La oración del “Padre Nuestro” es la oración cristiana por excelencia, enseñada por Jesús a sus discípulos, según se relata en el Evangelio de San Mateo (Mateo 6, 9-13) y de San Lucas (Lucas 11, 1-4).
En el Evangelio de Lucas aparece en la sección que es denominada el viaje a Jerusalén. El relato presenta a Jesús orando solo en “cierto lugar”; cuando terminó su diálogo con el Eterno, uno de sus discípulos le pidió: “Señor, enséñanos a orar”.
En el relato de Mateo, aparece en el contexto del Sermón de la montaña. Jesús recomienda orar en privado y con sencillez, y ofrece el Padrenuestro como ejemplo de oración sencilla para dirigirse al Padre. En Mateo no aparece la petición del discípulo, fue iniciativa del propio Jesús enseñar a rezar con el Padrenuestro.
En la práctica la Iglesia primitiva optó por el texto de Mateo más extensa y profunda, y, que, además, es, también, la forma litúrgica. Tras la invocación inicial (“Padre nuestro que estás en el Cielo”), contiene siete peticiones: las tres primeras se dirigen a Dios; las otras cuatro están relacionadas con necesidades y preocupaciones humanas. La versión de Lucas contiene sólo cinco peticiones.
En 1983, como Jesús en el Sermón de la montaña, por propia iniciativa, la Gospa enseñó a Jelena Vasilj una oración, que podemos recitar diariamente. Podemos considerarla como la oración que la Gospa nos enseñó a todos, como Su hijo nos enseñó el Padrenuestro.
En verdad se trata de una oración de “consagración” a Su Inmaculado Corazón. Como en Fátima, también en Medjugorje, la Reina de la Paz nos invita a la devoción a Su Inmaculado Corazón, a consagrarnos personalmente: “Queridos hijos, os invito a consagraros a mi Corazón Inmaculado. Deseo que os consagréis personalmente, como familias y como parroquias, de tal modo que todos vosotros pertenezcáis a Dios a través de mis manos” (25.10.1988). “Consagradme vuestros corazones y yo os guiaré. Os enseñaré a perdonar, a amar al enemigo y a vivir según mi Hijo” (2.02.2013). Además, nos promete: “Yo protejo particularmente a aquellos que se han consagrado a Mí” (31.08.1982).
Si en Fátima la Virgen profetizó el triunfo de Su Corazón Inmaculado (13.07.1917), en Medjugorje, donde se consumará definitivamente este triunfo (cfr. Mensaje del 25.08.1991), nos dice: “Queridos hijos ayudad a mi Corazón Inmaculado a triunfar en este mundo tan pecador. Yo os imploro a todos vosotros que ofrezcáis oraciones y sacrificios por mis intenciones” (25.09.1991).
El texto completo de la oración, reza así: “Corazón Inmaculado de María, lleno de bondad, muéstranos tu amor para con nosotros. Que la llama de tu Corazón, oh María, inflame a todos los hombres. Todos nosotros te amamos. Imprime en nuestros corazones el verdadero amor de modo que tengamos un continuo deseo de Ti. Oh María, de Corazón dulce y humilde, acuérdate de nosotros cuando estamos en pecado. Tú sabes que todos los hombres pecamos. Concédenos, por medio de tu Inmaculado y Maternal Corazón, que seamos curados de toda enfermedad física y espiritual. Haz que siempre podamos contemplar la Bondad de tu Corazón Maternal y lleguemos a convertirnos por la llama amorosa de tu Corazón. Amén”.
Providencialmente, así como la oración de Jesús, así también la de María contiene una invocación inicial y siete peticiones:
Invocación inicial: “Corazón Inmaculado de María, lleno de bondad”.
La Reina de la Paz nos ha hablado muchas veces sobre el Inmaculado Corazón de María, invitándonos a acercarnos confiadamente y a consagrarnos personalmente a Su Corazón Maternal. Nos invita continuamente a rezar con el corazón, en espíritu y verdad: que nuestra oración no sea sólo palabras que pronuncian los labios, sino que nazca de lo más íntimo de nuestra alma.
Invocar al Corazón Inmaculado de María, es, en realidad, invocarla a Ella misma con absoluta confianza en su amor de Madre. Su Corazón materno es Inmaculado porque late en el pecho de la Inmaculada, la Purísima, la Tota Pulcra, la llena de gracia. Es, también, un Corazón Doloroso, porque ama (como Su Hijo) con pasión, porque como corredentora está asociada a la Pasión de Jesús, y, así, Su Corazón traspasado por “la espada de dolor” vive y sufre todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir Su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo. Finalmente, confesamos que es un Corazón “lleno de bondad”, porque es manso y misericordioso, humilde y obediente, como el de Jesús, cuyo corazón empezó a latir en Su Seno al mismo compás; un Corazón, en fin, que colmado del amor que es la Santísima Trinidad (cfr., Juan 17,26), desborda gracia y ternura, siendo Huerto cerrado, morada del Altísimo, alcoba del Espíritu Santo.
Primera petición: muéstranos tu amor para con nosotros.
Siendo niños aprendimos a rezar y a cantar a María, a memorizar oraciones que, con infantil confianza, rezábamos a Nuestra Madre con ternura filial. La oración Ave Maris Stella contiene esta invocación latina: “Monstra te esse Matrem”, es decir, “Muéstrate, Madre”, en la que suplicamos a María que interceda por nosotros y nos muestre Su amor y cuidado como Madre. En Medjugorje, la Gospa nos invita a renovar esta misma súplica. Ella puede mostrar todo Su amor de Madre (la plenitud de Su ternura materna) y Su poder de Reina, cuando nos consagramos a Su Inmaculado Corazón.
Segunda petición: Que la llama de tu Corazón, oh María, inflame a todos los hombres. Todos nosotros te amamos.
La llama que inflama el Corazón maternal de María es la llama de Su amor, del perfecto y purísimo amor con el que ha amado, desde el primer instante de Su Concepción Inmaculada, a Dios. Es el mismo Amor increado que desde siempre la habita. Ella desea que supliquemos que Su mismo amor, el fuego divino que como la zarza ardiente inflama Su Corazón sin consumirlo, arda también en nuestros corazones, e inflame a todos los hombres. Y, al mismo tiempo que mendigamos Su amor, le confesamos el nuestro, aunque, a veces, no parece ser tan ardiente y se entibie, hasta el punto de correr el peligro de extinguirse… Por eso, aun reconociendo que la amamos, le suplicamos derrame Su amor en nosotros, para poderla amar con Su mismo ardiente amor, de suerte que la llama chispeante de Su Corazón inflame el nuestro y el de todos nuestros hermanos en un mismo fuego de amor.
Tercera petición: Imprime en nuestros corazones el verdadero amor de modo que tengamos un continuo deseo de Ti.
El verdadero amor es el amor que arde como llama viva en Su Inmaculado Corazón y en el Seno de la Santísima Trinidad. Un amor verdadero y puro, pleno y perfecto, divino y gracioso. El amor con el que eternamente Se aman los Tres, con el que los Tres la aman a Ella. Ese amor que inflama Su Inmaculado Corazón y une a los Tres en una única y sola naturaleza divina, en la que son, viven y existen en eterna y perfecta comunión de Personas, es el mismo amor con el que María ama a Su Hijo, ama al mismo Dios y nos ama, también, a nosotros.
Suplicamos amar con ese mismo amor para que fructifique en nosotros en un creciente “deseo de Ti”. Porque no basta sólo con amarla; también hemos de anhelarla: desear amarla y servirla cada día más y mejor. De esta suerte, cuanto más verdadero sea nuestro amor filial, mayor será nuestro deseo de conocerla, amarla y servirla. Y de darla a conocer, para que sea por todos amada y servida.
Cuarta petición: Oh María, de Corazón dulce y humilde, acuérdate de nosotros cuando estamos en pecado. Tú sabes que todos los hombres pecamos.
Invocando nuevamente Su Corazón Inmaculado que, como dijimos, es “dulce y humilde”, le pedimos: “acuérdate de nosotros cuando estamos en pecado”.
Todos somos pecadores. Todos hemos sido concebidos en pecado. Todos lo hemos heredado. Todos, pecamos. Todos, menos Ella, concebida Inmaculada, en el estado de inocencia original perdido. Nacida libre de culpa, nunca conoció el pecado, la desobediencia, el orgullo. Ni aún el más leve y venial. Purísima y llena de gracia, no conoció jamás ninguna imperfección ni el deseo de concupiscencia. Ella vive, desde Su Concepción, en santidad perfecta.
También en Su oración, el Avemaría, le pedimos que ruegue por nosotros pecadores, “ahora” (cuando se decide -en cada decisión que tomamos- nuestra suerte eterna) y “en la hora de nuestra muerte” (cuando estamos en el mismo umbral de la eternidad). En esta oración que nos enseña en Medjugorje nos invita a pedirle que, conociendo nuestra debilidad e infidelidad, nos auxilie especialmente cuando “estamos en pecado”.
La experiencia que San Pablo describe en la Carta a los Romanos (cfr. 7, 18-25) la descubrimos cada uno de nosotros en nuestra vida: «Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero». Tomar conciencia de esta contradicción arraigada en lo más profundo de la vida de cada uno de nosotros significa entender nuestro límite y nuestra finitud radicales.
De esta experiencia compartida por todos (menos por Ella), nace esta preciosa oración que la Gospa nos enseña en Medjugorje y esta cuarta petición para que se acuerde de nosotros, se muestre Madre y venga en ayuda de nuestra debilidad.
Quinta petición: Concédenos, por medio de tu Inmaculado y Maternal Corazón, que seamos curados de toda enfermedad física y espiritual.
El pecado provoca en nosotros heridas, enfermedades (físicas, psicológicas y espirituales), sufrimiento y, finalmente, muerte. Son los llamados “frutos del pecado”, toda una serie de consecuencias negativas causadas por nuestros comportamientos pecaminosos. La Carta del apóstol Santiago afirma: “El fruto de estos malos deseos, una vez concebidos, es el pecado; y el fruto del pecado, una vez cometido, es la muerte” (1,14-15).
María nos enseña a apelar, nuevamente, a Su Inmaculado y Maternal Corazón y pedirle que nos sane de esas consecuencias negativas que el pecado provoca en nosotros. Al pedirle nos conceda ser curados de toda enfermedad, suplicamos por la sanación.
La sanación se refiere al proceso de recuperación y restauración de la salud, tanto física como mental, emocional y espiritual, que el pecado nos arrebata, y que abarca la curación de heridas, la recuperación de enfermedades y la resolución de traumas emocionales y espirituales.
Al ser, de esta suerte, sanados alcanzaremos la Paz en la que Ella reinará, Soberana y Señora. Entonces, Su promesa de Fátima se consumará, al fin, en Medjugorje cuando se realicen los diez Secretos. Esta promesa (y el cumplimiento de estos Secretos) se acerca. Un nuevo Pentecostés está ya a las puertas.
¿Nuestra generación será la que contemple el triunfo del Corazón Inmaculado, cuando, al fin, María triunfe a través de Sus hijos? Sea como fuere, cuando llegue la hora anunciada, se inaugurará, con este Triunfo, un nuevo tiempo de Paz en una tierra nueva, en una Iglesia renovada y transfigurada por el Espíritu Santo, en la que Cristo reinará sobre todos los pueblos, cuando se haga al fin la voluntad de Dios “en la tierra como en el cielo” y Jesús Eucaristía sea nuestro centro. Una tierra y un cielo, un mundo y un tiempo, “nuevos” (la nueva “civilización del amor” anunciada por San Juan Pablo II): la de los Corazones Triunfantes de Jesús y de María.
Sexta petición: Haz que siempre podamos contemplar la Bondad de tu Corazón Maternal.
Pedimos, ahora, “contemplar”, es decir, mirar con atención, calma e interés (no olvidemos que “saber mirar es saber amar”).
Hay una diferencia significativa entre “ver”, “mirar”, “observar” y “contemplar”. “Ver” es simplemente percibir con la vista, mientras que “mirar” implica dirigir la vista hacia algo intencionalmente. “Observar” va un paso más allá, requiriendo atención y análisis cuidadoso de lo que se ve, estableciendo asociaciones y juicios. “Contemplar” es una forma de observar más profunda y prolongada, que implica reflexión y una conexión más íntima con lo observado.
Nuestra Madre no nos enseña que pidamos ver, ni mirar u observar Su Bondad, sino que seamos capaces siempre de “contemplar” la Bondad de la que está lleno Su Corazón Maternal.
Contemplar es exhalar la belleza y bondad del contemplado y dejarse poseer.
La contemplación despierta nuestra capacidad de asombro. Al contemplar el Corazón Maternal de María admiramos su Bondad y nos llenamos de expectación y gratitud. Contemplar es una forma sublime de oración.
Según Santo Tomás de Aquino, contemplar ha de ser la primordial ocupación de quien ama y amar ha de ser el fin de todo el que desea contemplar a Dios. De esta suerte, al pedir “haz que siempre podamos contemplar la Bondad de tu Corazón Maternal”, estamos pidiendo conocer y considerar a María, amarla verdaderamente y desear servirla siempre mejor.
Séptima petición: y lleguemos a convertirnos por la llama amorosa de tu Corazón. Amén”.
La última petición es que “lleguemos a convertirnos”. Concluye, así, la oración como comienza el Evangelio: con una llamada a la conversión. Este es, también, el principal llamado de todas las Apariciones Marianas.
También en las de Medjugorje. En efecto, cuando se cumplen cuarenta y cuatro años de nuestro caminar con María, la Reina de la Paz, en este “Kairós” o tiempo de gracia que es su presencia entre nosotros, podemos afirmar que todo cuanto nos viene diciendo desde el primer día se resume en este mismo mensaje o llamado a la conversión.
Valgan, como muestra, estos ejemplos: “He venido a invitar al mundo a la conversión por última vez” (2.05.1982). “¡Queridos hijos! Hoy deseo envolveros con mi Manto y conduciros a todos hacia el camino de la conversión” (25.02.1987). “Queridos hijos, hoy, os invito a la conversión. Este es el mensaje más importante que Yo os he dado aquí” (25.02.1996). “¡Queridos hijos! Os invito a todos a la conversión del corazón” (25.08.2004).
La conversión apunta a la idea de cambiar de rumbo, de hacer marcha atrás (arrepentirse) y volviendo uno sobre sus pasos, regresar “al Padre” (enmendarse). Esto define lo esencial de la conversión que implica siempre un cambio de conducta, una nueva orientación de todo el comportamiento. Un poner a Dios siempre en el primer lugar.
Conversión que pedimos alcanzar por Su intercesión materna, “por la llama amorosa de tu Corazón”: la llama de amor del Corazón Inmaculado y Triunfante de María capaz de inflamar de amor nuestros corazones, colmarlos de gracias y deslumbrar, cegando y confundiendo, a satanás.
Amén. Así sea.
Fco. José Cortes Blasco.