Desde el 24 de Junio de 1981 en la aldea de Medjugorje, Bosnia-Herzegovina, Dios ha querido manifestarse nuevamente a todos los pueblos de la tierra por medio de su Madre, la Santísima Virgen María. Bajo la advocación de Reina de la Paz, la Virgen María, como Reina de los Profetas, habla en nombre de Dios a su Pueblo, insistiendo en la necesidad de recorrer un verdadero camino evangélico para que el hombre pueda conocer la paz en su propio corazón, y por consecuencia, la extienda a todos a través de sus oraciones y acciones cotidianas. Es así como se construye una civilización del amor, impulsado y fortalecido por la gracia de Dios.
El Evangelio según San Mateo (2, 1-12) nos dice que unos Magos de Oriente llegaron hasta Palestina, concretamente a Belén de Juda, siguiendo una misteriosa estrella que los fue guiando hasta donde se encontraba el recién nacido Jesús. Cabe destacar que los Magos eran paganos, y por consecuencia, no pertenecían al pueblo judío. Sin embargo, Dios se manifiesta también a ellos por medio del estudio de los astros, usando su sabiduría para llegar hasta el Rey de los Judíos, el único Dios verdadero. El texto de Mateo nos dice que los Magos llegaron primero al palacio de Herodes, pues esperaban ver, por lógica, al nuevo rey en un palacio. Sin embargo, lo encuentran después en una humilde casa en brazos de una sencilla mujer. Dios rompe todos los esquemas humanos y se presenta de manera sencilla, pero definitiva, a todos los hombres, dejando claro que su salvación se extendería no solo a los judíos, sino a todos los hombres de la tierra.
En nuestro tiempo, Dios se manifiesta nuevamente a nosotros en un sencillo pueblo rocoso de Bosnia, y nuevamente envía una estrella que, con la luz que recibe del sol, ilumina a todos los hombres de buena voluntad y los lleva hasta el verdadero Dios, fuente de la paz. María, como la estrella de Belén, también va guiando nuestros pasos en nuestro caminar hasta Cristo, no apartándose, sino iluminado con más fuerza cuando parece que las fuerzas se nos acaban y la noche se vuelve más obscura. Con la luz de su amor, ella también indica que a Dios no se le encuentra en los palacios o en cosas vanas, sino en la Eucaristía, en la Confesión, y en nuestros hermanos, donde por seguro lo encontraremos y llenaremos de Él. Jesús en la Eucaristía viene a llenar con su presencia nuestra vida, y se complace en venir en los brazos de su Madre, a quien escogió como medio para venir al mundo, permaneciendo como el instrumento más hermoso y perfecto para guiarnos a Él.
María, Reina de la Paz, llévanos a Cristo, quien es la “luz para alumbrar a las naciones y gloria de…Israel. “(Lc 2, 32).
En Jesús y María,
Padre Ottmar Tovar-Almanza