25 de marzo de 2001

Nuestra Madre celestial, la Reina de la Paz, nos habla también hoy y nos da la receta para la vida. Esa receta parece muy simple y al mismo tiempo muy difícil. Desea alentarnos a fin de que nos atrevamos a caminar por el sendero que lleva a Dios en el cual está nuestra vida. Cada uno de nosotros por una tendencia natural desea encontrar el sentido de la vida, ansía una vida plena y realizada. En esa búsqueda y en las luchas existenciales a menudo nos apoyamos en lo que a primera vista parece atractivo, lo que es más fácil, lo que nos promete más y lo que nos gusta. Frecuentemente después de tales elecciones experimentamos desilusiones y resultamos heridos, golpeados y decepcionados. Nos damos cuenta que cono los ojos del cuerpo no podemos ver profundamente en el corazón de la vida. Eso significa que en verdad no sabemos qué es la vida. A la existencia nos ha llamado otro y no nosotros. No son nuestros padres ni nuestros amigos, sino Dios. No hemos donado la vida a nosotros mismos sino que la hemos recibido como un don. Hemos sido donados a nosotros mismos. No hemos ganado ni merecido la vida. No somos dueños de nuestra vida sino que somos sus administradores, y por eso somos responsables ante Dios quién es el único dueño de nuestras vidas.

Cada uno de nosotros desea cuidar, prolongar y mejorar su propia vida de modos diferentes y con medios diversos. La vida es lo más preciado y estimado. En nosotros existe el instinto de defensa y protección de la vida, aunque con nuestras decisiones y acciones podemos destruir la vida en nosotros. Nuestra vida depende en resumidas cuentas de Dios porque siempre y de nuevo nos perdona, protege y salva nuestras vidas. Sin nuestra autorización, sin nuestro Sí a Él, Dios está imposibilitado de ayudarnos. Por eso la Virgen, gracias a su amor materno, está tanto tiempo con nosotros y es tan perseverante. Desea que abramos los ojos, que no adhiramos fácilmente a las cosas que nos atraen, que nos gustan, que nos dan promesas fáciles y en fin de cuentas, desilusionan al hombre. Eso nos lo confirma el Santo Padre Juan Pablo II en su mensaje a los jóvenes con ocasión del XVI Día Mundial de la Juventud: “La cultura difundida de lo transitorio, que da valor a lo que atrae y lo que parece hermoso, quisiera hacer creer que para la felicidad hay que eliminar la cruz. Se presenta como un ideal fácil el éxito, la carrera rápida, la sexualidad separada del sentido de la responsabilidad y al final, la existencia fundada en la propia afirmación a menudo sin respeto hacia los demás. Abran bien los ojos, queridos jóvenes: ese no es un camino que da vida, sino un sendero que precipita a la muerte.” Jesús dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn 14,6). La Virgen desea que elijamos a Su Hijo Jesús como nuestro maestro y amo de nuestra vida. Solamente con Él y en El no nos sentiremos decepcionados. Jesús no promete el cumplimiento de todos nuestros deseos, una carrera rápida, un éxito fácil, Él promete la vida en plenitud. El literato ruso, A. Solchenitzin en su novela “En el primer círculo” dice: “La felicidad de la victoria permanente, del deseo cumplido, la felicidad del éxito y de la saciedad total – es sufrimiento. Es la muerte espiritual, una suerte de dolor moral infinito. Porque existe la vida plena y realizada a pesar de muchos deseos nuestros incumplidos.

“El mensaje de la Virgen de este mes parece una advertencia y una amonestación a Sus hijos a fin de que descubran dónde están los fundamentos de sus vidas. La Virgen como quisiera decir: “Hijitos míos, abran los ojos de vuestro corazón. Se vive del espíritu y no del cuerpo que los engaña y los atrae a la tierra. Levanten los ojos hacia el cielo, hacia la vida, hacia el Espíritu de Dios que vive en ustedes.”

Deseo de todo corazón para ustedes y para mí mismo que no nos cansemos de descubrir siempre y renovadamente a Dios en nosotros. Gracias María, por tus palabras, mensajes y consejos maternos. Nos atrevemos a confiar y emprender el camino que nos conduce a la vida.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.3.2001

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