Comentario del mensaje de la Reina de la Paz del 25 de noviembre de 2020

¡Queridos amigos de la Reina de la Paz, reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!

Debo confesarte que me asombró que en este tiempo de pandemia y de crisis social y moral en tantos países, nuestra madre hable de este tiempo como un tiempo de amor, de afabilidad y de alegría.

Evidentemente que es un tiempo de oración, ya todo lo sabíamos; aunque no siempre lo pongamos en práctica. Pero que estos tiempos tan difíciles sean un llamado de parte de Dios a ser personas amorosas, afables y alegres, a mí me parece que puede llegar a producir una revolución espiritual de santidad testimonial.

Por lo tanto, te invito para que a continuación meditemos en cada una de estas tres cualidades que estuvieron presentes en grado máximo, tanto en el Niño Jesús como en la Virgen María y en San José. De este modo, tal vez pueda ser una gracia para pedir a Dios durante este tiempo de Adviento y un buen propósito de vida en el cual ejercitarnos.

 

  1. Es tiempo de amor

Profundizando en este tema descubrí que Dios le habla a Ezequiel acerca de su pueblo y de la desnudez y estado de fragilidad en la que sus habitantes se encuentran: “Yo pasé junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo del amor; extendí sobre ti el borde de mi mano y cubrí tu desnudez; te hice un juramento, hice una alianza contigo –oráculo del Señor– y tú fuiste mía”.[1]

¿No es ésta acaso una realidad que estamos viviendo en nuestros países y en el mundo entero?

Ya es hora de reconocer que somos débiles, que estamos como desnudos y sin fuerzas, que es necesario entregar la corona al único Rey. Es hora de sumergirnos -a través de la oración, del perdón y de la solidaridad- en una experiencia revitalizante del amor de Dios y de María.

A mí me parece que incluso las últimas palabras del versículo de Ezequiel: “hice una alianza contigo –oráculo del Señor– y tú fuiste mía”,[2] pueden ser una invitación para que este tiempo de Adviento nos impulse a la oración de intercesión, consagrando a Dios por medio del Inmaculado Corazón de María nuestros países y el mundo entero.

Jesús nos ha enseñado con su palabra y con su ejemplo que: “No hay mayor amor que dar la vida”;[3] por lo cual nuestra Madre nos invita a reflexionar y a asumir propósitos concretos para que este tiempo de Adviento y la próxima Navidad puedan ser una buena oportunidad a fin de dar momentos de nuestras vidas, intercediendo por las necesidades de la Iglesia y del mundo, ofrendando una parte de lo que Dios nos concede, y también sirviendo con un renovado fervor en nuestras comunidades y en los diversos ámbitos de la sociedad.

 

  1. Es tiempo de afabilidad

Es hermoso ver el amor y la delicadeza de la Virgen María, que en sus mensajes adapta su lenguaje como una mamá o una sabia maestra adapta el lenguaje y la comunicación con los niños pequeños, para que éstos puedan comprender la enseñanza que quiere trasmitirles. Y en este caso se nota al utilizar el término “afabilidad” en la traducción al español -a mí me parece que por primera vez-; la cual es una palabra comprendida por todos nosotros, aunque lamentablemente no siempre practicada.

A su vez,p la traducción del Mensaje de este mes al italiano, reproduce el término como “calore”; lo cual evidentemente significa “calidez”, que nos ayuda a comprender un poco mejor el modo de comunicarse de las personas afables. Las personas afables son personas que trasmiten calidez, y que por lo tanto nos agrada acercarnos a ellos y compartir momentos en la vida.

Sinónimo de la afabilidad no sólo es la calidez en las palabras y en el trato, sino también la amabilidad, cualidades que sobre abundaron en las tres personas de la Sagrada Familia de Nazaret, y que también debemos cultivar y desarrollar cada uno de los hijos de Dios.

La palabra afabilidad deriva del latín “affabilĭtas”, que expresa la cualidad de ser afable. Y como ya he mencionado, se puede emplear como sinónimo de afabilidad principalmente la palabra amabilidad, pero también los términos: gentileza, generosidad, cordialidad, benevolencia, cortesía, franqueza, gentileza, etcétera.

A continuación, recordemos algunos textos bíblicos que nos hablan sobre lo importante que es, que los cristianos crezcamos en la afabilidad y en la amabilidad con todos:

“La boca amable multiplica sus amigos, la lengua que habla bien multiplica las afabilidades”.[4]

San Pablo dice que: “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí”.[5]

Por lo tanto, si queremos ser hombres y mujeres que glorifiquen a Dios y alegren el corazón de Nuestra Señora, necesitamos desarrollar en nosotros la afabilidad y la amabilidad sincera.

En ocasiones, he observado a católicos que -cenando en un restaurante- hablan con dureza o como con superioridad y de malos modos a un camarero o a una camarera. Y otras veces he notado la misma actitud de alguna que otra persona con sus empleados, con integrantes de su familia, e incluso con personas de su iglesia. Pero entre nosotros no debe ser así.

Por lo tanto, si al examinarnos observamos que en nosotros hay rigidez, dureza o brusquedad en la palabra y en el trato, estos tiempos de Adviento y de Navidad puede ser una muy buena oportunidad para pedir a Dios ser tocados por la Divina Misericordia, y recibir cada día un poco más de la gracia, de un corazón que se convierte en un corazón afable, amable y de buen trato.

La gracia puede llegar a transformar a una persona agresiva, hosca y brusca, haciéndola encantadora y amable, concediéndole la delicadeza de un corazón afectuoso, que desea vivir en armonía y cordialidad con sus semejantes, constructora de unidad en todos los ambientes, amante de la caridad, que conoce de la paciencia, la humildad y la disponibilidad para vivir en comunión con los integrantes de su familia, de su comunidad y en todos los ambientes.

Entonces, al llegar la fiesta de Navidad, el mejor oro, incienso o mirra que le podremos ofrecer al niño Dios será, un corazón transformado por el amor, la afabilidad y la alegría.

En estos tiempos de Adviento y de Navidad, clamemos frecuentemente: “Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.[6]

 

  1. Es tiempo de alegría

Dice un conocido refrán: “al mal tiempo, buena cara”. Aunque a mí me gusta más, decir: “al mal tiempo, corazón alegre”; Pues esto me recuerda la decisión del santo jesuita chileno, San Alberto Hurtado, quien cada vez que algo malo sucedía, renovaba la decisión de confiar en Dios, para no dejarse hundir por las dificultades; y entonces proclamaba confiadamente: “¡Contento, Señor contento!”.

Yo también he tratado de poner en práctica lo que hacía San Alberto Hurtado, y cada vez que un problema amenaza con arrastrarme hacia el campo de la tristeza o de la preocupación, entonces comienzo a cantar, a alabar a Dios, y yo también digo en fe: “¡Contento, Señor contento!”.

La alegría de la cual nos habla Nuestra Madre la Virgen en este mensaje del 25 de noviembre, es una alegría que se apoya en la fe puesta en Dios, y en la esperanza que no defrauda. Es una alegría que surge en aquellos que son personas amorosas y afables, y que confían en que el amor de Dios es más grande y más fuerte que cualquier pandemia, enfermedad, adversidad económica, crítica, tradición, mentira, persecución o cualquier otra dificultad.

Esta alegría fluye del Corazón de Dios hacia nuestros corazones, cuando nos dejamos inundar de la Santa locura que tuvo San Pablo quien, a pesar de estar prisionero en la cárcel, y a pesar de que le arrebataron todo, que lo flagelaron, a pesar de que lo condenaron a muerte, el sigue proclamando con autoridad: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca”.[7]

A mi entender, el secreto de la alegría Pablo consiste en que a pesar de todas las dificultades, él conserva la seguridad de que Dios está cerca.

Hoy me animo a preguntarte si tú tienes esa misma seguridad, si te abres a esa experiencia del amor que Dios te tiene y que más allá de las dificultades -si tú no te sueltas de su mano- sabes que él jamás te abandonara.

Querido amigo/a, no permitas que nada ni nadie te robe la alegría y la afabilidad.

Este tiempo de Adviento y de Navidad es un tiempo propicio en el cual Dios quiere bendecirte y utilizarte como instrumento para que muchas otras personas conozcan el amor de Dios y de la Virgen Santísima.

Te abrazo espiritualmente en los corazones de Jesús y de María y me encomiendo a tus oraciones.

Te bendice nuestro buen Dios: en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Padre Gustavo E. Jamut, omv

www.comunidadmensajerosdelapaz.org

[1] Ezequiel 16:8

[2] Ezequiel 16:8

[3] Juan 15: 13

[4] Eclesiástico 6,5

[5] Gálatas 5,22-23

[6] Referencia: Mateo 11:29

[7] Filipenses 4:4-5

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