¡Queridísimos!
Me dirijo con alegría a vosotros, que participáis en el Festival de Jóvenes en Medjugorje, que es una ocasión para celebrar y renovar vuestra fe. Deseo que viváis estos días como una peregrinación espiritual que os llevará al encuentro con el Señor en la Eucaristía, en la adoración, en la Confesión, en las catequesis bíblicas, en la oración silenciosa del Rosario, pero también a través de los testimonios.
El tema de este año propuesto para vuestra reflexión es: “Estos son mi madre y mis hermanos” (Mt 12,49). El evangelista Mateo relata que Jesús, mientras hablaba a la multitud, fue informado de que su madre y sus hermanos estaban afuera y que lo buscaban. Jesús responde con la pregunta: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (Mt 12,48). “Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ¡Estos son mi madre y mis hermanos! El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12,49-50).
Nos golpean profundamente el gesto y las palabras de Jesús, porque a primera vista parecen una falta de respeto a la Madre y a los familiares. De hecho, con esta afirmación, él quiso mostrarnos que someterse a la voluntad del Padre, fortalecerse en unión con Él, es un vínculo más fuerte que el que se tiene con los parientes consanguíneos más cercanos. Queridos jóvenes, ¡la voluntad de Dios es un tesoro inestimable! Por esta razón, la Virgen María establece un parentesco con Jesús incluso antes de entregarlo al mundo. Se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acepta las palabras del ángel, respondiendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). A partir de ese momento, toda su vida fue un ejercicio continuo de la voluntad de Dios.
Sin embargo, a menudo nos encontramos en conflicto con esta voluntad, a veces nos resulta difícil entenderla y aceptarla, quisiéramos una vida diferente, sin desafíos, sin sufrimientos; quisiéramos ser diferentes, tal vez más inteligentes, más ricos en talentos y dones inculcados. Sin embargo, no hay mejor voluntad para nosotros que la del Padre, que es el plan de amor para nosotros en la perspectiva de su Reino y de nuestra plena felicidad. A menudo tenemos miedo de esta voluntad, porque tememos que Dios nos imponga algo por pura casualidad, y no para nuestro bien; tememos que aceptar su voluntad signifique renunciar a nuestra libertad. En cambio, debemos buscar diligentemente, pedirle a Dios Padre que nos haga conocer su voluntad y pedirle que se cumpla en nosotros. Y Jesús nos muestra la razón más grande para desearlo: hacer la voluntad del Padre nos hace hijos suyos, hermanos, hermanas, madres, y crecemos en el amor por Él y por los demás.
Queridos jóvenes, Dios tiene un plan de amor para cada uno de vosotros. No tengáis miedo de su voluntad, sino poned toda vuestra confianza en su Gracia. Para Él sois realmente preciosos, sois importantes para él, porque sois obra de sus manos (Cfr. Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit, 115). Sólo Él conoce vuestro corazón y vuestros deseos más profundos.
Sólo Él, que os ama con amor pleno, es capaz de realizar vuestras aspiraciones. Nadie más que Dios podrá daros la verdadera felicidad. Siguiendo el ejemplo de María, que podáis decirle vuestro “sí” incondicional. Que no haya lugar para el egoísmo o la pereza en vuestra vida. Aprovechad vuestra juventud para construir, junto con el Señor, los cimientos de vuestra existencia, pues vuestro futuro personal, profesional y social dependerá de las decisiones que toméis en estos años.
En este camino, queridísimos jóvenes, que la Santísima Madre María os acompañe y os enseñe a discernir y aceptar la voluntad del Padre celestial en vuestra vida. Imprimid con vuestra juventud un signo de esperanza y de entusiasmo en el momento presente. ¡Sed misioneros entusiastas de la nueva evangelización! Llevad a los que sufren, a los que buscan, la alegría que Jesús desea dar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros amigos, allá donde vivis. Si dejáis que la gracia de Dios actúe en vosotros, si sois generosos y perseverantes en vuestro obrar diario, haréis de este mundo un lugar mejor para todos. Os bendigo con todo mi corazón. Por favor, rezad por mí.
Roma, en San Juan de Letrán,
Solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2023