26 de octubre de 2001

Pienso que las palabras son muy débiles, pequeñas e insuficientes para expresar el deseo y el amor de la Bienaventurada Virgen María hacia sus hijos. Su pureza y la grandeza de su amor no pueden expresarse en palabras. Cada palabra tiene la fuerza de herir o de sanar. Cada palabra lleva consigo espíritu, corazón o insensibilidad y vacío. Sabemos que las palabras de la Virgen vienen de un corazón puro, de un corazón que vive en la paz de Dios, lleno de un amor que no se cansa. Por eso el mensaje de este mes desea ser una señal indicadora, quiere mostrar una dirección. En el tráfico no nos sirve una señal indicadora si no la seguimos, si nos quedamos en esa señal nunca llegaremos a la meta. Los signos nos sirven no solamente para no perdernos sino para también llegar a la meta. En ese sentido el mensaje de la Virgen nos quiere aconsejar, quiere conducirnos, y nosotros somos quienes decidimos seguirla o no. Desde hace más de veinte años, la Virgen no solamente habla sino que desea gritarle a cada corazón: Oren. Fácilmente encontraremos miles de razones para no orar pero hay solamente una razón para orar, y esa es el encuentro gozoso con el Salvador. El fruto de nuestra oración es el amor que anhelamos y que buscamos quizás de una manera equivocada y en lugares falsos. Nos encontramos con cada vez menos amor en las relaciones interpersonales, cada vez más envidia, difamación, manipulación e incomprensión. Y nos asombramos de eso y preguntamos cuán corrompida puede ser la gente. Quizás no nos asombramos suficiente del por qué tan poca gente se decida por la oración. No nos extraña el hecho de que cada vez menos haya familias que oren juntas, que unidas carguen los pesos de cada uno. No nos sorprende cuando alguien ofende el nombre de Dios puesto que nos hemos acostumbrado a tal veneno. No nos extraña mucho que las familias, los padres se avergüenzan de orar el uno ante el otro y ante sus hijos. La Virgen no pone su dedo en nuestras heridas, que conoce muy bien, sino quiere vendarlas con la pureza de su amor.

Nos preguntamos, ¿por qué la oración es tan difícil? Quizás porque no creemos en su omnipotencia, o mejor dicho, en la omnipotencia de Dios que no tiene otras posibilidades de acercarse a nosotros y de salvarnos, liberarnos y de curarnos. Dios nos puede dar solamente lo que le pedimos. La paz puede llegar solamente al lugar cuyas puertas estén abiertas. Ella está ante tus puertas.

Quizás oramos por la paz pero fácilmente aceptamos las fuentes de discordias: pensamientos negativos, acusaciones, juicios y enjuiciamientos, sospechas, difamaciones y calumnias. La paz tiene su precio, y ella no se puede comprar como se compran las cosas en el comercio. La paz no es algo barato, ella exige un silencio determinado, a veces heroico. La lucha por la paz es una lucha permanente. Quien desea ser un luchador por la paz debe prepararse para una guerra en contra de sí mismo, en contra de las propias tendencias negativas que provocan frutos de muerte y de destrucción. Es necesario ejercer vigilancia sobre nuestra boca a fin de poder habitar en la presencia de Aquel que da paz y es la paz. Solamente a través de los corazones que viven en paz, el Señor puede establecer el reinado de la paz, primeramente en nuestras familias y luego en el mundo. Hagamos lo que sea posible y Dios hará lo que nos parece imposible. Si no hacemos lo que está en nuestro poder ni siquiera Dios podrá entrar a la fuerza en un corazón frío y endurecido.

Pienso que lo que más le dolió a Jesús fue que la gente no lo tomó en serio. También la Virgen una vez dijo: muchos han sido los que han tomado en serio mis mensajes, pero retrocedieron ante las dificultades y los padecimientos. Jesús nos toma en serio, la Virgen cuenta seriamente con nosotros, por eso ha permanecido con nosotros tanto tiempo. Ella como Madre se siente agradecida por todos los que con seriedad siguen el llamado de la Madre. No nos desalentemos y sigamos Sus palabras. Acerquémonos a Jesús por medio de María con el corazón abierto. Que el amor sea lo que nos acerque a Dios y no el miedo. Dirijámonos hacia El antes de que alguna aflicción nos obligue a acercarnos a El. Despertémonos antes de que una desgracia o enfermedad nos tomen de sorpresa y nos despierten del letargo espiritual.

María, gracias por tus llamados, palabras y venidas. Gracias por que has implorado tantas gracias para todos aquellos que han abierto su corazón, que siguen con seriedad el llamado de tu corazón. Gracias, María, por los que al visitar este lugar experimentarán un nuevo nacimiento con su Salvador. Gracias, María, por tantas familias que se reúnen en oración y se alimentan en la fuente de la vida. Gracias, María, por tantos corazones que se han despertado gracias a los Sacramentos de la Santa Confesión y de la Santa Misa. Gracias, Madre, porque no te has cansado de nosotros. No te canses de llamarnos cuando nosotros nos cansemos y nos alejemos.

Fra. Ljubo Kurtovic 
Medjugorje, 26.10.2001

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