Un sacerdote no puede ser un burócrata ni un mero administrador, “no es un patrón de la fe”, explicaba el Papa Emérito Benedicto XVI, ya que no es sacerdote a tiempo parcial, lo es siempre, con toda el alma, con todo su corazón. Este ser con Cristo y ser embajador de Cristo, este ser para los otros es una misión que penetra nuestro ser y debe siempre penetrar más en la totalidad de nuestro ser”. Esa es la razón por la que en el servicio sacerdotal es necesaria la humildad. Sin tan excelente virtud no puede renunciar a su orgullo o vanidad, no puede ceder en sus propios proyectos o conveniencia, y lo más seguro es que pierda el fervor y el rumbo verdadero de su vocación: de servir generosamente la causa del reino, y termina condicionando el reino a sí mismo.La humildad previene de exhibir una “falsa modestia”, y por amor a la voluntad de Dios, asume las equivocaciones, purga y repara los propios pecados y repara con el servicio y los sacrificios las caídas de los demás. Gracias a la humildad la verdad resplandece con claridad, ya que puede ser anunciada en su integridad, sin condicionamientos ni preferencias.
No puedo negar que al recorrer estas sentencias del sacerdocio, desde el interior, surgen en mi mente, claramente, los recuerdos del Padre Rafael. Su temperamento auténtico, en una actitud de servicio, de compromiso con la misión de la Iglesia, con un ministerio inundado de celo pastoral, de recta intención y alegre cercanía.Era evidente que el rostro del Padre Rafael, que seguramente como todo sacerdote, pasó por la experiencia del dolor, tenía sin embargo como más notorias, las marcas de la alegría. Fluye espontáneo y agradecido el latir corazón casi golpeado por el gozo de un encuentro real, tangible y espiritual con quien mucho se ama, y ese fue su encuentro con la Madre, la Gospa, la Virgen Santísima que en Medjugorje imprimió en su alma sacerdotal, las sentencias del Magníficat.El Padre Rafael, con su sonrisa, sus canciones, sus homilías y consejos de oficina y confesionario, decía y enseñaba el sentido profundo del Fiat, aprendido y pronunciado no solo con el tono de la profundidad teológica o la elocuencia de la experiencia, sino que por sobre todo, desde la gestación del corazón sacerdotal en el corazón de la Reina de la Paz. El vínculo de un hijo enlazado con su Madre, sostenido en la confianza y el abandono, sin anhelar nada que no sean los planes de la Virgen, y en ese proyecto realizarse plenamente. Nada más grande existe para la vida de un sacerdote. Y el Padre Rafael nos lo predicó hasta sus días finales con su propia vida. Extrañamos al Padre Rafael, los que le conocimos en sus últimos años. Cuanto lo extrañarán los que compartieron décadas de su ministerios. Son ellos su legado: quienes más compartieron y aprendieron de este gran y humilde sacerdote. “Un buen hijo de María se hace pequeño, para engrandecer al Hijo de Dios que le regaló a su propia Madre, para que siendo sacerdote de sus misterios, los viva a los pies de la Cruz pero sonriente, mirando con ojos de ternura, la mirada bondadosa y maternal de la Reina de la Paz. Mirándola en una oración y en una canción se fue en sus brazos el Padre Rafael”.
Pbro. Patricio Romero
Atentamente en Jesús, María y José…Padre Patricio Javier REGNUM DEI “Cuius regni non erit finis”
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