Las “florecillas” de María y Sus rosas de amor
En el último Mensaje, la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, Nuestra queridísima Gospa, nos decía: “Yo estoy en medio de ustedes y les hablo de pequeñas y grandes cosas. No me cansaré nunca de hablarles de mi Hijo, amor verdadero” (2/1/2018).
El centro de Sus Mensajes (“las grandes cosas”) se refieren siempre a Su “Hijo, amor verdadero” y a cuanto Su Hijo nos enseñó (“las palabras de mi Hijo, el Evangelio”). De ahí Su insistencia, Su llamado a la conversión y a la fe; a poner a Dios en el primer lugar y centro de nuestras vidas; a la oración continúa “con el corazón”; a la vida sacramental (sobre todo a la confesión frecuente y a la Misa y Adoración Eucarística); a la penitencia, al ayuno y los pequeños sacrificios por amor; a la lectura y vivencia de la Escritura; a consagrarnos a Sus Sagrados Corazones; …
Pero, en Sus Mensajes, a veces, nos habla también Nuestra Mamá de “pequeñas cosas” a modo de florecillas que, viniendo de Ella, nunca son verdaderamente “pequeñas” y, mucho menos, sin importancia. Nuestro deseo de conocerla cada día más y mejor nos lleva a agradecerle esas “pequeñas” intimidades de la vida oculta de Jesús (sobre todo de su infancia) que Ella guardaba y meditaba en Su Corazón y que, últimamente, nos cuenta, a la espera de poder leer, un día, cuando le autorice publicarlo, el libro de Su vida que le dictó a Vicka.
Son como pequeñas y hermosas florecillas. Así, por ejemplo, cuando nos contó:
“Mi Hijo, de pequeño, me decía a menudo que muchos me habrían amado y llamado Madre. Yo, aquí en medio de ustedes, siento amor y les doy las gracias” (2/8/2016).
“Hijos míos, no se esfuercen en comprender todo de una vez, porque tampoco yo comprendía todo, sin embargo, he amado y he creído en las palabras divinas que mi Hijo decía” (2/10/2016).
“También yo, mientras vivía en el tiempo terreno, me alegraba, sufría y soportaba con paciencia los dolores, hasta que mi Hijo, en toda su gloria, los suprimió” (18/3/2017).
De igual modo, nos ha dicho que le agrada que también nosotros le regalemos nuestras florecillas. Incluso cuáles son sus preferidas: “esas rosas que tanto amo” (2/12/2017).
¿Quién no ha cantado, especialmente en Mayo (el mes de las flores, pero, sobre todo, el mes de María) el “Venid y vamos todos con flores a porfía,/ con flores a María, que Madre nuestra es/ con flores a María, que Madre nuestra es”?
Entre las flores, es universalmente reconocida como la más preciosa y exquisita, la favorita y reina de todas ellas, la rosa. Los rosales, de variados colores y fragancias, florecen continuamente durante todo el año. Además, las rosas son símbolos antiguos del amor y de la belleza, y se utiliza a menudo como símbolo de la Virgen María, a la que cariñosamente llamamos “Rosa mística”.
De esta suerte, podemos ir todos los días del año, cada día, con rosas a María, con rosas a porfía. Rosas físicas que, con amor, le ofrecemos ante Sus Imágenes y Altares, en preciosos ramos, y rosas místicas que son las que Ella más ama, desea y espera de nosotros:
“De ustedes, apóstoles míos, busco las rosas de su oración, que deben ser obras de amor; estas son para mi Corazón maternal las oraciones más queridas, y yo se las presento a mi Hijo (…) Por eso, apóstoles míos, ámense siempre los unos a los otros, pero, sobre todo, amen a mi Hijo: este es el único camino hacia la salvación y hacia la vida eterna. Esta es mi oración más querida que, con el perfume más hermoso de rosas, llena mi Corazón” (2/1/2017).
El mes siguiente, insistía:
“Oren con el corazón y muestren con las obras el amor de mi Hijo. Esta es la única esperanza para ustedes, este es el único camino hacia la vida eterna. Yo, como Madre, estoy aquí con ustedes. Sus oraciones dirigidas a mí son para mí las más bellas rosas de amor. No puedo no estar allí donde siento el perfume de rosas” (2/2/2017).
Y, como la rosa es la reina de las flores, así el Rosario lo es de las oraciones: contemplado, meditado, vivido. Si cada Avemaría es una rosa que con amor ofrecemos a Nuestra Madre, cuando las enlazamos a modo de preciosa letanía, mientras desgranamos las cuentas y meditamos los misterios de la vida de Jesús y de María, constituyen una preciosa corona de rosas. En el Mensaje del día 2 de diciembre de 2017, nos decía: “A mí, hijos míos, regálenme el Rosario, esas rosas que tanto amo. Mis rosas son sus oraciones dichas con el corazón y no solo recitadas con los labios. Mis rosas son sus obras de oración, de fe y de amor. Cuando mi Hijo era pequeño, me decía que mis hijos serían numerosos y me traerían muchas rosas. Yo no lo comprendía. Ahora sé que esos hijos son ustedes, que me traen rosas cuando aman a mi Hijo sobre todas las cosas, cuando oran con el corazón, cuando ayudan a los más pobres. ¡Esas son mis rosas!”.
Me consuela pensar que, cuando el Niño Jesús, le aseguraba a Su Madre una estirpe numerosa, que tendría muchos hijos que la amarían y que le ofrecerían rosas de amor, pensaba en cada uno de nosotros.
¿Cómo vamos a negarle a la Madre de Dios el regalo que nos pide, esas rosas que tanto ama: su Santísimo Rosario, rezado completo y con amor (con el corazón) cada día, todos los días?
“El rosario es para mí, hijitos, algo especialmente querido. Mediante el rosario abran su corazón y así los puedo ayudar” (25/8/1997).
Ella nos asegura también: “Con el Rosario, ustedes vencerán todos los obstáculos que Satanás quiere poner en estos tiempos a la Iglesia Católica” (25/6/1985). Con el Rosario en la mano, el amor filial a María en el corazón y la salutación angélica en los labios, somos realmente invencibles. ¿Quieres ver milagros en tu vida? ¿Quieres que tu vida sea un puro milagro? Reza el Rosario, porque “el Rosario por sí solo puede hacer milagros en el mundo y en sus vidas” (25/1/1991).
Entonces, el Rosario nos irá enseñando y convirtiendo nuestro corazón al amor: amor a Jesús sobre todas las cosas y amor a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, los más pobres en los que Él desea ser reconocido, amado y servido. Entonces, estaremos seguros de ofrecerle a María las rosas que más ama, que desea recibir, que espera de nosotros. Seguros de que “¡esas son Sus rosas de amor!”.