25 de julio de 2003

La Virgen, la Reina de la Paz y la Madre de cada hombre, es perseverante como toda madre que desea que su hijo vaya por el camino correcto en la vida. La Madre María no desea liberarnos del peso de la responsabilidad, de la decisión personal y libre por Dios, tal como Ella misma no fue eximida de decidir libremente y de su “Hágase en mí según tu Palabra” que pronunció al ángel Gabriel. María, como Jesús, actúa con gran paciencia hacia nosotros. Nos habla de una cierta forma a fin de no dañar nuestra libertad. Jesús en el Evangelio a sus oyentes les habla con comparaciones veladas a fin de que el hombre pudiera ver lo suficiente para decidirse libremente, y no forzadamente, por el Reino de Dios. También la Virgen podría aparecerse a todos, para Ella no sería un problema, pero desea que nuestra libertad permanezca intacta y también nuestra decisión por Dios, quien aquí se ha acercado a nosotros a través de Ella. Como aparece en el Evangelio, también hoy en día podemos despreciar o no esta gracia y no aprovecharla. Dios se nos da gratuita y simplemente. Precisamente acerca de esa simplicidad testimonian los mensajes de la Virgen durante estos 22 años de gracias.

María también hoy nos invita ofreciéndonos ese mismo medio en las manos: la oración. Se trata del mismo medio, sin embargo Dios nunca es el mismo. El nunca se repite. No nos aburrimos nunca con El. Apenas comenzamos a seguirlo, descubrimos cuán poco lo conocemos, cuán poco nos conocemos a nosotros mismos. La oración siempre conduce a la alegría, es decir, a Dios que es fuente de alegría.

“Solamente así cada uno de ustedes descubrirá la paz” – nos dice María. No existe otro camino ni otro medio a través del cual pudiéramos acercarnos a Dios. Precisamente ese medio es el que representa la mayor dificultad para el hombre y del cual éste huye y se esconde mayormente encontrando miles de razones y justificaciones. Si nos ponemos ante nosotros y ante Dios siempre podemos admitir que oramos poco. Oramos mucho menos de lo que nuestra alma necesita. Percibimos fácilmente cuando nuestro cuerpo siente necesidad de alimento. El alma en nosotros está escondida, por eso la descuidamos más fácilmente. Así sucede que ella llora y clama y nosotros la olvidamos y abandonamos. Nuestro cuerpo tiene necesidad de la higiene, de ser lavado, así también el alma. La puede lavar solamente Aquel que la creó y que la conoce mejor. Nosotros no nos conocemos suficientemente, menos los demás, solamente es Dios quien conoce y penetra los secretos de nuestros corazones. Si nos dejamos estar y nos descuidamos descubrimos las consecuencias: nerviosismo, insatisfacción, intranquilidad, tensión, imposibilidad de perdonar y de vivir alegremente. El hombre entonces se pregunta por el origen de todo eso en su vida. La razón está en la subalimentación y en el abandono de nuestra alma. La Virgen no nos habla acerca de las consecuencias y de los aspectos negativos, sino que sus palabras nos conducen al camino de Dios, a todo lo positivo, bueno y santo que el corazón humano anhela.

“Sentirán la necesidad de testimoniar a los demás el amor que sienten en su corazón” – nos dice María. El sentido de nuestra búsqueda y acercamiento a Dios no es quedarse con El, sería un egoísmo espiritual. El sentido y el objetivo de nuestra vida es llevar a Dios a los demás, testimoniar que El es el Dios vivo y no alguien lejano o escondido. Eso es lo que hace la Madre María durante todos estos años. Ella lo hizo después del encuentro con el ángel Gabriel, llevó a Jesús a su prima Isabel y así se convirtió en la primera misionaria del amor de Dios y de su Reino.

No estamos solos ni abandonados nos confirma la Madre María. Ella es nuestra intercesora y abogada. Ninguno de los que han acudido a Ella, ha sido desamparado. Nosotros nos encomendamos y también a nuestras familias a Ella a fin de permanecer en el camino de la vida.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.07.2003

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