29 de julio de 2007

La Virgen nos llama como Madre y nos invita y alienta hoy, en el día de San Santiago Apóstol, patrono de la parroquia de Medjugorje y de los peregrinos, a que imitemos la vida de los santos, las vidas de los que llegaron al cielo, a una patria de la cual nunca nos iremos. En su mensaje del 25 del julio de 2002, la Virgen también dijo: ¡Queridos hijos! Hoy me alegro con vuestro Santo Protector y les invito a estar abiertos a la voluntad de Dios… Pidan a vuestros santos protectores, que los ayuden a crecer en el amor hacia Dios.” Los santos son los que interceden y piden por nosotros ante la presencia de Dios. Por eso nos encomendamos a ellos y les dirigimos nuestras oraciones para que ellos las presenten a Dios. Los santos son un ejemplo para nosotros de que vale la pena seguir siendo fieles a Dios y de que Dios nunca nos engañará.

“Que la oración sea como el aire que respiran” – nos dice nuestra madre Maria. Nuestro cuerpo necesita el aire. Sabemos cómo nos sentimos cuando nos falta el aire. Sin aire nuestro cuerpo no puede vivir. Así como tenemos un cuerpo físico, también tenemos un cuerpo espiritual. Podemos concluir que estamos espiritualmente muertos sin oración. Sin oración la vida consiste solamente en el cuerpo, en las cosas materiales, en las cosas muertas que no tienen ninguna vida. La oración no es algo que ha sido estipulado u ordenado por la iglesia, por Dios o la Virgen. La oración no es sólo un ejercicio devocional. La oración es mucho más que eso. La oración es vida. Sin la oración estamos muertos y no hay vida en nosotros. Sin oración, Dios no tiene un sitio en nosotros al cual poder llegar y posteriormente sanar, salvar y curar nuestros corazones y almas.

Solamente en la oración Dios puede revelar su amor a nosotros y así podremos experimentar la alegría de ser niños amados por Dios y la Virgen. Por experiencia sabemos que no es suficiente saber que el alimento es bueno, es necesario ingerirlo para poder vivir. No es suficiente saber que Dios y la Virgen nos aman, sino que necesitamos vivir eso, experimentarlo en la vida como una realidad más real que la que vemos con nuestros ojos corporales.

“Ustedes experimentarán el gozo de ser amados míos” – nos dice la Virgen. Sin embargo, es necesario satisfacer una condición, y esa es la oración con el corazón en la cual el alma se abre y se entrega a Dios a través de la Virgen. El Evangelio nos dice que durante el bautismo de Jesús en el río Jordán, vino la voz de los cielos del Padre Celestial, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido.” (Mc 1, 11). Esas palabras se refieren a Jesús. Pero por Jesús y en Jesús, también a ti y a mí. Cada uno de nosotros es en Jesús y por Jesús el hijo amado del Padre, la hija amada del Padre, elegido, elegida, predilecto, predilecta del Corazón de nuestro Padre. En Jesús y por Jesús somos también hijos amados de la Virgen.

Durante nuestra vida, nos han dicho en muchas ocasiones que es importante amar a Dios. Y eso es verdaderamente así. Sin embargo es más importante que Dios nos ame. Nuestro amor hacia Dios es de importancia secundaria. El amor de Dios hacia nosotros tiene la prioridad: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros y envió a su Hijo como reparación por nuestros pecados.” (1 Jn 4, 10) – nos dice el apóstol Juan en su Evangelio. Y todavía agrega: “Y nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros.” (1 Juan 4, 16).

Que la Virgen Maria, llena de gracia e Inmaculada, nos conduzca e introduzca a los misterios del Corazón de nuestro Padre y del amor que tiene para nosotros.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.07.2007

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