26 de febrero de 2006

María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, también hoy, con su mensaje, nos quiere preparar para la Cuaresma. Tanto al comienzo del Evangelio como al inicio de la Cuaresma, escuchamos el llamado de Jesús: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Al comienzo de la Cuaresma, especialmente en el primer día de la Cuaresma, escuchamos las palabras: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás.” Dios nos ha creado, la Biblia lo describe distintivamente, del polvo terrenal y nos infundió su aliento, su espíritu, su vida. Dios se puso a sí mismo en el corazón de cada uno de nosotros. Si interrumpimos el vínculo, la relación con Dios, y eso lo podemos hacer en libertad, entonces en nosotros no habrá vida. Eso significa que sin Dios estaremos muertos, no existiremos. En el mejor caso, podremos vegetar como plantas. Si no estamos unidos a Dios, y no lo buscamos diariamente, nos quedamos sin Su Espíritu dentro de nosotros.

La Virgen es madre, y la madre no puede permanecer tranquila mirando a sus hijos que sin Dios caminan por el mundo. Sus palabras son simples y comprensibles, pero son difíciles cuando debemos ponerlas en práctica en nuestra vida concreta. Hoy también Ella nos dice: “Abran sus corazones”. Dios habita en el corazón de cada uno. Y nosotros podemos estar fuera de nosotros, como lo dice admirablemente San Agustín: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte. ¡Hermosura siempre antigua y siempre nueva, demasiado tarde empecé a amarte! Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo.” San Pablo dice: “Porque en realidad, El no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en El vivimos, nos movemos y existimos.” Si huimos de Dios o dejamos de tener fe en El, entonces ya no somos nosotros, como lo dice el salmo: “De Ti lejos, la vida ya no es vida. No creer en Ti, significa no ser nadie.”

La Virgen, al ser Madre, desea que vivamos y tengamos la vida de Dios en nosotros. Y el camino hacia eso, es la apertura del corazón, la oración, la renuncia, a fin de poder recibir entonces lo que Dios desea darnos. Y cuando Dios da, lo hace en abundancia. La renuncia no es para que nosotros perdamos algo sino para recibir mucho más. Eso significa no tener las manos cerradas, sino abiertas para que Dios pueda poner en ellas sus dones de paz, amor, confianza, luz y esperanza.

La Virgen pone ante nosotros la imagen de la naturaleza: la primavera, la tierra, la semilla. En la naturaleza, Dios implantó sus leyes que se someten a Su voluntad. Y conocemos las terribles consecuencias que se producen cuando el hombre intenta cambiar las leyes naturales. Aún más graves son las consecuencias para el hombre, cuando desea cambiar las leyes de Dios, las cuales han sido impresas en nuestra conciencia y en nuestro espíritu.

Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, ora por nosotros en este tiempo cuaresmal de gracia y condúcenos por los caminos de la oración y de la renuncia para que podamos recibir de Dios los dones que El, en su infinito amor, desea darnos.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.02.2006

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