Queridos hermanos y hermanas, María es la portadora de nuestra esperanza.

Hoy nos encontramos como peregrinos de la esperanza, llamados por una voz materna que resuena suavemente desde Medjugorje. María, Reina de la Paz, no nos invita a quedarnos en la superficie de la fe, sino a sumergirnos en el corazón de su Hijo.

Ser peregrino no es solo recorrer un camino externo, sino dejar que el corazón se mueva, que se despierte. Ella nos guía con dulzura, no para huir del mundo, sino para volver a él como portadores de paz, como testigos silenciosos de que Dios actúa, de que la esperanza no es una ilusión, sino una certeza sembrada en el alma.

A través de la oración, el silencio y el encuentro, Medjugorje nos enseña que la paz comienza en el interior. Y donde hay paz, brota la esperanza. Caminemos con María, sin prisa pero sin pausa, abiertos a lo que Dios quiera obrar en nosotros.