25 de abril de 2004

La Virgen María viene a nosotros desde hace 22 años y 10 meses, y con un corazón materno nos dirige sus mensajes. Con sus mensajes nos quiere conducir por el camino de la conversión y de la santidad. Muchos hijos de María durante este año han creído y encontrado la fuerza vivificante de su presencia aquí entre nosotros. El tesoro del cielo que viene a nosotros puede permanecer escondido para nosotros. Esa preciosa perla puede quedar sepultada y perdida. Aquellos que la encuentran son capaces de sacrificar todo: su tiempo, su amor y su vida. El Evangelio nos enseña: “Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.” (Mt 6, 21). María desea que nuestro tesoro esté en Dios, en los valores espirituales y no en las cosas y en el tesoro de este mundo que se arruina, donde la polilla y la herrumbre lo consumen (ver Mt 6,20). Quien descubra ese tesoro no quedará encallado, atado a la orilla de este mundo que aprisiona, sino que se atreverá a remar hacia la alta mar, a donde nos llama Jesús.

En la simplicidad de las palabras de la Virgen se esconde la fuerza del Cielo, la fuerza de la Madre que es capaz de hacer renacer nuestras vidas. Por eso con este mensaje nos llama: “Vivan aún más fuertemente mis mensajes”. Nuestro Dios es un Dios de humildad y simplicidad. Así son de simples las palabras maternas que nos dirige y que son capaces de crear en nosotros una nueva mentalidad, la mentalidad del Evangelio, de la vida de Dios que desea florecer en nosotros.

Solamente en humildad y amor podemos conocer a Dios y reconocer los mensajes de la Virgen como mensajes del Evangelio, mensajes del Reino de Dios que desea comenzar a vivir en nosotros y a través de nosotros en este mundo. Dios en Jesús se humilló y descendió hacia nosotros a fin de que nosotros pudiéramos comprenderlo y escucharlo. Jesús en la última cena lava los pies a sus discípulos. El, Dios, se inclina para limpiar los pies de sus discípulos. Lavar los pies a alguien es tarea de un sirviente o de un esclavo. Para lavar los pies de alguien, hay que inclinarse o arrodillarse ante alguien. Hay que inclinarse para llegar al pie de alguien. Precisamente es eso lo que hace Jesús. El se arrodilla ante los discípulos y los mira desde abajo hacia arriba, como un niño pequeño que mira a los adultos, desde abajo hacia arriba porque es pequeño, como si les quisiera preguntar: ¿Me aceptas? Dios le habla al hombre desde abajo hacia arriba, su palabra resuena con humildad. Y el hombre espera que la Palabra de Dios venga en sentido contrario – ¡es por eso que no puede escuchar a Dios!

También la Virgen nos habla aquí, podríamos decir, desde abajo hacia arriba. Habla con palabras de niña que todos pueden entender y nos pregunta: ¿Quieres aceptarme, quieres escucharme a fin de que la vida por medio del Espíritu Santo pueda florecer en ti y te conviertas en testigo de lo que más necesitamos, es decir, de la paz y del perdón?

Escuchemos a María que nos habla y seremos felices ya aquí en la tierra.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.04.2004

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