De nuevo, estamos en nuestra época favorita del año, el tiempo de la preparación para la Navidad, el tiempo de Adviento. Es un momento en el que unimos nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Recordamos el pasado porque recordamos la primera venida de Cristo, cuando nos abrió las puertas de la salvación, puertas que estuvieron cerradas y encadenadas por el pecado. Miramos hacia el futuro, porque miramos a la segunda venida de Cristo, que será la expresión completa del regalo que prevemos en este momento. Estamos en el presente cuando aclamamos con alegría: "¡Nuestro Señor viene!", viviendo en presente la constante anticipación de su acción de salvación y su venida.
Por eso el tiempo presente para los cristianos es un momento en el que nos dirigimos hacia la eternidad prometida en Cristo y que da sentido a lo que vivimos, pues lo convierte en una experiencia de eternidad. Por lo tanto, el tiempo perdido no es aquel en el que dejamos de hacer algo, sino el tiempo en que no somos conscientes de la plenitud del tiempo. Exactamente por eso tenemos una nueva oportunidad de despertar en cada Adviento, abrir los ojos y vivir la alegría de la vida cotidiana.
El cristiano es un hombre de esperanza que, a lo largo de su vida, camina en la esperanza, la fe y el amor. ¿Qué es lo que, como cristianos, hacemos en el tiempo de Adviento? ¡Nos estamos anticipando y esperamos con ansia! Estamos despiertos, esperamos con esperanza y santo temor. Esperamos a Alguien que no sabemos cuando llegará, pero que estamos seguros de que vendrá. Por lo tanto, es necesario mirar de forma constante hacia arriba, mirar desde la distancia ya que esa expectativa nos acerca. Así pues, no sólo esperamos al que se le espera, sino que le anhelamos. Le damos la bienvenida a Aquel a quién esperamos con todo nuestro corazón.
La expectativa de la venida del Señor sólo es posible entenderla con la mirada de un niño que espera que su madre regrese o al que su madre le abre las puertas de la casa preguntándose si todavía no ha llegado. Para un niño, no basta con esperar. Ese niño quiere acelerar la llegada y hace que se mantengan abiertas las puertas, mira a su alrededor y pide a su madre; el niño vive en la espera el amor de la maternidad y el de la unión. Ese niño tiene la seguridad de que su madre viene y la espera con alegría. Está listo para correr hacia sus brazos y está lleno de impaciente alegría por el encuentro final.
Por otra parte, el niño que espera a su madre evitará que su madre le reprenda, ese niño limpiará y ordenará su habitación, para que la alegría de su encuentro sea plena hasta el final. Incluso cuando el niño sabe que podría ser reprendido por alguna pequeña ofensa que no se puede ocultar, sigue esperando con alegría a su madre. (A. Crncevi´c : "En el origen de la liturgia ")
Queridos fieles, hagamos ya, ahora, que se mantenga despierta y con gozosa expectativa la presencia viva de Cristo, Nuestro Señor que nació hace 2000 años y que nace ahora de nuevo en nuestros corazones. él entra en nuestra vida cada día, haciéndonos ser apóstoles de la nueva vida – ¡Alegre noticia! Con ansia esperamos el encuentro final con él y esperamos poder decir con plena alegría y esperanza: "Por fin tengo la oportunidad de conocerte".