Queridos hermanos:
Reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María.
Dios no deja de llamarnos a una vida plenamente feliz -independientemente de la edad que tengamos y de las situaciones que estemos atravesando-; y en este mensaje nos recuerda a través de Nuestra Madre, la Virgen María, que es necesario tener una vida nueva para que la felicidad del cielo comience a irradiar algunos rayos de su luz en nuestros corazones aquí en la tierra.
Pero podríamos preguntarnos: ¿qué es esta vida nueva? ¿Qué es esta transformación de la cual nos habla en este mensaje la Reina de la Paz?
De ello hablo Jesús a Nicodemo en los evangelios, cuando le dijo: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3); y más adelante agrega: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu.” (Juan 3:5-6).
Con estas palabras, Jesús no hace otra cosa que invitar a Nicodemo a que se decida a abrir -no a medias, sino de par en par- su cabeza y su corazón a la gracia de Dios, a fin de que él pueda revelarle los pensamientos equivocados que anidan en su mente (incluso en cuanto a conceptos equivocados en relación con Dios y al modo en que él vivía la religión), y los sentimientos contaminantes que debía expulsar de su alma.
La propuesta o invitación que Jesús le hacía a Nicodemo, es la misma que hoy nos hace a nosotros -dos mil años después-, a través de la Gospa en éste y en otros muchos mensajes.
Uno de los grandes peligros que corremos los sacerdotes, las religiosas, los laicos activos en la evangelización -y de los cuales los “medjugorianos” no estamos exentos- es no darnos cuenta cuando tenemos que cambiar de mentalidad; es el peligro del adormecimiento espiritual o acostumbramiento que nos lleva a no permitirle al Espíritu Santo que renueve nuestra mente y nuestro modo de ver la vida.
En ocasiones se puede participar de manera activa en la Iglesia, e incluso animar o coordinar grupos de oración, organizar peregrinaciones u otras actividades religiosas, pero sin permitirle a Dios que entre en alguna de las “habitaciones” (áreas) de nuestras vidas.
Dejamos que Jesús y María Reina entren en casi todas las “habitaciones” de nuestro vivir cotidiano, pero hay una morada, un espacio, un lugar donde yo soy el rey y no le permito a Dios que entre, tal vez por miedo a que él cambie demasiado las cosas.
El no renovarse, en definitiva, es un problema de fe; es no confiar plenamente en Dios y en que aquello que él me pida será lo mejor para mí, para mis seres queridos y para la extensión de su Reino.
Lamentablemente, en la Iglesia hay demasiados hombres y mujeres que no se dejan renovar y transformar a fondo por el Espíritu Santo, pues no le entregan la corona a la Reina y al Rey de Reyes, y eso les impide a esos católicos tener una paz más profunda, una alegría duradera y abrirse a las bendiciones de Dios que podrían transformar a muchos miembros de sus familias y a amplios espacios en sus comunidades eclesiales.
¿Qué te parece si en este tiempo, en que nuestro corazón se va preparando para la fiesta de San José y para el inicio de la Cuaresma, nos tomamos un tiempo cada día para pedirles a la Virgen Santísima y a Dios que nos muestren qué cambios debemos hacer en nuestro modo de pensar, de sentir, de hablar y de obrar (sin dejar de lado u olvidar los pecados de omisión), a fin de que la vida nueva de la cual nos habla la Reina de la Paz en el mensaje de este mes, pueda finalmente comenzar a nacer en nosotros, desarrollarse e impulsarnos a la madurez espiritual?
Te abrazo en los corazones de Jesús y de María, pidiéndole a nuestro Buen Dios que te bendiga. Y yo me encomiendo a tus oraciones, pidiéndote también por los ocho jóvenes que acaban de ingresar en nuestro seminario de la Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz, para recorrer la etapa de discernimiento vocacional.
Padre Gustavo Jamut
Oblato de la Virgen María
http://www.mensajerodelapaz.org.ar/
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