Los diez secretos

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Tenía yo 15 ó 16 años, —ya no sé— aquel fin de semana de no recuerdo qué mes del calendario en que el colegio nos llevó a uno de esos retiros que solía organizar en no recuerdo qué localidad de las afueras de Madrid. Recuerdo vagamente que aquello se trataba de uno de esos retiros en que había que permanecer en silencio y meditar mucho, algo difícil para los que por entonces atravesábamos la adolescencia, o por lo menos, para mí, que era la primera vez que iba a uno y todavía no estaba acostumbrado a tal nivel de devoción. Porque yo era mas bien un muchacho tibio, y quizá por eso, todo aquello me producía indiferencia. Es triste reconocerlo, pero era así como yo sentía entonces la fe.

Una tarde, siguiendo el programa marcado, nos llevaron a un salón donde nos tuvieron un par de horas meditando. Unos lo hacían mentalmente, andando tranquilamente de allá para acá; otros, iban con un libro en las manos, para apoyarse en algún texto. En el centro pusieron una mesita con unos folletos de temática religiosa. Como yo era de esos a quienes no se le daba bien lo de meditar, me acerqué a ver un poco los folletos que allí habían. Eran unos 30 ó 40, del mas variado tema religioso: “las virtudes”, “el pecado”, “el perdón”, “la confesión”, “la eucaristía” y cosas así, que la verdad, en general, no me despertaban el más mínimo interés. Muy pronto me reafirmé en mi intención de seguir con el corazón fuera del retiro “pensando en mis cosas”. Hasta que di con un uno que consiguió captar toda mi atención. Un folleto que hablaba de la Virgen de Fátima, y, concretamente, del último secreto que la Virgen le dio a Sor Lucía Dos Santos cuyo contenido todavía estaba pendiente de darse a conocer. A mí todo aquello de pronto me cautivó e  inmediatamente lo abrí y me puse a leer llevado de un entusiasmo devoto. Podemos decir que ese día pude superar la frialdad de mi corazón, y fue gracias al atractivo misterioso de aquella temática. Quizá sin aquella dosis de misterio  nunca jamás habría leído ni una sola línea de aquel ramo de folletos regados sobre la mesa.

Lo más llamativo de todo, es que, a día de hoy, unos 25 años después de todo aquello, el único recuerdo que tengo del único retiro espiritual que hice durante toda mi juventud, es este que acabo de contar. El único. No recuerdo otra cosa de aquel retiro, nada de aquellas charlas, nada de aquellos que la dirigieron, nada de los nombres de nadie, ni nada del lugar en el que estábamos. Tan solo el tema misterioso de aquel folleto permanece vivo en mi memoria. Su recuerdo no pudo disiparse a pesar del implacable transcurso de ese par de décadas que desde entonces han pasado. El entusiasmo que sentí fue como un fuerte escudo contra la acción devastadora del olvido.

Esto que me sucedió a mí con los tres secretos de Fátima,  y que viví en mis propias carnes nos da una pista sobre el sentido y la pedagogía que  los diez secretos de Medjugorje ponen en juego.  En ambos casos hablamos de secretos. Aquí no nos importa tanto el posible contenido de cada uno de ellos —pues se trata esta de una cuestión que, por el momento, es irresoluble—, como de reflexionar acerca de por qué se nos comunica la existencia de unos secretos que habrán de desvelarse en un futuro próximo. Lo más interesante de ellos, es, precisamente, el hecho de que no sabemos su contenido, y que este desconocimiento nos introduce a todos en un estado de tensión, que nos deja a la expectativa, que nos mantiene en vilo, pendientes de su descubrimiento, en una palabra: atentos. Se hacía necesario establecer un estado de atención permanente con vistas al buen desarrollo de la experiencia de Medjugorje. Porque no es lo mismo vivir la experiencia de Medjugorje con el corazón predispuesto, inmersos en este estado de atención aludido, que vivirlo instalados en la desatención mas común, sumergidos en una especie de distracción total, perdidos en nuestras cosas. Lo primero, pues, que nos reclama la Virgen es una escucha.

Como quién tensa un arco para impulsar una flecha en dirección al cielo, los secretos estiran el corazón del hombre, abren dentro un espacio, donde cabe toda una espiritualidad que nos conduce al cielo, un ímpetu que actúa sobre todos nosotros, y absorbe todo aquello que tiene que ver con la santidad. Los secretos se ordenan según una pedagogía, obedecen a una pedagogía que custodia los corazones de quienes desde el primer momento entran en contacto con el corazón de Medjugorje. Decía San Pablo en la carta a los Gálatas que la antigua Ley era para el pueblo de Israel el  pedagogo que custodiaba sus corazones hasta la manifestación de la fe en Cristo; pues bien, aquí, en Medjugorje, también tenemos un pedagogo, y este pedagogo son los diez secretos que la Virgen dio a los videntes; los secretos, que son los que custodian la atención de los corazones hasta la manifestación de su contenido.  Se trata de una cuestión relacionada con el santo entusiasmo, se trata de articular la fuerza de un poder de atracción. Que me lo digan a mí, que un día de hace más de 25 años me echaron el ancla ahí adentro y desde entonces nada se ha movido.

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