Nuestra Madre nos llama a apartar los ojos del pasado, del año pasado, y dirigirlos a nuestro corazón, en el que habita Dios. El pasado es algo que fue, y el futuro no ha sucedido todavía; la cosa más importante es el presente, ahora, es el momento que no regresará más. De nuestro ahora depende nuestro futuro. Ahora me decido por Dios o no. Ahora me puedo decidir por la oración, ahora puede abrir mi corazón o cerrarlo. María a menudo ha hablado acerca del corazón. Oren con el corazón, ayunen con el corazón, adoren con el corazón a Mi Hijo, sígueme con el corazón. Poseemos órganos corporales, ojos para ver, oídos para oír, y el órgano para la oración es el corazón. Nosotros podemos pronunciar una oración también sin el corazón, podemos hacer tantas cosas sin el corazón. Las cocineras pueden preparar comida sin el corazón, los médicos pueden curar sin el corazón, las vendedoras pueden trabajar en sus comercios sin el corazón, los funcionarios en diversas dependencias pueden atender a la gente de mal humor y sin el corazón. Todo es similar al alimento sin sal: todo se vuelve insípido y sin vida. La Madre María desea despertar nuestros corazones dormidos.
El corazón siente a Dios y no a la razón. Como dice el principito: “Sólo con el corazón se ve bien, y lo importante permanece escondido a los ojos”. A veces es necesario cerrar los ojos para ver mejor.
Podemos acercarnos a Dios solamente con el corazón y el amor y no únicamente con la razón. Cuando la Biblia y la Virgen hablan del corazón, entonces no se trata solamente de un órgano corporal, ni de emociones, ni de un sentimiento de alegría o de dolor, sino de un espíritu que no logramos ver con los ojos, tal como no vemos la raíz de un árbol, el cual vive gracias a ella.
Es por eso que es tan difícil separarse de las cosas terrenales, que no sacian, pero engañan. San Pablo dice: “…y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor!” (Ver Rom 7, 14-25).
La Virgen pone en nuestras manos un instrumento, y está en nosotros escucharla. Nuestra vida es como la de una persona que se está ahogando a quien se le ha lanzado un salvavidas. Está en la persona aferrarlo o no. La mano de la Virgen está extendida hacia cada uno de nosotros. Aferrémosla hoy y no mañana, aferremos al menos el borde de su vestido para que Ella nos saque de la oscuridad, de la desconfianza, de la duda y de la desilusión, hacia una nueva vida con Cristo. Es necesario alejarse de todo pecado: la mentira, el egoísmo, al soberbia, la blasfemia, la lujuria, el alcoholismo y la maldad. Sin una tal separación no es posible avanzar, así como no es posible navegar en una barca si está atada a la costa: es inútil remar. Es necesario desatar la embarcación. También nosotros debemos desatarnos de todo aquello que nos hace prisioneros, a fin de que la Madre María nos pueda conducir a Cristo. Paz y Bien.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.01.2002