“…El amor del Padre me envía a ser mediadora para ustedes, para que con amor materno les muestre el camino que conduce a la pureza del alma, del alma no apesadumbrada por el pecado, del alma que conocerá la eternidad…” (Mensaje, 2 de julio de 2012)
“El mismo unigénito Hijo, al venir a la tierra para recobrar lo que se había perdido, no pudo hallar modo más puro para que fuese engendrada su carne, que el de reservarse como morada para sí el seno de una virgen celestial, en la que pudiera constituirse juntamente un sagrario de la castidad inmaculada y un templo de Dios”. (San Ambrosio)
En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).
Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.
El término «hecha llena de gracia» que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo «llena de gracia» tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.
Dice San Anselmo: «La Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posible imaginar mayor fuera de la de Dios».
En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen estas palabras que el Santo dirigió al Procónsul: «Y puesto que de tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricación del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, de una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Dios, para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron los hombres».
San Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta de este modo a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en ti, Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna».
Y el día 8 de diciembre de 1854, el Papa Pio IX, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de una multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe el gran privilegio de la Virgen:
«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».
Tierna dulzura por su Madre: Invoca para el mundo la paz, la paz de Cristo, y lo hace a través de María, mediadora y cooperadora de Cristo (Lumen gentium, 60-61).
Maria fue concebida por que fue llamada para ser Madre de Jesús, hombre-Dios. Y esta no es una idea abstracta, sino un misterio y un acontecimiento histórico: Jesucristo, persona divina, nació de María Virgen, la cual es, en el sentido más pleno, su Madre.
Estas son dos realidades que tienen un mismo principio y fin: María es madre, pero madre virgen; María es virgen, pero virgen madre.
Tenemos que reafirmar nuestro compromiso de fidelidad a María Santísima, que en todas las circunstancias de la vida diaria nos garantiza su ayuda y su protección materna.
Ella, la Reina de la Paz, hace de nosotros una única familia que se reúne en torno a una Madre que compartió las fatigas diarias de toda mujer y madre de familia, pero que por la abundancia de la gracia que se le otorgó, cada gesto, pensamiento y silencio se transforma en una ofrenda que se uno al sacrificio redentor de su Hijo Jesucristo.
Se trata de una Madre del todo singular, elegida por Dios para una misión única y misteriosa, la de engendrar para la vida terrena al Verbo eterno del Padre, que vino al mundo para la salvación de todos los hombres. Y María, por su Inmaculada en su Concepción, puede, por el impulso poderoso de la gracia, realizar como Madre una peregrinación terrena sostenida por una fe intrépida, una esperanza inquebrantable y un amor humilde e ilimitado, siguiendo las huellas de su hijo Jesús. Y por esta abundancia de la vida divina en su Corazón materno, permanece a su lado en total entrega y unión, desde el nacimiento hasta el Calvario, donde asistió a su crucifixión agobiada por el dolor, pero inquebrantable en la esperanza. Y fue, por lo mismo, la “primera” en experimentar la alegría de la resurrección, al alba del tercer día, cuando el Primogénito de Dios, dejó el sepulcro venciendo para siempre y de modo definitivo el poder del pecado y de la muerte.
La Virgen fiel no dejó de cumplir nunca ni el más mínimo deber inherente a su estado. Jamás cometió la menor falta moral la madre de Dios.
El Espíritu Santo, que igualmente busca impulsar a los demás mortales hacia un camino de santidad, movía de continuo el alma de la Esclava del Señor, abriéndose en cada pensamiento, acción o renuncia a los inmensos horizontes de la redención.
Probablemente en la mayoria del tiempo, padeció lo mismo que cualquier Madre y Mujer, pero internamente hizo, en la profundidad en la comunión con su Hijo, de cada padecimiento o movimiento voluntario hacia la gloriosa voluntad del Señor, un holocausto de su corazón unida al pedicimento de Cristo en la Cruz.
Con claridad lo menciona San Ireneo: «Así como aquella Eva, teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen, desobediente, fue la causa de la muerte, así también María, teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el género humano… De este modo, el nudo de la desobediencia de Eva quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen».
¡Oh Madre Inmaculada, que eres para todos signo de segura esperanza y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza inmaculada! Tu belleza, nos garantiza que es posible la victoria del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que, por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud.
Sí, ¡oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas.
Tu que resplandeces en pureza y estas llena de la presencia del Señor, ayudanos a dar ejemplo de sobriedad y abstinencia para iluminar el caminar de jóvenes y niños para que crezcan libres de las idolatrías del poder, el tener y el placer.
Tu que eres maestra de pudor y virginidad, alcanzanos la gracia para ejercer una afectividad madura y sana en nuestras, para el desarrollo de las virtudes y de relaciones sanas conforme a los designios de Dios.
Pide para nuestros corazones la mansedumbre y la modestia, para construir ambientes justos, respetuosos y compasivos, donde se respete no solo a quien padece precariedades y enfermedades, sino que tambien al más vulnerable en el vientre materno y en los años de ancianidad.
¡Oh Madre Inmaculada, vela siempre sobre nuestras ciudades, conforta a los migrantes, alienta a los abuelos, sostén a las familias vulnerables o divididas. Infunde la fuerza para rechazar el
mal, en todas sus formas, y elegir el bien, incluso cuando cuesta e implica ir contracorriente. Danos la alegría de este día de sentirnos amados por Dios, bendecidos por el poder de la gracia, renacidos de la Sangre preciosa del Redentor, abrazados por el Corazón Materno de la Reina de la Paz. Amén
Mensaje, 2 de julio de 2012
“Queridos hijos, de nuevo les pido maternalmente, que se detengan por un momento y reflexionen sobre ustedes mismos y la transitoriedad de su vida terrenal. Por lo tanto, reflexionen sobre la eternidad y la bienaventuranza eterna. Ustedes, ¿qué desean, por cual camino quieren andar? El amor del Padre me envía a ser mediadora para ustedes, para que con amor materno les muestre el camino que conduce a la pureza del alma, del alma no apesadumbrada por el pecado, del alma que conocerá la eternidad. Pido que la luz del amor de mi Hijo los ilumine, que venzan las debilidades y salgan de la miseria. Ustedes son mis hijos y yo los quiero a todos por el camino de la salvación. Por lo tanto, hijos míos, reúnase en torno a mí, para que les ayude a conocer el amor de mi Hijo y, de esta manera, abrirles la puerta de la bienaventuranza eterna. Oren como yo por sus pastores. Nuevamente les advierto: no los juzguen, porque mi Hijo los ha elegido. ¡Les agradezco! ”
Atentamente Padre Patricio Romero