“¡Queridos hijos! Los miro”: ¡Qué hermoso es saber que la mirada de la Madre está puesta sobre cada uno de nosotros, para protegernos, cuidarnos y guiarnos! Por lo cual, un modo de orar que hace muy bien a nuestro espíritu es buscar cada día y frecuentemente los ojos de María y quedarnos sumergidos en el océano misericordioso de su mirada.
“Doy gracias a Dios por cada uno de ustedes”: Si alguien tiene baja la autoestima, le basta leer frecuentemente estas palabras de Nuestra Señora y dejarse inundar por la alegría que fluye del Corazón Inmaculado de la Virgen. Y esto hasta el punto de que la Gospa le da gracias a Dios por poder llegar hasta ti, hasta mí y hasta cada uno de aquellos hombres y mujeres que leemos y queremos vivir sus mensajes; y de manera particular las enseñanzas de Jesús su Hijo amado.
“Él me ha permitido estar todavía con ustedes, para animarlos a la santidad”: El motivo de esta alegre gratitud de la Virgen es porque Dios le permite venir a visitarnos. Sin embargo yo pienso que María no se está refiriendo solo a las apariciones que tienen los videntes de Medjugorje, sino en qué -de manera invisible y misteriosa, pero real- ella siempre nos acompaña a cada uno de nosotros, con el fin de animarnos a no tenerle miedo a la conversión, y de todo aquello que nos impide avanzar en el cumplimiento de la voluntad de Dios para así alcanzar la santidad.
“Hijitos, la paz está deteriorada y Satanás quiere la tribulación”: La Virgen nos habla de la triste realidad que vive el mundo, y de cómo Satanás trabaja continuamente para generar guerras y tribulaciones. Pero a mi entender, no sólo se refiere a la guerra entre Rusia y Ucrania, o a la violencia e inseguridad que se vive en algunos países agitados de manera particular por el comunismo y por diversas ideologías que han sacado a Dios del centro de la vida del ser humano en nuestros tiempos. Debemos preguntarnos ¿cuántas veces nosotros mismos dejamos que se deteriore la paz en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestros ámbitos de estudio o de trabajo, en nuestros vecindarios y en nuestras comunidades?. Cuando no trabajamos en construir la unidad, entonces corremos el riesgo de dejar puertas abiertas para que Satanás entre a deteriorar la paz. Es algo que debemos convertir y evitar a toda costa. Es como dice el Gaucho Martín Fierro, en la obra del escritor José Hernández: “Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”. Y recordemos especialmente las palabras de Jesús: “En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros”.
De aquí que nuestra Madre nos pide -y casi me animaría a decir que nos suplica-: “Por lo tanto, que su oración sea aún más fuerte a fin de que todo espíritu impuro de división y de guerra sea silenciado. Sean constructores de paz”.
Si leemos este mensaje, pero luego no nos comprometemos en superar todo espíritu diabólico de división, ya sea nuestro modo de pensar de los demás, en lo que hablamos y decimos de los otros, y sobre todo con nuestras acciones, entonces tenemos un grave problema. Precisamente los fariseos a quienes Jesús le reprocha que conocen todas las leyes pero que no las viven, es lo que él define como hipocresía, pues dicen una cosa y hacen otra (Referencia Mateo 23).
Una parte importante de nuestra vocación cristiana consiste en orar por liberación de todo espíritu de división y de guerra, pero no sólo en los demás, sino en primer lugar en nuestros corazones y mentes. Entonces: “la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, guardará sus corazones” (Filip. 4:7).
Padre Gustavo E. Jamut, omv
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