En los primeros días de mayo en Medjugorje, tiempo donde han llegado miles y miles de peregrinos de diferentes partes del mundo, tuvimos la gracia de conocer a cinco obispos colombianos, de los cuales, cuatro peregrinaban por primera vez al santuario de la Reina de la Paz.

Los obispos latinoamericanos acababan de volver de Tierra Santa y Roma y, antes de continuar viaje a Colombia, hicieron escala en Medjugorje para poder vivir la experiencia espiritual de la Escuela de la Virgen.

En el año 2014, Mons. Héctor Javier Pizarro Acevedo, perteneciente a la orden de los Agustinos Recoletos y actualmente en el Vicariato Apostólico de Trinidad, había tenido la gracia de venir por primera vez a Medjugorje, y este mes de mayo volvió a encontrarse de nuevo con “esta experiencia y sensación que solo se pueden vivir aquí”, como nos dijo en la entrevista.

Para los demás obispos, Mons. Hugo Alberto Torres Marín, de la Arquidiócesis de Santa Fe de Antioquia; Mons. Mario Álvarez Gómez, obispo de Istmina-Tadó, Chocó; Mons. Juan Fernando Franco Sánchez, obispo de Caldas, Antioquia y Mons. Farly Yovani Gil Betancur, obispo de Montelíbano, Córdoba, fue su primera peregrinación a Medjugorje.

Durante el tiempo que estuvieron en el santuario, y acompañados por Inma y Josip Sušac, realizaron distintas actividades y visitaron varios lugares, lo que normalmente hacen todos los peregrinos. Rezaron el Rosario en la Colina de las Apariciones, escucharon el testimonio y tuvieron un encuentro con la vidente Mirijana, también con Mario, el esposo de Vicka, otra de las videntes. En la parroquia de Humac, donde está la reliquia de primer grado de San Antonio de Padua, y que se encuentra a pocos kilómetros de Medjugorje, se reunieron con fray Petar Ljubičić.

Compartieron una amena charla con el visitador apostólico, Mons. Aldo Cavalli, a quien conocían desde hace mucho tiempo, de la época cuando, durante 9 años, fue nuncio en Colombia. Asistieron al testimonio de Patrick y Nancy, como también participaron a diario del programa vespertino de oración en la parroquia Santiago Apóstol.

El primero que nos compartió su experiencia de Medjugorje fue Mons. Hugo Alberto Torres Marín que nos cuenta que en el año 1995 oyó hablar de Medjugorje, por primera vez y más seriamente, mientras se encontraba en una parroquia en Livorno, Italia. Una señora le habló de Medjugorje, porque “había una Virgencita traída de Medjugorje que estaba teniendo mucha fama allí en Civitavecchia, porque lagrimaba sangre”, recordó. Pensó que era un invento de la señora, pero ahí fue donde comenzó a seguir las apariciones, sin embargo, con mucho escepticismo.

Y, ¿cuándo cambia su opinión?

Una señora, que pertenece a la familia de la Comunidad Cenáculo, el año pasado vino aquí a Medjugorje. Y, hace unos días, estuvo conmigo porque está organizando para abrir un Cenáculo en Antioquia. Ella me habló con tanta inspiración de la experiencia de Medjugorje, que pensé que debía de ser algo mucho más fortalecido y algo ya más serio. Y uno de los obispos con los que he venido aquí, ahora que íbamos a Tierra Santa, propuso ir a Medjugorje, y así tendríamos la peregrinación completa: Tierra Santa, Roma y un santuario mariano que no conocemos. Además, había que resolver tantas inquietudes (sonríe).

¿Qué impresiones se lleva de Medjugorje, como obispo, como sacerdote, como peregrino?

Me llevo tres impresiones. La primera es que aquí no se hace publicidad a las apariciones. El dialogo que tuvimos con la vidente y con Mario, el esposo de Vicka, otra de las videntes, ninguno habló de las apariciones. Sino que hablaron solo cuando se les pregunto exactamente sobre la experiencia mística que tenían. No enfatizan en el tema de hacerle propaganda al santuario, ni siquiera a Medjugorje como pueblo, negocio, todo lo contrario, lo que me pareció muy interesante porque ellos enfatizan los principios de la fe y están en consonancia con todo el Magisterio de la Iglesia, y con lo que uno predica. Pues, la vida sacramental está muy bien fortalecida en esa presentación, y también las devociones, sobre todo el rosario.

Lo segundo impresionante es la devoción con la que la gente viene, y que viene a lo que viene, y vienen a orar, a confesarse. No les importa el ‘pedrero’ para hacer la peregrinación. Tanto que yo ayer madrugué a las 5 de la mañana para ir a la montaña de la Cruz, para estar solo, pero ya había gente bajando. Y todos en silencio, haciendo el Vía Crucis, orando el rosario, en una actitud… es muy especial.

Y lo tercero que me pareció muy interesante es la diversidad de la gente, las nacionalidades, las lenguas, ésta es una verdadera expresión de la universalidad de la iglesia, entorno a la Madre. El testimonio de las personas con las que he hablado por ahí es que tienen a una Madre, y que la Madre les llama cada año que vengan. Para la gente que viene es como un espacio para fortalecer la fe, o de conversión, o de superar muchos dolores que tienen en su interior. Para mí, el tema del santuario me parece que es un espacio para el encuentro con Dios.

Usted conocía a Mons. Aldo Cavalli de cuando era nuncio apostólico en Colombia, ¿cómo fue su reencuentro con él? 

Yo le conozco, porque cuando fui nombrado obispo, él fue quien me llamó para darme la noticia. Cuando estuvo en Colombia, visitó nuestra diócesis. Era igual como ahora, ayer le acompañé hasta su casa y no pudo llegar a casa porque todo el mundo le pedía bendiciones y confesión, exactamente igual como se comportaba en Colombia. Él es muy de la gente. Es lo que decimos, un pastor con olor a oveja.

A la vuelta a casa, en su diócesis, ¿qué hará después de este viaje?

Yo tengo siete santuarios en la diócesis. Estamos haciendo el Año Jubilar y la invitación es que la gente peregrine, vaya de un lugar al otro, que hagan la peregrinación a los santuarios marianos. Lamentablemente no colocamos ahí Medjugorje porque no lo conocíamos y también por las distancias. Pues, para mí, las fotos y los videos que tomé serán para promover el tema de la peregrinación: muévanse a buscar un espacio privilegiado de encuentro con Dios, vayan a la oración, confiésense, participen de la eucaristía, experimenten una gracia especial. Todo esto es gracia. Ayer lo decía muy bien Mons. Cavalli: este es un espacio de gracia. Aquí están trabajando para permitir que la gracia del Señor se derrame y se sienta. ¿Qué dice la Iglesia? – ¡Vayan adelante! Por eso el Nihil Obstat.

¿Qué le pareció el programa vespertino de oración, la liturgia, la adoración eucarística?

Pienso que están muy bien organizados, cada uno escucha en su lengua, le dan mucha importancia a la misa central en el idioma oficial del lugar, las capillas en lenguas particulares, la centralidad de la eucaristía, de la adoración al santísimo, la adoración de la Cruz. Es una tarde en un espacio de oración, de contemplación. Ayer yo observaba a la gente, la gente no se movió, aún de rodillas, la gente estaba bien centrada.

El pasado domingo, por la mañana y antes de partir, los cinco obispos concelebraron juntos la eucaristía en la Aldea de la Madre, el orfanato que fray Slavko Barbarić fundara durante la guerra por la patria en los años ’90 y que, hoy en día, sigue cumpliendo con esta misión tan importante; ya no con los huérfanos de la guerra, sino con tantos niños víctimas de otras falencias de nuestra sociedad y del mundo moderno.

En su homilía, de la cual compartimos un extracto, Mons. Hugo Alberto Torres Marín reflexionó sobre la experiencia de Medjugorje y de toda la Iglesia:

Estamos viviendo dos experiencias muy bonitas en la iglesia universal y local. Los 180 cardenales son como la síntesis de toda la Iglesia Universal, representando a todos los pueblos, lenguas y culturas, están en discernimiento para elegir al sucesor de Pedro. La gran característica de los seguidores de Jesús es que seamos uno, como Él y el Padre son uno. Esos cardenales reunidos están indicando la unidad de la Iglesia.

Y aquí, en Medjugorje, hemos encontrado hombres y mujeres venidos de cuantas partes, de países desconocidos, lenguas que no entendemos, pero en la plaza -la explanada del altar exterior-, frente a la eucaristía, una sola comunidad, un solo pueblo, sin distinción de lenguas, razas, naciones. El signo de la unidad y la universalidad de la Iglesia. Por eso mantengamos esta actitud de estar juntos, de rezar juntos como Iglesia, de vivir, de estar en la comunidad. Y el signo grande y expresión de esta unidad es la eucaristía. Siempre que celebramos la eucaristía lo hacemos en nombre de la Iglesia universal.

Mons. Héctor Javier Pizarro Acevedo nos cuenta que ésta es su segunda vez en Medjugorje y nos comparte con alegría las dos experiencias.

Usted ya estuvo una vez en Medjugorje hace 11 años, ¿qué recuerda de esa primera visita, y qué destacaría de ésta?

Para mi es la segunda vez en Medjugorje, pero no sabría decir cuál de las dos ha sido más emocionante, porque estar aquí en Medjugorje, en la casa de la Madre, es una experiencia y una sensación que solamente se puede vivir estando aquí. Y no es lo mismo comentarlo que vivirlo.

La primera vez, en 2014, cuando llegué a Medjugorje, a la Casa San José, encontré que estaban haciendo ejercicios espirituales un grupo grande de Milán y nos unimos aquella noche en oración con ellos y la sensación fue increíble, era estar tocando el Cielo con las manos. Había un ambiente de oración muy particular y se queda uno casi en contemplación.

Bueno, en esta oportunidad hemos tenido ocasión de encontrarnos con varios personajes. Hemos visitado al padre Petar, que alegría de persona, que hombre tan amable, tan acogedor. Es aquel que habrá que manifestar los secretos cuando la Virgen lo indique. El padre Petar me ha impresionado, es formidable. Después, hemos tenido la oportunidad de estar en la casa de Patrick y Nancy. Es un testimonio de vida hacia las parejas, es lo que más me ha llamado la atención. Es un hombre converso, de fe, un hombre que cambió completamente su vida mundana, su vida de riqueza, y ahora se dedica solamente a hablar de la presencia de la Madre de Dios en este lugar.

Nos hemos encontrado con Mario, el esposo de una de las videntes, de Vicka. No ha hablado de él, no, ha hablado de todo lo que Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, ha hecho aquí en este lugar.  Es de admirar la fe que tienen los hombres aquí en Medjugorje, y lo quiero resaltar de esta manera porque en nuestro ambiente latinoamericano casi que las cosas religiosas se dejan para las mujeres. Sin embargo, aquí he visto a unos hombres en el templo, en la eucaristía, el testimonio que hemos recibido, no solamente de los franciscanos, sino de muchos varones, es verdaderamente algo que llama la atención. Doy gracias a Dios porque ha puesto a estos señores, juntamente con sus esposas, que van formando ese camino que el Señor quiere que nosotros recorramos.

Y, también hemos tenido otro encuentro fantástico, yo conocía a Mirjana solamente por los videos en la época que ella tenía mensualmente sus visiones de Nuestra Señora, pero viéndola ayer en persona me quede sorprendido. Es una mujer sencilla, acogedora, amable. Yo le pregunte a Mirjana que se siente cuando esta uno frente a la Virgen, ella dice que no hay ninguna sensación de tiempo, te pierdes en el tiempo, el encuentro puede durar tres minutos, ocho minutos, pero para el que lo está viviendo es toda una eternidad. Se escapan de la realidad de este mundo como lo hemos visto en esos videos. Me llamó muchísimo la atención el sentimiento que se produce en Mirjana cuando decía que lo más doloroso es la despedida. Ella dice que cuando termina este momento se siente llena de mucho entusiasmo y de mucho amor por Nuestra Señora, pero como con soledad y con dolor de que ya no la va a ver hasta dentro de otro tiempo después. Y decía que no podía hacer otra cosa que encerrarse en su habitación, orar, y llorar y dar las gracias a Dios por la presencia de Nuestra Señora.

¿No ha pensado en organizar en su diócesis una peregrinación a Medjugorje?

Es una pregunta comprometedora, no me atrevería a decir que puedo hacerlo fácilmente. Yo vivo en una tierra misionera dónde no es fácil la adquisición de los recursos. Pero bueno, si pudiera, si hubiese gente ahora a la que vaya y les cuente mi experiencia y que digan ‘¡Oh, nos gustaría ir a allá!’, sería el primero en estar dispuesto a volver, a retornar aquí, a Medjugorje. Sobre todo, con mi gente, para que ellos sientan también el amor de Madre, que ya lo tienen de alguna manera allá cerca en un santuario que nosotros llamamos ‘Nuestra Señora de Manare’. Pero sería un propósito que podría uno trazarse por ahí así en la cabeza, y ojalá se me diera poder volver. ¡Vendría satisfecho y con el corazón abierto!, dice mientras muestra una gran sonrisa.

Para terminar, ¿hay algo más que quisiera compartir con nosotros?

Quiero concluir diciendo solamente que tengo que dar gracias a Dios por permitirme volver a Medjugorje. Volver a Medjugorje es venir a la casa de la Madre, es experimentar el cielo aquí en la tierra y es permitirle a Dios que vaya haciendo su tarea a través del trabajo que nosotros, humildes servidores suyos, tenemos que hacer. Le pido a Dios que desde este lugar sigan saliendo muchas conversiones, para que todo aquel que ha encontrado el amor de Dios, lo pueda testimoniar delante de sus vecinos, sus familiares, sus amigos, con los que trabajan, y poder decirles: Dios no nos olvida, Dios nos ama tanto que nos perdona, nos reconcilia con Él, y quiere que estemos junto a Él. Tú que estás leyendo esto y, a lo mejor, no has tenido la oportunidad de venir a Medjugorje… ¿no te atreverías a dar ese paso de fe? Piénsalo, Dios te llama y aquí sentirás como Dios te toca el corazón y te anima para que cada día vivas mejor ese compromiso. 

Damos gracias a los obispos por su cercanía, su disponibilidad y amabilidad para con nosotros y con todas las personas con las que se han encontrado y compartido en estos días que estuvieron en Medjugorje. Les agradecemos su mensaje y su testimonio, imaginando que serán muchos los que, al haber leído la entrevista y la invitación final de venir a Medjugorje, responderán al llamado de la Gospa. ¡Gracias a Dios por todo!

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