La predicación de Juan causó un verdadero impacto no solo en el pueblo de Israel sino que también el los horizontes paganos. Su forma de vivir y sus palabras hicieron que algunos de sus discípulos pensaran que él era el Mesías esperado. Pero Juan los corrige rotundamente diciéndoles: «yo os bautizo con agua, pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego». «Es necesario que El crezca y que yo disminuya»
Esa acción vital del Espíritu Santo en la vida de Juan, desde el vientre materno ha enraizado su existencia en una adhesión indisoluble con las promesas del Señor, con la verdad contenida en las Escrituras, con el bondad y virtud enmarcada en los preceptos divinos.
Por esta unción que recibió, Juan dio testimonio de la verdad, sin miedo a ningún poder mundano, sin dejarse seducir por las alabanzas de las multitudes; sin ceder a las continuas presiones de los fariseos, ni el de evitar la cárcel o derramar su sangre en manos de Herodes.
Pero la vocación del Bautista y el carisma del profeta no se agota con atesorar en su alma la pasión de lo que ha vivido y del ardor divino que actúa en su corazón. El carisma y su vocación también necesitan del ejercicio interior de ponderar todas las cosas en el Señor, de meditar la palabra en su corazón, de sumergirse en las escrituras con los impulsos del Espíritu que vio descender sobre Cristo y que se regala a las almas en el Bautismo que instituyó el Salvador.
Juan es el ultimo de los profetas del antiguo testamento, y el primero en recibir la unción del nuevo profetismo en Cristo, sacerdote y rey.
Es parte del resto de Israel que conforme a la Fe de Abraham, esperaba en las promesas del Señor. Del mismo pueblo peregrino que reconoció que la tierra prometida no era solo un lugar físico sino un estado de vida, en la participación de la vida divina, por la gracia que brota del corazón de Cristo para todos los que nacieron en el pecado como Juan el Bautista, pero que nacerán del agua y del espíritu por el Bautismo.
En Juan están todos los que perseveraron esperando al Mesías y El Salvador y entre muchos que fieles a la verdad, los preceptos a la palabra y los mandamientos del Señor esperan lealmente al Señor, y en sus designios aunque con Ella deban sufrir y ofrecer la propia vida.
La coherencia entre lo que creemos y nuestra conducta, la coherencia entre nuestro modo de vivir y nuestro modo de pensar necesita de sumergirse en la profundidad de los misterios de Dios, para que el fuego divino pueda sellar en el interior la marca de Cristo, que nos concede ser injertados en Él y tener vida en abundancia. San Juan es el ultimo de los profetas del pueblo de Israel, de ese resto que aun esperaba fielmente al Mesías, y es por eso que busca que también la certeza que hay en su interior sea reafirmada y profundizada, compartiéndola con los fieles de Israel, quiere que esa unción que ese gozo de ver al Redentor, también lo tengan en la comunión en la verdad, sus discípulos, para que den el paso de seguir a Jesús y formar parte del nuevo pueblo de Dios.
De la misma manera que Juan tenía una vocación divina, cada uno de nosotros la tenemos; todos estamos llamados a vivir en el amor, a dar testimonio de nuestro Padre, a ser testigos de la vida de Jesucristo, a ser portadores de la Buena Nueva
«El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros tiene una— y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y hermanas, a pecadores como nosotros y ver en Jesús al Salvador que viene por nosotros, no por los demás, por nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados». (Papa Francisco, 4 de diciembre de 2022)
Si no hay anuncio del Reino de Dios, es porque no esta la Palabra ardiendo en el corazón, y el fuego de la palabra se apaga si no hay oración profunda con la palabra, meditación del evangelio, examen de conciencia, lectio y adoratio.
El carisma se pierde y se trasforma en herencia y tesoro arrebatado al primogénito. No da frutos ni se ordena a la propia salvación, e incluso puede arriesgar la propia santificación, pues se apropia el corazón de algo que era un don y que no tenía como fin la propia gloria sino la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Debe llamarnos la tención de que esta acción determinante del profeta, en la que busca que el Señor se manifiesta públicamente a sus discípulos como el Mesías, colaborando así en la vocación de los miembros de la Iglesia naciente, todo lo realizo no de un modo público y notorio, desde el desierto o en las plazas o sinagogas, sino que lo hizo desde la oscuridad de la celda, encarcelado y esperando su martirio.
Para conservar e incrementar la esperanza del Salvador, hoy es necesario que cada uno de nosotros imitemos o pidamos las virtudes de San Juan Bautista. Aprenderemos de ellas en el Corazón materno de la Reina de la Paz que nos dice:
Mensaje del 18 de Marzo de 2021
“¡Queridos hijos! Los invito maternalmente a volver a la alegría y a la verdad del Evangelio; a regresar al amor de mi Hijo, porque Él los espera con los brazos abiertos; a que todo lo que hagan en la vida, lo hagan con mi Hijo, con amor, para que sean bendecidos; a que la espiritualidad de ustedes sea interior y no solo exterior. Solo así serán humildes, generosos, llenos de amor y alegres. Y mi Corazón maternal se regocijará con ustedes. Les doy las gracias».
P. Patricio Romero
