El domingo 20 de febrero de 2.022 fue un día de gran celebración en Villa Gospa, pues recibimos el gran regalo de ser visitados por el obispo auxiliar de Barcelona, Monseñor Sergi Gordo, que antes de bendecir la preciosa imagen de Nuestra Madre María, Reina de la Paz, se dirigió a todos nosotros.

El obispo Sergi comenzó transmitiendo las felicitaciones del Cardenal Omella y del obispo Javier, así como teniendo un recuerdo especial para el obispo Toni Vadell:

“Lo primero que os quiero transmitir es la felicitación hoy del señor cardenal, Don Juan José Omella, el arzobispo de nuestra archidiócesis de Barcelona, que va dirigida a todos los que estáis aquí, y a los que no han podido asistir, pero están unidos en la oración, tanto si sois de la archidiócesis como si venís de muchas otras diócesis cercanas; formamos la familia de los hijos e hijas de Dios, y eso es lo importante. Él nos felicita.

También os felicita y os quiere el obispo Javier. Nosotros compartimos una fraternidad episcopal, rezamos juntos, compartimos también el almuerzo y la comida, cuando no estamos en salida, y comentamos la agenda episcopal que tenemos cada uno. Eso nos hace rezar por todos nuestros compromisos pastorales. Por tanto, ahí donde está uno, está también el otro. Que os sintáis también muy acompañados por vuestros pastores.

Hace una semana nos dejó el obispo Toni. Ayer hizo una semana de su muerte, pero sentimos también que ahora él nos bendice y nos ayuda, nos da también su apoyo desde el cielo. Él siempre nos insistía que tenemos que vivir enamorados del Señor”.

Seguidamente Monseñor Sergi nos habló del Amor de Dios, haciendo referencia al nombre de la Asociación, y nos transmitió palabras que nos infunden coraje:

Aquí llegamos, a Villa Gospa, y veo que pone “Casa de Amor de Dios”, es la “Asociación Amor de Dios”. Dios tiene nombre de misericordia, Dios es Amor. “Deus caritas est” decimos en latín. Es la gran encíclica del Papa emérito Benedicto XVI; nos lo recuerda siempre. Es la esencia de Dios: ser Amor. Y nosotros tenemos que ser también rostro y testimonio, -testigos-, de este amor hasta el extremo, como nos ha enseñado Jesús, que es el Verbo de Dios, el Amor de Dios encarnado, y que ha vivido ya ese amor desde el seno de María. Lo ha vivido en toda su vida oculta, y después nos lo ha transmitido, nos ha revelado que Dios nos ama, que Dios te ama, que Dios te quiere.

Y cuando rezamos el rosario, (mientras nos habéis esperado sé que lo habéis estado rezando con toda devoción), sabemos que María nos da mucho amor como madre, y María también nos pone siempre con su Hijo, porque meditamos la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. ¿Por qué? Para que seamos también nosotros su rostro ante los demás. ¿Cuántas historias de conversiones hay en Medjugorje o aquí mismo? En latín dicen “Contra facta non valent argumenta” (“Contra los hechos no valen los argumentos”). Hechos son amores y no buenas razones. Y eso nos tiene que dar mucho, mucho ánimo, mucho coraje para no desfallecer en la fe, para que la llama viva que el Señor ha encendido en cada uno de nosotros, -ya desde el bautismo-, siempre esté iluminando; hoy con los hermanos sacerdotes aquí presentes, con todas las familias que sois fieles año tras año, a encontraros para rezar, también para ese servicio a los más necesitados que muchos de vosotros también desarrolláis ahí donde estáis”.

El señor obispo ha continuado con una preciosa acción de gracias:

“Hoy es un momento para decir “Gracias, gracias”. Hoy, -día del Señor, hoy domingo-, “Gracias, Padre, por cómo nos quieres. Gracias por tanto amor. Gracias porque no somos huérfanos, porque Tú eres nuestro Padre”. Jesús diría nuestro “Abba”, en su lengua aramea, su lengua materna.

Nosotros sabemos que también tenemos una madre, la madre del cielo que vela por nosotros. Y también nosotros le decimos “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. Bendita, tú que has creído. Eres dichosa, bienaventurada”.

Y por eso podemos decir con ella “Magnificat, anima mea, Dominum”.

Cuantos motivos tenemos en nuestras vidas para darle gracias al Señor por tanto bien recibido, ¡Cuántos! El más grande, el don de la fe; el regalo que tenemos desde nuestro bautismo, hasta los que -ya de adultos- habéis tenido una experiencia única de conversión en la vida, y habéis dicho “Vale la pena seguir al Señor; vale la pena que su manera de ver sea la mía, -sea la nuestra-; vale la pena que su buena noticia del Evangelio sea proclamada contra viento y marea, aunque pueda haber incluso persecuciones; vale la pena alzar la voz y proclamar las hazañas del Señor; vale la pena no desfallecer; vale la pena, Señor, dejarme llevar sobre todo por ti, porque sin tu fuerza, sin el Espíritu del Señor, -el Espíritu del Señor, que es el Amor de Dios-, sin Él nosotros no podemos hacer nada”.

Hoy nos queremos dejar arropar por el Espíritu del Señor, que nos impulse a ser instrumentos de la paz del Señor y de su amor, de su misericordia, cuando contemplemos esta bella imagen -ya bendecida- de la Virgen María, Reina de la Paz, cuando la contemplemos con amor, que sepamos también nosotros después transmitir ese amor, que no lo haremos con nuestras propias fuerzas, que siempre son frágiles; no lo conseguiremos nosotros simplemente a fuerza de voluntarismo; lo conseguiremos con la ayuda del Señor. Lo conseguiremos con una vida de oración, como la que sé que vosotros intentáis -todos los que estamos aquí-, intentamos siempre vivir día tras día. Lo realizaremos con un camino de conversión que nos pide – con frecuencia- confesar nuestros pecados, pedir la misericordia del Señor, que Él nos absuelva, que Él nos dé una nueva oportunidad para seguirlo con generosidad, y para vivirlo con alegría”.

Que no olvidemos nunca la preciosa metáfora sobre una orquesta, que Monseñor Sergi Gordo nos explicó, y que son palabras de mucho ánimo para todos nosotros:

“Aquí hay muchos niños pequeños y hay jóvenes, y también hay personas mayores. Eso es lo bonito: que somos familia de los hijos e hijas de Dios. Y lo bonito es que formamos así la armonía de ser pueblo de Dios, fiel, santo, pueblo de Dios, que camina, que camina con María.

Hay una canción de hace muchos años que los más mayores seguro que la habéis escuchado, y a lo mejor los jóvenes también la sabéis: “Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás, contigo por el camino Santa María va”. Y le decimos “Ven con nosotros a caminar”. Seguramente ella nos diría “¿Cómo que venga con vosotros?¡ Venid vosotros conmigo! ¡Venid vosotros conmigo y caminaremos juntos, y formaremos la mejor orquesta que cantará el mejor Magnificat, la mejor sinfonía del mundo!”. Porque en cada uno de nosotros, -que es verdad que muchas veces desafinamos por nuestro pecado, por nuestras infidelidades, por nuestra incoherencia-, el Señor ha obrado también maravillas. ¿Cuándo? cuando vivimos la humillación, la humildad, el camino que nos marca Jesús en su Evangelio. Y cada uno de nosotros puede ser instrumento en manos del Señor.

Cuando vemos una orquesta, cuando se acaba una gran sinfonía y todo el mundo se pone a aplaudir, a veces el director de la orquesta pone en relieve al violinista, – que es el que ha dado el tono para que puedan ponerse a tono los diversos instrumentos musicales-. Y yo pienso: “Esa sinfonía es bella, no sólo por el violinista…, esa sinfonía es bella porque cada uno de los instrumentos ha realizado lo que tenía que hacer. A lo mejor había un triángulo de esos que hace el “cling” y solo ha actuado en un minuto, pero si ese triángulo no hubiera hecho su acción en aquel momento, o ese que estaba con un xilofón no hubiera tocado en aquel momento, resulta que la sinfonía no sería bella”.

Eso significa que cada uno de nosotros, por muy poco que podamos hacer o podamos vivir, cada uno de nosotros es imprescindible para la gran sinfonía de transmitir la alegría del Evangelio. Todos nosotros, -no solamente el que toca el violín- es importante en la orquesta, y quien nos dirige es el Señor, y saca de nosotros la mejor partitura, la mejor música… Y nuestros instrumentos, -que muchas veces desafinan-, Él es el que los pone a punto, con una vida que quiere caminar por el camino de la conversión”.

Para acabar el obispo Sergi dirigió una plegaria a nuestra Madre, Reina de la Paz:

“María, Madre de la Paz, Madre también del Amor de Dios, mira a tu pueblo que te alaba, que te reza, y danos el don de ser instrumentos de paz allí donde cada uno de nosotros vivimos; danos, Madre, también tu mirada; que sepamos mirar con tus ojos, que son los ojos de la fe; que sepamos siempre dejarnos llevar con mucha disponibilidad, -como tú te dejaste llevar- por el Espíritu del Señor, y que sepamos responder así, con la fuerza del Amor de Dios, a todos los desafíos de nuestras familias, de nuestras vidas, de nuestra Iglesia, con mucha generosidad y con mucha alegría.

Se lo pedimos a María, -se lo pedimos por intercesión de ella- y se lo pedimos así también al Señor. Le damos gracias en estos momentos, en silencio, en esta tarde de domingo y le decimos “Señor, haz que mi vida sea siempre un Magnificat. Haz, Señor, que me alegre también en ti, mi Salvador. Amén”.

Después de rezar todos juntos la oración de los fieles, el obispo Sergi Gordo bendijo la imagen de la Gospa con las siguientes palabras, con las que ha finalizó la celebración:

“Te alabamos, Señor, Dios inefable, que ante la creación del mundo constituiste a Cristo principio y fin de todas las cosas, y en tu admirable designio de bondad, uniste a Él a la Santísima Virgen, para que fuera Madre y cooperadora de tu Hijo, imagen y modelo de la Iglesia, Madre y protectora de todos nosotros. Ella es, en efecto, la mujer nueva que reparó los estragos de la antigua Eva, la excelsa hija de Sión que, -uniendo su voz de cante a los gemidos de los patriarcas-, asumió en su corazón las esperanzas del antiguo Israel; la servidora pobre y humilde de quien salió el sol de justicia, tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Padre Santo, te pedimos que tus fieles que han elaborado esta efigie de la Santísima Virgen, gocen siempre de su protección y graben en su corazón la imagen que contemplan con sus ojos; que tengan una fe inquebrantable y una firme esperanza, así como una caridad diligente y una sincera humildad; que tengan fortaleza en el sufrimiento, dignidad en la pobreza, paciencia en la adversidad, donación en la prosperidad; que trabajen por la paz y luchen por la justicia, para que después de recorrer los caminos de este mundo en el amor a ti y a los hermanos, lleguen a la ciudad permanente donde la Santísima Virgen intercede como Madre y resplandece como Reina. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”

Estamos muy agradecidos a Dios por el acompañamiento de Monseñor Sergi Girdo, de Mn. Pere Montagut,- consiliario de la Associació- y de todos los demás sacerdotes que nos acompañaron durante esta inolvidable jornada, y le pedimos al Señor, por intercesión de la Gospa, que los bendiga y los colme con todas los dones del Espíritu Santo.

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