- Mariofanías del S. XX: Las Apariciones de 1945 de Nuestra Señora de los Dolores de Chandavila, en La Codosera, provincia de Badajoz, a las niñas Marcelina Barroso y Afra Brígido.
Estas Apariciones marianas (nuevamente de la Virgen de los Dolores) tampoco han sido todavía reconocidas oficialmente por la Iglesia, aunque el Obispado de Badajoz permitió, en su día, la construcción del precioso Santuario localizado en el paraje denominado Chandavila, cerca de la población pacense de La Codosera (Extremadura), en el mismo lugar de las Mariofanías, cuya construcción empezó tan sólo dos años después, en 1947, gracias a los donativos de miles de personas.
El complejo religioso está compuesto por una pequeña Capilla que cubre y encierra el castaño donde se aparecía la Virgen y una Iglesia de mayores proporciones, presidida por una imagen, en el altar mayor, de Nuestra Señora de los Dolores, tal y como la describieron las videntes. Talla cincelada por el escultor español D. Genaro Lázaro Gumiel (Premio Nacional de Escultura) que la regaló al Santuario. Gran devoto de la Santísima Virgen María, tras tener conocimiento de las Apariciones, decidió trasladarse a vivir allí, y adquirió el castillo de La Codosera donde residió hasta su muerte, convirtiéndose en gran mecenas del Santuario, en el que también se construyeron dos Vías Sacras: la de los siete Dolores de Nuestra Señora y la del Vía Crucis con sus catorce Estaciones.
La Codosera es un pueblo extremeño de unos 2.300 habitantes situado al noroeste de la provincia de Badajoz, a 58 kilómetros de la capital, muy cerca de la frontera con Portugal. Cada 27 de mayo se conmemora, en el Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Chandavila, su patrona, las Apariciones de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores. Son fiestas eminentemente religiosas y se celebran diversos tipos de cultos (procesiones, misas, rosarios, etc.).
Las Mariofanías ocurren en mayo de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial está a punto de finalizar en Europa. Los testigos, esto es, las videntes, fueron dos niñas: Marcelina Barroso y Afra Brígido, ambas de La Codosera.
Las Apariciones a Marcelina Barroso Expósito
A las tres de la tarde del 27 de mayo de 1945, Marcelina Barroso, de diez años, transitaba a las afueras de La Codosera, junto a su prima Agustina González, en dirección al caserío “El Marco”, para cumplir un encargo de su madre. Era un radiante domingo de primavera. No habían recorrido más de tres kilómetros, cuando, al pasar por la zona conocida como Chandavila, Marcelina repara en un extraño bulto negro que se divisa a unos sesenta metros sobre un castaño. En principio, no hace demasiado caso y piensa que a la vuelta ya se fijará si aquel extraño objeto continúa allí.
Cuando regresaban al pueblo, la pequeña Marcelina vuelve a mirar sobre el mismo castaño: Sí, el bulto negro continúa allí. Le pregunta a su prima si ve algo y esta le responde que no. Entonces, como empujada por una fuerza interior, se acerca para ver mejor qué era aquello. Con gran asombro distingue claramente, con gran nitidez, circundada de luz, la figura de una mujer muy hermosa, cubierta con un manto negro adornado de estrellas centelleantes, coronada de luceros radiantes: entendió enseguida, al contemplarla, que era la Virgen María vestida de Nuestra Señora de los Dolores. La Virgen permanecía elevada hacia la mitad del tronco del castaño, de perfil, mirando hacía el pueblo, con las manos juntas. En Su bellísimo rostro se reflejaba una tristeza infinita. Lloraba mucho, angustiada, quizá por tantos hijos que se estaban perdiendo en aquella gran guerra, anunciada por Ella, proféticamente, en Fátima (el 13 de julio de 1917), en la que tomaron parte 72 Estados (1/09/1939-2/09/1945) y que causó la muerte de 60 millones de personas.
Impresionada y asustada Marcelina echa a correr hasta el pueblo, junto a su prima, que no había visto nada. Al llegar a casa, piensa en guardar silencio, pero al fin no puede aguantarse y se lo cuenta a su madre que la llama mentirosa, la riñe y le prohíbe volver allí (su padre había muerto durante la guerra y la familia sufría tribulaciones para poder subsistir). Pero, su prima también lo contó y el hecho se extendió como la pólvora por todo el vecindario. En La Codosera se levantó gran expectación.
El día 4 de junio, por la mañana, a los nueve días de la primera Aparición, Marcelinita siente una fuerte llamada interior, y, desobedeciendo a su madre, vuelve a Chandavila. La Virgen le dice: – “Hija mía, Yo soy la Madre de Dios, la Virgen de los Dolores, vuelve esta tarde, para hacer una penitencia que te diré en presencia de los habitantes de este lugar”.
Habiéndose corrido la voz por el pueblo y alrededores tras esta segunda Aparición, más de un millar de personas, españolas y portuguesas, se congregaron aquella tarde en Chandavila. Estando Marcelina a unos sesenta metros del castaño, ve en el azul del cielo, a nuestra Señora de los Dolores, que, poco a poco, va descendiendo hasta colocarse delante del árbol, como la vio la primera vez. La Virgen invita a la niña a hacer lo que le pide: que vaya a Ella de rodillas. Mas, como la niña protesta y pone reparos, porque el terreno es muy abrupto (lleno de piedras cortantes, terrones resecos y espinos), le dice Nuestra Señora, tranquilizándola: – “No temas. No te pasará nada. Yo iré poniendo delante de ti una alfombra de juncos y hierbas para que no te hagas daño”.
Entonces, la niña se tranquiliza y, obediente, se encamina de rodillas hacía el castaño, abriéndose paso entre la multitud, pasando por entre las dos filas que le abren los espectadores, hasta que llega a colocarse frente al árbol. Su madre, la señora Agustina, que estaba presente, se desmayó.
Allí permanece Marcelinita, unos diez minutos, arrodillada en éxtasis. Entretanto, ve que se entreabre el castaño y aparece detrás de él, adornada de lámparas preciosas, una hermosa Iglesia. En su altar ve a la Virgen de los Dolores que le indica que moje sus dedos en la pila del agua bendita y se santigüe, gesto que contemplan todos los presentes. Después la Virgen baja del retablo y le pregunta: – “¿Quieres venir conmigo?”. La niña le contesta, enseguida, emocionada: – “Sí, Señora, ahora mismo”. Entonces, la Santísima Virgen se sonríe, la abraza y la besa en la frente, sintiendo la niña sobre su cara el roce del Manto de la Madre de Dios, que le dice: – “Aquí, en este mismo lugar, deseo que se levante una Capilla en mi honor, tal como viste en la visión”.
Al volver del éxtasis, Marcelina, se fue a hablar con sus amigas, como si nada hubiera acontecido. Sus rodillas no tenían señal ni rasguño alguno, a pesar de haber recorrido arrodillada los sesenta metros de aquel pedregoso y afilado terreno. Muchos jóvenes, incluido el párroco de La Codosera, D. Juan Antonio Galán y Galán, intentaron hacer lo mismo y tuvieron que desistir de su empeño, por los cortes y heridas recibidas. Se convencieron entonces de que la niña veía realmente a la Madre de Dios.
Marcelina, posteriormente, tuvo más encuentros con la Virgen, en unas ocasiones estuvo acompañada de su maestra, doña Josefa Martín y en otras de su amiga Afra.
Marcelina ingresó en un colegio de religiosas de Villafranca de Los Barros (Badajoz) para posteriormente incorporarse como religiosa en la Congregación de Hermanitas de la Cruz, en Sevilla, dedicándose al cuidado de enfermos, huérfanos, pobres y ancianos, tomando como nombre Sor María de la Misericordia de la Cruz. Finalmente entró en un Convento de clausura, en Ciudad Real.
Las Apariciones a Afra Brígido Blanco
De forma paralela a estos hechos narrados, apenas unos días después de la primera Aparición, se produce una nueva Mariofanía a una adolescente del pueblo: Afra Brígido, de diecisiete años.
El miércoles 30 de mayo de 1945 va con sus amigas al paraje de Chandavila. Es justo la misma hora en que Marcelina vio a la Santísima Virgen por primera vez: las tres de la tarde. Nada más llegar al lugar le parece ver, entre unas nubes, algo que parece una capilla y una silueta con la forma de una cruz, aunque no ve a la Virgen.
Al día siguiente, festividad del Corpus, regresa a la misma hora. En el lugar ya se encuentran reunidas muchas personas. Al llegar se sienta frente al castaño, y ve salir de entre las nubes un objeto oscuro, que, al irse acercando, deja perfilada la imagen de la Virgen Dolorosa, con el rostro vuelto hacia la derecha. A causa de la fuerte impresión, Afra, se desmaya y al volver en sí, muy asustada, corre hasta su casa. Poco tiempo después, fallece su abuela paterna, y, durante unos días, apenas sale a la calle. Pero, ante la insistencia de sus amigas, que la convencen para que vuelva a Chandavila, el domingo 17 de junio, con el permiso de su madre, la señora Cipriana, regresa al lugar de las Apariciones. Esta vez la acompaña también Marcelinita.
Nada más llegar se les aparece la Santísima Virgen, en el mismo castaño. Al instante, entran en trance y comienzan a ir de rodillas hacía Ella. Pero, ahora, la Virgen les pide que se levanten, y continúen andando hasta el castaño. Al llegar se arrodillan y conversan con la Señora. La Virgen le comunica un secreto a Afra, que nunca revelará, y le predice sufrimientos.
En otras Apariciones posteriores, la Virgen pidió a Afra el rezo del Santo Rosario y la construcción de una ermita en aquel lugar, así como un pequeño sacrificio: que cantara en la misa solemne del día 4 de septiembre, deseo materno que, finalmente, cumplió.
Afra y otras amigas, entre ellas Marcelina, estuvieron en Villar del Rey desde el domingo 21 de julio hasta el 24, víspera de Santiago. El mismo domingo visitaron la ermita de Nuestra Señora de la Encarnación o de la Rivera, Patrona de la localidad, y fueron allí todos los días.
En una de sus visitas, el lunes, día 22, y cuando estaban rezando el Vía Crucis, Afra, entra en trance (éxtasis) en la XI Estación, delante de un cuadro de la Santísima Trinidad, colocado al lado de la Epístola, casi en el centro de la ermita: ve a Nuestro Señor Jesucristo en el Calvario y presencia su crucifixión, sufriendo los estigmas de la Pasión. Siente un dolor muy agudo en las palmas de las manos y le aparecen llagas sangrantes en ambas manos, con incisión en el centro, en forma de clavo; después, otra llaga en el costado, chorreando sangre y produciéndole un dolor insoportable; finalmente, las llagas de los pies. Las llagas de manos y pies con el tiempo fueron agrandándose y terminaron por pasar de parte a parte, apareciéndole la incisión por el dorso. La sangre brotaba principalmente los viernes. A la vez, un aire perfumado –un agradable y penetrante perfume espiritual– que parece aflorar de las llagas, invade el entorno. Afra será sometida a exámenes médicos y a curas, sin conseguir que las heridas cicatricen. Aquellas llagas la acompañarán siempre y los médicos no encontrarán un argumento clínico que las esclarezca.
Afra no ingresó en un convento, como Marcelina. Vivió en Madrid y trabajó en un Hospital, dedicándose a obras de caridad, hasta su muerte el 23 de agosto de 2008, a la edad de 80 años, tras una larga y penosa enfermedad.
La devoción por la Virgen de los Dolores de Chandavila se multiplica a ambos lados de la frontera y cientos de españoles y portugueses acuden en peregrinación al Santuario, especialmente en el Aniversario de la primera Aparición. Y, de esta suerte, todos los años, el 27 de mayo tiene lugar una romería a la que concurren numerosas gentes de toda la región y de la vecina Portugal.
Francisco José Cortes Blasco