Tejiendo la paz en el telar de la vida

¡Queridos amigos reciban hoy siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!

La paz es un anhelo que todo ser humano lleva en su corazón. No es solo una emoción, sino también un camino a recorrer, que a su vez depende de las decisiones y acciones diarias en nuestras vidas.

Jesús nos dijo: “Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo” (Juan 14, 27); de aquí que la Virgen María en el mensaje de este mes, nos habla de “la alegría de la espera del Rey de la Paz”.

Jesús también nos dice: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (Mateo 5, 9). Pero ¿cómo trabajaremos por la paz, si esta paz no está antes en nuestros corazones?

San Agustín afirma que todos desean la paz.[1] Sin embargo cuando se contempla la realidad del mundo, de algunos sectores de nuestra sociedad, de muchas familias y aún, en algunos casos, de determinadas comunidades cristianas, uno se encuentra con la lamentable realidad de que se hallan divididas o enfrentadas; viviendo diversos grados de confrontación y de desamor en los que no hay lugar para la paz.

Por lo tanto, es de capital importancia que acojamos en nuestra vida los mensajes de la Virgen María, y que seamos hombres y mujeres colmados y rebosantes de la verdadera paz.   De este modo no será esta una paz intimista y fácilmente agotable, sino una paz que viniendo de Dios -que sana y serena los corazones- nos llevará a ser instrumentos de su paz para el mundo, pues brotará desde lo más profundo de nuestro ser, como un manantial de agua viva.

En este mensaje, Nuestra Madre también nos habla de un entretejido y de los “hilos que lo conforman”: que este tiempo esté entretejido de la oración por la paz y de las buenas obras”.

Los entretejidos -aun cuando no lo pensemos de manera consciente- forman parte de nuestro cuerpo, de nuestras relaciones humanas, y de los elementos que componen nuestra vida cotidiana.

Por ejemplo, los vestidos que cubren nuestro cuerpo han sido hechos con hilos que han sido sabiamente entretejidos, lo cual le concede a la ropa, la firmeza necesaria para que no se deshagan o desarmen después de un poco tiempo de uso, o al ponerlos en la máquina lavadora.

Pensemos en las redes que utilizan los acróbatas. Si alguno de ellos llegase a caer, las redes salvarían sus vidas. Pero esto también depende de que las redes hayan sido tejidas de modo correcto.

En este sentido una vida cristiana entretejida por el amor, la oración, el bien y la verdad, es una red firme que salva vidas; la propia y la de otras personas.

En algunas regiones hay playas a las que pueden acercarse tiburones voraces y agresivos, suelen colocarse redes para que estos no ataquen a las personas que se están bañando y disfrutando del mar.

En estos casos, la seguridad de los bañistas y el salvar sus vidas dependerá del grosor de los hilos de la red y de la pericia de quienes la hayan tejido.

En la Biblia, Satanás no es mencionado como tiburón, pero si como león rugiente que ronda buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8) Es por eso que debemos reconocer nuestra pequeñez, trabajar diariamente en descontracturar nuestros esquemas errados de pensamiento y el negacionismo que nos impide reconocer los propios errores y pedir perdón.  Solo así podremos dejar que Dios entreteja -con nuestra colaboración- una red amplia que nos defienda a nosotros, a nuestras familias, a los miembros de la Iglesia y a otras personas de los ataques insidiosos de satanás.

Asimismo, pienso en las redes que utilizan los pescadores. Estas son tejidas por personas que tienen la destreza suficiente para hacer un entretejido suficientemente amplio que permita que los peces pequeños no queden enredados en ellas; pero sí que puedan retener a los peces grandes que luego podrán ser comercializados.

Si la red tiene un tejido muy pequeño estará dañando el ecosistema marítimo o lacustre, devastando peces pequeños que no sirven para la alimentación humana; y por otro lado, si la red es frágil un pez grande puede romperla y escapar.

De este modo si queremos “atrapar” las gracias y las bendiciones de Dios, debemos pedir al Espíritu de verdad que nos ayude a entretejer los pensamientos, palabras, acciones y decisiones de cada día.

Solo con el discernimiento que viene de lo alto haremos un entretejido que filtre los problemas sin que éstos nos afecten, para que Dios actúe en su momento; y a la vez retendremos para nosotros y para el mundo las bendiciones de las cuales tenemos tanta necesidad.

Ahora alguno podría preguntarse ¿qué tiene que ver estas ilustraciones del entretejido de las redes con el mensaje de la Reina de la Paz y con nuestra vida cotidiana? Sobre esto me estaré refiriendo a continuación, utilizando la imagen de estas redes al estilo que los evangelios Jesús utiliza las parábolas para referirse a situaciones concretas de la vida diaria.

Meditemos en nuestro cuerpo, entretejido por el amor de Dios. El salmo 139:15, nos lo recuerda al decir: “No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra”. Es de gran ayuda evocar esta oración para agradecer a Dios por todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo; para consagrarnos a Él y para pedir sanación cada vez que lo necesitemos.

En el plano físico nuestro cuerpo esta integrado por el tejido epitelial, que forma barreras protectoras y participa en la difusión de iones y moléculas; el tejido conectivo que subyace y brinda soporte a otros tipos de tejidos, el tejido muscular que se contrae para dar movimiento al cuerpo y el tejido nervioso, que se ocupa de recibir, analizar, generar, transmitir y almacenar información proveniente tanto del interior del organismo como fuera de éste.

Si uno de estos entretejidos se resiente, también se resiente nuestra salud; entonces enfermamos y podemos morir.

De manera análoga, cuando en el entretejido de nuestra vida espiritual falta la oración del corazón, las acciones concretas por la paz y las buenas obras, entonces estaremos enfermos espiritualmente, careceremos de las barreras protectoras para nosotros mismos, pero también para los hijos y demás integrantes de la familia.

Hay quienes no se dan cuenta hasta qué punto están enfermos espiritualmente, ya que tienen un entretejido espiritual frágil, pues lo han debilitado con acciones como son el sembrar división a través de pensamientos y conversaciones prejuiciosas, con mentiras, críticas o calumnias.

Estas personas han tejido una red -posiblemente hasta con el cumplimiento de actos religiosos-, pero que a la vez son un soporte débil pues no sirve para sostener a los miembros de sus familias, grupos o comunidades.

En este sentido Nuestra Madre en su mensaje de noviembre nos habla de un entretejido cuyos hilos son las buenas obras y la oración por la paz.

San Pablo nos habla de un entretejido que nos revista, así como los vestidos cubren y protegen nuestro cuerpo, especialmente las zonas más vulnerables. Pero que nos exige despojarnos de los vestidos viejos: “ahora es necesario que acaben con la ira, el rencor, la maldad, las injurias y las conversaciones groseras. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador” (Col. 3:8-10).

No podemos trabajar por la verdadera paz en el mundo, y nuestra oración por la paz no tendrá gran eficacia, si primero no despojamos nuestros pensamientos, corazones, palabras, acciones y decisiones de todo lo que sea contrario a la verdad de Dios. De aquí que Nuestra Madre en su mensaje de este mes nos presenta una gradualidad creciente cuando habla de la paz, diciendo en sus corazones, (luego) en sus familias y (finalmente) en el mundo”.

Puedes orar y preguntarte ¿con que hilos estoy tejiendo cada día en el telar de la vida?

Toma un tiempo para orar y para pedir al Espíritu Santo que sea Él quien te guíe en el camino de transformación que te inunde y revista de la verdadera paz, tejiendo con sabiduría un entretejido de paz en nosotros, en nuestras familias e Iglesia, para que a partir de allí la paz de Dios se irradie en el tejido social de nuestros países y en los países que atraviesan diversos conflictos.

El Espíritu Santo será quien, de modo invisible y amoroso, te tomará de la mano y te irá mostrando suavemente las heridas de tu alma y los pensamientos o deseos ladrones que te roban la paz.

 

Padre Gustavo E. Jamut, omv

Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz

 

 

 

 

 

 

[1] San Agustín en XIX De civ. Dei

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