corazón de nuestra Madre

Cuando oramos, cuando se abren nuestros labios para orar, ha sido Dios quien nos ha buscado, quien ha elevado nuestro pensamiento, quien nos ha dictado las palabras, quien ha fomentado nuestros sentimientos.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice claramente que la oración es primero una llamada de Dios, y después una respuesta nuestra. La oración es, por lo mismo y ante todo, una gracia de Dios.

La oración es una comunicación confiada y afectiva entre Dios y nosotros. Reconocemos en nuestro  corazón, con una capacidad insondable de amar y de ser amados y sólo Dios puede llenar esas ansias infinitas de verdadero amor. Por eso nos atrae, nos llama, y, si le respondemos con la oración ansiosa, nos llena de su amor y de su gracia.

Santa Teresa de Ávila lo expresaba de esta manera:

“Oración, a mi parecer, no es otra cosa que tratar de amistad con Aquél que sabemos que nos ama”

Si Dios me ama, no puede pasar sin mí, y por eso me busca. Si yo amo a Dios, no me aguanto sin El, y por eso lo busco.

Y, cuando nos encontramos, como somos tan amigos, nos ponemos a hablar amistosamente.

“La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él.” (San Agustín)

La oración resulta ser entonces el termómetro que mide el calor del corazón; la balanza que calcula con exactitud el peso de mi amor.

Desde esta perspectiva  podemos descubrir el valor de orar con la comunidad y de rezar en grupo. Es claro que la oración grupal no reemplaza la riqueza, profundidad y madurez que regala la oración personal, pero es una ayuda importante en  nuestro crecimiento espiritual. El grupo de oración nos enseña  que el desarrollo e incremento de la vida espiritual no es por mérito propio sino por un don del cielo. Que no es un propiedad privada para vanagloriarnos, sino un regalo de lo alto para hacernos pequeños. Que no es una acción centrada en uno mismo, sino que en socorrernos, ayudarnos, pidiendo los unos por otros, por la Iglesia y la humanidad, en paciencia y renuncia, asemejándonos al Corazón de Cristo, que es manso y humilde: “Os pido: orad por todo el mundo. Mi Corazón sufre, los pecados se multiplican, son muy numerosos”.

Es el Espíritu del Señor, y no nuestra eficacia o habilidad, el que va esculpiendo en nuestra oración grupal , la impronta que anhela María en nosotros: la humildad y la modestia, llenos de amor, ocultos y santos.

La oración requiere un corazón abierto, para que el Señor nos encuentre, como dice el Papa Francisco, y “me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga!. Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona. (2 de diciembre de 2013).

La oración grupal es una oportunidad única para reconocer los unos en los otros, los gestos bondadosos de la predilección del Señor por cada uno. Nos purifica del orgullo y nos acerca al lugar preferido por el Hijo de Dios y se María.

“Él, que se hizo hombre, que era y es Dios, Uno y Trino; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma. Él, que se ha hecho Pan para nutrir vuestras almas, y así salvarlas.”

En el camino de la oración, Dios “nos impulsa con su amor hasta el final, hasta el extremo, de abajarnos, como lo hizo Él, que desciende de su gloria divina. “Desciende hasta la extrema bajeza de nuestra caída. Se arrodilla delante de nosotros y realiza el servicio del esclavo; lava nuestros pies inmundos para que seamos admisibles a la mesa de Dios, para que seamos dignos de tomar un puesto en su mesa” (Papa Francisco en la Misa de Jueves Santo)

Finalmente, el grupo de oración es un lugar privilegiado, para ejercer la auténtica caridad con todos aquellos que no conocen a Cristo,  “para que, por medio de la oración y del amor que proviene de esta, puedan ser mejores; para que la bondad en ellos pueda vencer, para que las almas se salven y tengan vida eterna.”

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