Para quienes estamos en Medjugorje, y venimos de distintos países de habla hispana, la noticia de la llegada de fray Pablo, la hemos recibido con mucha alegría, por la gracia que es tener un sacerdote permanente que hable nuestro idioma. Lo que más nos sorprendió, cuando estuvimos con él, fue su humildad y sencillez. Fray Pablo vive el tiempo en presente, con los pies puestos sobre la tierra, y el corazón en Dios.
Fray Pablo Scioti nació en 1974, el 7 de octubre, en el día de la Virgen del Rosario, en Buenos Aires, Argentina. Fue bautizado en una iglesia franciscana, y creció en una familia católica, de clase media. Tiene dos hermanas, una mayor y otra que es su melliza. La escuela primaria y secundaria las cursó en colegios religiosos. Luego estudio Bellas Artes en Buenos Aires, y estando en España, ingresó al noviciado de los franciscanos en 2010. Profesó los votos solemnes en 2015 y se ordenó sacerdote en 2017.
- Fray Pablo, ¿cuándo viniste por primera vez a Medjugorje? ¿Has estado más veces aquí?
Llegué en 2008 por primera vez a Medjugorje, el 26 de diciembre, ni sabía que era Navidad, no era consciente, estaba recién convertido. Y me quedé un mes y medio. Me confesé, rezaba el rosario y Dios puso en mi camino sacerdotes que me fueron ayudando. Luego volví varias veces más.
- ¿Tu vocación tiene alguna relación con Medjugorje? ¿Podrías contarnos en breve cómo fue?
Leyendo un libro sobre san Francisco, “El pobre de Asís”, que me dejó mi abuela, encontré lo que buscaba para mi vida. Vivir de esa manera, pero por mi cuenta, ya que creí siempre en Jesús y María, pero no creía en la Iglesia que conocía.
Mientras estaba en España, mi vida toca fondo, y ni siquiera me quedaba un lugar en donde vivir y no sabía que más hacer. Después de deambular toda la noche, ya amaneciendo, entro a una iglesia y le pedí a la Virgen: “Ayúdame, porque no tengo para que quedarme y no tengo para que irme”. Fue instantánea su respuesta. Ese mismo día un amigo me invita a ir a Valencia, me ofrecía donde vivir y además poder pintar. Ahí recibo, de otro amigo de Argentina, un mensaje de la Gospa que me cautivó. Toda la vida me había esforzado por pintar con el corazón, y eso era lo que radicalmente buscaba hacer y no lo cambiaba por nada. El mensaje hablaba de “orar con el corazón”. Eso me desarmó interiormente y pensé: “La Virgen me está escuchando”. Porque nadie podía saber, qué es lo que había, en lo más profundo de mi corazón, nadie.
Comencé a rezar el rosario y a leer los mensajes de la Gospa. Y fue entonces que tuve una experiencia interior, que Ella me llamaba a venir a Medjugorje a agradecerle. Una vez aquí, entendí que lo que estaba viviendo, no podía vivirlo por mi cuenta, aislado. Ahí vi claro que debía ser dentro de la Iglesia.
- ¿Qué es lo que más te toca el corazón en este lugar y no deja de sorprenderte?
Medjugorje es como un puerto donde está anclado el Inmaculado Corazón, como refugio para todos los que estamos heridos. Me asombra como el corazón roto, sencillo, que se abre a la presencia de Dios, cambia de vida. El milagro más grande es la presencia de Jesús y de María. Podría resumirlo en lo que me dijo una mujer atea, mientras yo esperaba para confesar: “No vengo a confesarme, no creo en Dios. Estaba en el mar y vi un cartel que decía Medjugorje y sentí la necesidad de venir. No creo en Dios, pero quiero lo que ellos tienen”. Lo que estaba queriendo era el Dios que ella veía en la explanada, en la gente disfrutando la presencia de Jesús, en los que se estaban confesando. Y al final se confesó ella también. La Virgen sigue llamando.
- ¿Cuál es la tarea pastoral que se te ha pedido hacer en la parroquia de Santiago Apóstol? ¿Por cuánto tiempo?
Primero que todo convertirme yo (se ríe). En concreto, lo que me ha dicho el Párroco, es ir paso a paso. Cada día termino trabajando pastoralmente mucho. Dios permitió todo lo que viví para que conozca cosas, aprenda a sortear pruebas, y a ponerme de pie. Con esto dar una mano, como la necesité yo en su momento al llegar aquí, y ayudar a los que Dios ponga en mi camino. Comenzamos a celebrar la Eucaristía en español los domingos a las 8. Y lo que más quiero hacer, es intentar aprender junto a los peregrinos, a vivir los mensajes de la Virgen, a rezar el rosario y celebrar la Santa Misa con el corazón. Quedarme en Medjugorje está planificado por tres años.
- ¿Con que tipo de sacerdote se encuentra un peregrino que viene a hablar o confesarse con vos? ¿Cómo te definirías? ¿Qué es lo que más te gusta de tu ministerio?
Con un sacerdote que quiere vivir entregado a Jesús, que intenta ser fiel. Para eso me aferro a la Virgen, le he consagrado mi corazón y Ella me enseñó a llenarlo con la presencia de Dios. Con un sacerdote así, pecador, en camino de conversión. Pero también tengo muy clara y firme la radicalidad en seguir a Cristo, siendo auténtico. Que me haya llamado a mí, lo vivo como un regalo, como un don, totalmente inmerecido. Dios es así, se sirve de los inútiles para que se vea su gracia.
Me gusta todo lo que hago pastoralmente. Si yo celebro la Eucaristía, rezo el rosario, tengo Adoración Eucarística y me puedo confesar, ya lo tengo todo. Hacer esto mismo con los peregrinos, con la gente, es tocar el cielo con las manos.
- Llevas aquí un mes, ¿cuáles son tus primeras impresiones de Medjugorje en medio de la pandemia y con pocos peregrinos?
Lo viví con mucha emoción, un mes muy intenso. Una semana no había nadie y de repente llegan varios buses. Hubo un grupo americano, donde había muchos latinos y vivimos experiencias maravillosas. Con los de lengua española, que están aquí en Medjugorje, hemos quedado en reunirnos una vez por semana, y comenzar un grupo de oración, intentar leer el Evangelio y vivirlo, vivir los mensajes de la Virgen. Para que cuando vengan los peregrinos, uno le pueda dar el gozo en Jesús que ha experimentado.
Dios no deja de tomar la iniciativa, como nos dice siempre el Papa Francisco. Y en este tiempo se nos adelantó, y nos envió un sacerdote de lengua hispana, fray Pablo, que nos espera para acompañarnos, y así poder aprender junto a él, cada vez que volvamos a Medjugorje, a orar con el corazón.