La Bienaventurada Virgen María, la Reina de la Paz, camina junto a nosotros por los caminos de la vida, acompañándonos con sus breves y maternas palabras cada mes. A través de estos casi veintiún años, incesantemente nos afianza en la seguridad de que Ella está con nosotros.
Nos encontramos cerca del mes que ha sido consagrado a la Madre de Jesucristo. El mes de mayo está lleno de un despertar primaveral de la vida en la naturaleza que nos ha sido dada. Por eso, la Madre María nos invita a aprender de la naturaleza, a fin de que junto con el despertar de la naturaleza, despertemos nuestros corazones. Nos ha dicho que nuestras almas son como flores. Cada pecado sustrae la belleza del alma, le roba la sonrisa, introduce pensamientos sombríos y negativos, hace la vida abrumadora, envenena las relaciones interpersonales, destruye el amor y quita la alegría del corazón. Todo pecado es violencia en el alma y en la vida del hombre. Asimismo, la naturaleza no soporta la violencia. Cuando el hombre desea cambiar de un modo violento las férreas leyes naturales que el Creador incorporó en ella, tal actitud se vuelve en contra del hombre en forma de diversas enfermedades desconocidas que aumentan día tras día.
Está en la naturaleza humana, el amar y vivir en paz. Si el hombre no ama, él no puede ser feliz. Cuando el hombre se aleja de Dios, él se vuelve peligroso para sí mismo y para los demás. El comienza a marchitarse y a morir espiritualmente. Cuando nuestro cuerpo se enferma, procura sanar con todas sus fuerzas, también el hombre ayuda al propio cuerpo a sanar usando diversas medicinas. Asimismo, en nuestro corazón, Dios ha puesto el anhelo de felicidad, de paz y de amor. Ningún ser humano ha inventado el amor. Lo descubrimos como una necesidad para sobrevivir en esta tierra. El hombre lo puede buscar de diversas maneras y en caminos diferentes, pero solamente Dios, quien ha creado el corazón humano, puede sanarlo y colmarlo completamente. La Virgen nos muestra el camino: oren. Nos promete su presencia, compañía, su colaboración, hoy, en este momento.
Todas las grandes cosas son simples, casi inverosímiles. Jesús nació de una manera tan simple e increíble, en un establo común y corriente. Creció en un ambiente sencillo y eligió de una manera simple a sus discípulos, que no se distinguían por algo especial. La Virgen viene a este lugar de un modo simple, a través de niños comunes, los videntes, y nos habla con palabras humanas, comprensibles y simples. Sin ruido ni bullicio. En este mensaje desea que aprendamos de la naturaleza. Existen bellezas naturales que impresionan al hombre y lo llenan de algo sublime, como si estuviera ante el Altísimo. Y en su esencia la naturaleza es muy simple. No existen en ninguna parte grandes fábricas que produzcan tal variedad de colores de flores y de prados, la belleza de los montes y de los mares. Todo es obra del Creador. Así María es grande, no por las obras hechas gracias a la fuerza humana, sino por la mano del Creador. Por eso Ella clama: “Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su nombre es Santo!” (Lc 1,49).
Todo lo que sucede en las almas de numerosos fieles-peregrinos que visitan este lugar santo, es obra del Creador que no olvida a sus hijos. Las apariciones de la Virgen confirman tal hecho.
Las últimas palabras de la Virgen de este mensaje pertenecen al Evangelio, son palabras de Jesús: “Pidan a Dios la conversión de vuestros corazones, y todo el resto, El lo ve y provee.” Jesús dice: “Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura” (Lc 12,31).
Madre María, gracias por tus palabras divinas, tus palabras maternas. Gracias por todos aquellos que creyeron en tus palabras y abrieron el corazón para el encuentro con Dios, la fuente de la vida, del amor y de la paz. Te imploramos, María, la gracia de saber distinguir lo valioso de lo insignificante en nuestra vida.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.04.2002