En Medjugorje volví a nacer. 15/04/2010
Oí hablar de Medjugorje a una amiga de Miami que estuvo allí en los años 80 pero no volví a escuchar ese nombre hasta que mi hermano escribió un artículo para su periódico. Volvió de allí entusiasmado con lo que había encontrado y no paraba de decir a todo el mundo que tenía que ir y vivirlo personalmente. Decía: “no se puede describir, hay que vivirlo.” Mi interés no pasaba del punto de que mi hermano a veces escribía sobre el tema, pero aunque no me planteaba ir ni de lejos, él no se desanimaba y seguía insistiendo, tanto que llegó a resultar pesado porque no hablaba de otra cosa. Así estuvimos dos años, él diciendo que tenía que ir y yo viendo dificultades por todas partes: falta de dinero, una familia numerosa con niños pequeños que atender, la lejanía… Sin embargo empezaba a desearlo.
Ya no era él sólo quien me animaba, sino nuestro hermano mayor y un amigo suyo que organiza peregrinaciones, pero como cada vez que me lo planteaba en serio las dificultades crecían acabé diciéndole a la Gospa que si Ella quería que fuera a verla a su casa me lo hiciera saber, pero sin lugar a dudas. Un día sentí que era el momento y no debía esperar más y, aunque surgieron nuevas dificultades, me abandoné en Sus manos e hice la maleta.
Mi intención era peregrinar para pedirle tres cosas, ninguna para mí, pero tan importantes que tenía que pedírselas allí, no valía con rezar desde mi casa.
Era el 5 de diciembre de 2008, aniversario de la marcha al cielo de la Sierva de Dios Alexia González-Barros, de quien soy muy devota, e iba camino del aeropuerto cuando me di cuenta de que me había dejado en casa todas mis medicinas. Llevaba en tratamiento con psiquiatras y psicólogos desde los 17 años, y finalmente se determinó que padecía trastorno bipolar de tipo ciclotímico, el tratamiento se interrumpía solamente durante mis embarazos, y lo pasaba muy mal sin la medicación así que me asusté, pero no me daba tiempo a volver. Le pedí a Alexia consejo sobre qué hacer, pues sólo tenía dos opciones: agobiarme por lo que pudiera pasar o tomarlo como una señal de la Virgen, que algo querría decirme aunque yo no sabía qué. Elegí la segunda opción y me olvidé del tema.
La primera vez que subí al Podbro dejé mis peticiones a los pies de la imagen de la Virgen y le dije que no pedía nada para mí, que si Ella quería darme algo que lo hiciera pero que yo no pedía nada en particular. Terminé de rezar y me aparté de la imagen para dejar sitio a otros peregrinos.
Me puse a mirar alrededor y a hacer fotos. Ya había hecho lo que tenía que hacer allí, a partir de ese momento podía dedicarme a lo que quisiera.
Estaba pensando esto cuando sentí que mi corazón era llenado de una clase de amor grande e intensísimo como no había sentido hasta entonces ni he vuelto a sentir después, que tenía la certidumbre de que procedía de Dios y la Gospa, quien me hacía saber que yo era una hija muy deseada y amada por él. Estaba consciente, no veía a la Virgen, ni veía bailar el sol ni nada parecido, tan sólo percibía un calor suave muy agradable que salía de mi corazón y recorría mi cuerpo. Sabía que los problemas ordinarios de mi vida seguirían existiendo a mi vuelta, pero no me pesaban como antes de la peregrinación. Me sentía tan feliz que lloraba y reía a la vez. Acababa de recibir un regalo sorpresa de María, pero aún me esperaba otro que no podía imaginar.
Volví a Madrid el 9 de diciembre por la noche y tenía revisión con mi psiquiatra el 18. Decidí no tomar más medicación y decírselo en la consulta, pero me dio una bronquitis y no pude ir hasta un mes después. Al contarle cómo había dejado las pastillas, me preguntó qué síntomas tuve los primeros días, y le dije que ni mareos, ni temblor en las manos, ni sequedad de boca, ni ansiedad: nada. Entonces me explicó que se refería a cosas más serias: síndrome de abstinencia, convulsiones y hasta un coma.
Me ha tenido en observación hasta el 12 de diciembre de 2009 en que me dio el alta definitiva.
Ese día es la fiesta de la Virgen de Guadalupe de México y yo celebro mi santo.
Por si había alguna duda de que la Gospa me curó, puso su firma.
Guadalupe García Sánchez-Colomer