¡Queridos amigos reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!
Hoy quiero invitarte a que reflexionemos sobre el don de la sabiduría un don que sobreabundó en la Virgen María y al cual ella nos invita con frecuencia para que crezcamos en esta virtud.
Comencemos reflexionando un texto bíblico acerca de este don y luego reflexionemos en lo que dice al respecto la Reina de La Paz en uno de sus mensajes.
Texto bíblico: Del libro de la Sabiduría 7:7.10-12
“Oré y me fue dada la inteligencia; supliqué, y el espíritu de sabiduría vino a mí… La amé más que a la salud y a la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta. Junto con ella me llegaron todos los bienes: sus manos estaban repletas de riquezas incontables”.
Del Mensaje de la Reina de la Paz, del 25 de mayo de 2001
“¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia los invito a la oración. Hijitos, trabajan mucho pero sin la bendición de Dios. Bendigan y busquen la sabiduría del Espíritu Santo para que los guíe en este tiempo, a fin de que comprendan y vivan en la gracia de este tiempo”.
Reflexión: “Pidiendo la sabiduría del Espíritu Santo”
Nos dice la Palabra de hoy: “Oré y me fue dada la inteligencia; supliqué, y el espíritu de sabiduría vino a mí…”
Seguramente a lo largo de nuestra vida hemos tenido maestros y profesores que nos han enseñado toda clase de ciencias y materias. Sin embargo, estrictamente hablando, solo podemos dar el título de “Maestro” -con total autoridad-, a Cristo Nuestro Señor, quien afirma: “no se dejen llamar Maestro, porque no tienen más que un Maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mateo 23,8).
Y esto es así porque Él es el MAESTRO con mayúsculas, que nos colma de la verdadera sabiduría, enseñándonos como “cursar” con éxito la materia de la vida.
El Padre, Jesús y el Santo Espíritu, nos enseñan el modo para vivir en paz con nosotros mismos y con nuestros prójimos, siendo sembradores a nuestro alrededor, de salud, alegría y gozo.
También podemos llamar “Maestra” a la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, pues en sus mensajes Ella nos comparte enseñanzas de vida, para así crecer en la verdadera sabiduría y para avanzar en la vida espiritual, como un camino de transformación integral de todas las dimensiones de la vida.
Sin embargo, hay muchas personas que tienen un concepto reductivo y muy limitado sobre la inteligencia, pues la circunscriben solamente al ámbito del conocimiento intelectual y en la capacidad para retener información.
No deberíamos olvidar que entre los dones del Espíritu Santo se encuentran los dones de sabiduría, ciencia, entendimiento, consejo, y como nos dice el profeta Isaías: “Sobre él reposará el Espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia” (Is.11, 2)
Esta es la sabiduría viva que nos viene del Espíritu del Señor y que colmó con su plenitud a la Virgen María… Esta es la sabiduría que -moviéndose en nosotros-, nos enseña como aprender a pensar, a fin de poder abrirnos a los pensamientos verdaderos que nos llenan de vida y de salud.
Esta sabiduría celestial también nos instruye en como deberíamos cerrar las puertas de nuestra mente a los pensamientos tóxicos que nos enferman.
La Virgen María, Reina de la Paz intercede por nosotros, y a través de sus mensajes nos enseña acerca del don de sabiduría y de entendimiento, así como también sobre el correcto valor de nuestras vidas y del valor de quienes nos rodean.
Esta sabiduría nos enseña la inteligencia práctica de cuando hablar y lo que decir, y cuando debemos callar. Ella a través de sus mensajes nos invita a entrar a su “escuela” de vida, para aprender a discernir lo que hacer y lo que no hacer. Es la sabiduría que nos advierte donde hay un peligro en el camino, y por lo tanto como actuar.
No obstante, en ocasiones nos cuesta confiar en esta sabiduría, pues hay quienes en la vida han recibido heridas de desvalorización, especialmente durante la niñez y adolescencia por medio de comparaciones con otras personas, y quizá hasta fueron heridos en su memoria auditiva con palabras o frases denigrantes tales como: “bruto/a”, “inútil”, “mal alumno”, “el peor de…”, “nunca vas a cambiar”, “eres un burro”, etc. Esas palabras u otras similares, pudieron herir profundamente la autoestima intelectual que alimenta el desarrollo cognoscitivo de la persona, generando temores, inseguridades y bloqueos.
Algunas personas -al haber sufrido carencias materiales en alguna etapa de la vida-, al lograr adquirir un cierto nivel de estabilidad económica, se van transformando progresivamente en esclavos del materialismo extendido en nuestro tiempo, y al ser católicos practicantes llenan esa inseguridad interior atiborrándose incluso de libros religiosos que luego tal vez ni siquiera leen, o que no los comparten con otros; o también con imágenes de santos, estampas, medallas, etcétera.
Muchas personas pudieron haber perdido el contacto con la sabiduría interior que Dios ha grabado en nuestros genes al ser criaturas suyas, hechas a su imagen y semejanza.
Estas personas necesitan la intercesión de la Virgen Santísima y el poder de Pentecostés, a fin de que los ayude a despertar o a resucitar la sabiduría e inteligencia que puede estar como dormida o muerta en su interior.
Algunas de estas personas pudieron haber tratado de cubrir la inseguridad interior, con títulos académicos, con logros empresariales, con roles a los que se ataron compulsivamente, atando incluso a otras personas a sí mismos. Algunos de ellos viven analizando las carreras y títulos de los demás, para medirlos según sus pobres parámetros.
Esto no implica desvalorizar los conocimientos intelectuales y la ciencia académica y científica, pues son una herramienta importantísima para el crecimiento humano. Pero tampoco significa sobrevalorarla y endiosarla, como es la tendencia de algunos ámbitos o familias, que la ponen como centro o el eje de la personalidad, o la encorsetan en un molde de meros títulos y diplomas.
Algunas de las personas que se han formado con esta idea, o que tienen alguna herida de baja autoestima, hacen esfuerzos indecibles por sobresalir y por recibir reconocimiento de los demás. Necesitan que los elogien para sentirse bien y estar tranquilos, pero aun así dudan de sí mismos y de los elogios que reciben, pues el problema de fondo es que tienen resentida la autoestima. Y estas actitudes dañinas pueden llevarlo incluso a los ámbitos eclesiales y comunitarios en los cuales se encuentran.
Sin embargo, debemos confiar en que -por medio de la oración- podemos abrir las puertas de nuestro corazón para que el Espíritu Santo sane la imagen que tenemos de nuestra inteligencia en particular y de nosotros mismos en general. De ese modo se fortalecerá en nosotros la libertad interior, y ya no tendremos miedo de tomar las decisiones acertadas hacia las cuales el Espíritu de Dios nos impulsa; compartiendo humildemente lo que sabemos con los demás, y enriqueciéndonos sin cesar con lo que Dios quiere seguir enseñándonos por medio de las otras personas y de los acontecimientos.
Cuando entramos en esta dimensión de discípulos pobres y pequeños de Jesús, Maestro de vida, no solo recibimos la luz del Señor, sino que además predisponemos a Dios para que nos de todo lo que necesitamos y mucho más, ya que como dice la misma Palabra: “Junto con ella (con la sabiduría) me llegaron todos los bienes: sus manos estaban repletas de riquezas incontables”.
Si prestásemos mayor atención a la ternura que contienen los mensajes de la Reina de la Paz, descubriríamos cómo con la delicadeza de sus palabras, ella acaricia nuestro corazón y sana las heridas del alma; como por ejemplo cuando nos llama: “queridos hijos”, o también: “gracias por haber respondido a mi llamado”.
Expresiones similares encontramos cuando habla con aquellas personas a quienes se les presenta a lo largo de la historia como, por ejemplo: a Bernardita en Lourdes, a los niños de Fátima, y especialmente a Juan Diego en México.
Oración
“Señor, tengo fe en que tu sabiduría me ilumina, que con ella me traes ideas nuevas y que me guiarás hacia las decisiones correctas.
Me sumerjo en tu claridad y en la paz que de ti proceden.
Confío en que la intercesión de María, y la luz de tu Espíritu, que mora en mí, me mostrará el camino correcto que debo tomar en cada ocasión y en todas las cuestiones.
Me dispongo para recibir la luz de tu Divina Sabiduría que viene a iluminarme y a inspirarme.
Quiero abrirme serenamente y ser receptivo a nuevas ideas y a una comprensión más profunda de lo que quieres que haga, de lo que es para tu mayor gloria y para el bien integral de mi vida y de la construcción de tu Reino.
Sana mi intelecto y mi autoestima en este nivel y afianza en mí corazón una mayor confianza en la creatividad que reside en mí y que procede de ti.
Guíame con tu claridad a fin de descubrir la mejor solución para cualquier situación y llevar a cabo con éxito el propósito fundamental de mi vida.
Con un corazón agradecido, te doy gracias porque tu sabiduría y tu guía siempre están disponibles para mí. Amén.”
Oración final
Padre del cielo, en nombre de tu Hijo Jesucristo, y por la intercesión de María Reina de la Paz, pongo en tus manos a todos tus hijos que habitamos esta tierra, especialmente a los más necesitados de tener una experiencia de tu amor y de tu Divina Misericordia. Que así sea.
Padre Gustavo E. Jamut, omv