«NUESTRO AMIGO LÁZARO DUERME, PERO YO VOY A DESPERTARLO»
SAN JUAN 11,1-45
Pocas veces nos detenemos en la actitud de las hermanas de Lázaro, que es completamente opuesta a la de quienes esperaban cerca de Betania, no en razón de las exequias, sino que eran movidos por la curiosidad ante la llegada del Maestro y la reacción de la familia del difunto, que yace muerto en el sepulcro. Según el cálculo mundano y el pensamiento superficial afirmaba: “Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”.
Dice San Agustín: “Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.”
Es evidente que la familia de Betania fue formada en la cátedra de “la mejor parte”, como se refiere Jesús a la elección de María, de detenerse a escuchar a Jesús, de contemplar su presencia, de atenderlo con la inteligencia del corazón.
Ese es el anhelo de la Virgen, nuestra Madre: abrazarnos al Corazón de su Hijo Jesús, para que podamos conocer su amor por nosotros. Ella nos dice:
“…yo deseo que todos mis hijos conozcan este amor; que regresen a Él quienes, a causa del dolor e incomprensión, lo han abandonado, y que lo conozcan todos aquellos que jamás lo han conocido…” (Mensaje del 2 de Marzo del 2005)
Escoger en la vida al Señor, sustentarse de su palabra y sumergirse en las aguas de la gracia, se traduce en vivir en una verdadera afectividad y en la auténtica “amistad”, que no mendiga cariños o amores desordenados, sino que esta “fundada sobre la caridad, la devoción y la perfección cristiana, ¡Dios mío, qué preciosa será vuestra amistad! Será excelente porque viene de Dios, excelente porque tiende a Dios, excelente porque Dios es su lazo de unión, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar sobre la tierra como se ama en el cielo, aprender a amarse en este mundo tal como lo haremos eternamente en el otro!- dice San Francisco de Sales.
Por eso es que las hermanas de Lázaro no interpretaron la ausencia de Jesús como un vicio de la indiferencia, sino que, a pesar del dolor por la pérdida, lo comprendieron desde la omnipotencia del designio divino y lo vieron como un signo de su amor trascendente. De ahí que Marta espera en la voluntad de Dios y el Evangelio de Jesús. Ella lo afirma: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Entonces Jesús “declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y añadió: «¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera, que supera nuestra capacidad de comprender, y nos pide abandonarnos a él, como él se abandonó al Padre-dice Benedicto XVI.
La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Jn 11, 27). ¡Sí, oh Señor! También nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas y de nuestras oscuridades; creemos en ti, porque tú tienes palabras de vida eterna; queremos creer en ti, que nos das una esperanza fiable de vida más allá de la vida, de vida auténtica y plena en tu reino de luz y de paz.” (Benedicto XVI, 09-03-2008)
El 2 de Noviembre del año 2014, la Gospa dijo, en su mensaje: “…Mi Hijo me ha prometido que el mal nunca vencerá, porque aquí estáis vosotros, almas de los justos; vosotros que procuráis decir vuestras oraciones con el corazón; vosotros que ofrecéis vuestros dolores y sufrimientos a mi Hijo; vosotros que comprendéis que la vida es solamente un abrir y cerrar de ojos; vosotros que anheláis el Reino de los Cielos. Todo eso os hace a vosotros mis apóstoles y conduce al triunfo de mi Corazón. Por eso hijos míos purificad vuestros corazones y adorad a mi Hijo. ¡Os doy las gracias! ”