Ha transcurrido un nuevo año y estamos a las puertas de celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, tras un Adviento preparatorio para tan inefable acontecimiento histórico.
Ha sido un año muy especial para todos aquellos que hemos colocado a la Reina de la Paz en el centro de nuestras vidas, pues el Vaticano dictó allá por el mes de mayo unas nuevas normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales.
También por la publicación en septiembre de la nota sobre la espiritualidad vinculada a Medjugorje, dictada por el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, tras su aprobación por el Papa Francisco, dando luz verde a las peregrinaciones a Medjugorje con el fin de tener un encuentro con María, Reina de la Paz, y, fieles al amor que ella tiene por su Hijo, encontrarse con Cristo y escucharle en la meditación de la Palabra, en la participación en la Eucaristía y en la adoración eucarística.
Igualmente el Cardenal Ruini, que presidió la Comisión nombrada por el Papa Benedicto XVI para estudiar el fenómeno “Medjugorje”, ha manifestado en una entrevista concedida al diario Corriere della Sera, con ocasión del septuagésimo aniversario de su sacerdocio, que “Las primeras apariciones son auténticas. Sobre las demás suspendo el juicio”.
Todo lo anterior es muy importante. Pero lo más importante para nosotros es que hemos vuelto a peregrinar a esa bendita tierra de María, hemos sentido de nuevo el amor de nuestra Madre que empapa nuestra alma, nuestro corazón, nuestra existencia. Hemos experimentado de nuevo la misericordia de Dios a través de los sacramentos administrados por la Iglesia, continuadora de la obra de Jesús, que nos la entregó como su fiel esposa. Hemos podido “abrazar” a María que nos regala su presencia por Gracia de Dios. Hemos podido acariciar de nuevo el Rosario, musitando ternezas a la Gospa. Hemos podido llenar nuestro corazón del amor de María, para que, una vez pleno de ese amor, rebosante, podamos expresar con nuestra boca y nuestra vida (y aquí fallamos algunas veces) que María nos lleva a Jesús y que Medjugorje nos ha convertido en sus apóstoles.
Lo primero abrirá las puertas de muchos corazones que atenderán la invitación de la Gospa. Lo segundo seguirá colmando nuestros corazones de Amor a María. Nuestra vida cambió desde el primer instante que pisamos Medjugorje y, con la ayuda de Dios y de su Bendita Madre, nada nos separará de su Amor.
Desde la Fundación Centro Medjugorje os deseamos a todos una Feliz y Santa Navidad y un Feliz y Santo Año Nuevo. Que sepamos transmitir la alegría que nos proporciona nuestra Fe. ¡Gloria a Dios!