Querido/a hermano/a:
Hoy volvemos a encontrarnos por este medio, para reflexionar en el Mensaje que nos regala este 25 de noviembre, la Reina de la Paz.
“Queridos hijos, también hoy los invito a volver a la oración
¿Por qué la Reina de la Paz nos invita a regresar a la oración? Ella, que todo lo ve, quiere que estemos atentos, pues tal vez hemos perdido la intimidad espiritual, que en otros momentos hemos tenido con Dios.
Si uno viaja en un automóvil, el “volver” puede significar que uno se ha desorientado, y tiene que regresar a parámetros conocidos para redireccionar algunos aspectos de la vida.
“Volver” es reconocer que debemos revisar si nuestra oración está siendo agradable a Dios. Y esto sucede cuando oramos con el corazón, guiados por el Espíritu Santo, del modo en que nos enseña el Catecismo de la Iglesia: “El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.” (CIC 2672).
En realidad la actitud fundamental del cristiano es volver a pasar por el corazón -en un clima de reflexión y discernimiento- los propios pensamientos, sentimientos y actitudes, buscando siempre lo que más agrada a Dios. Por eso, se hace necesario no solo volver a la oración, sino especialmente: “Orar la vida”, pasando nuestro pasado, presente y futuro, por las manos y el corazón de Nuestra Madre, a fin de que Ella nos confirme en aquello que estamos bien orientados, y también aquello en lo que necesitamos reorientación.
“En este tiempo de gracia, Dios me ha permitido que os guíe hacia la santidad y hacia una vida sencilla, para que en las pequeñas cosas descubráis a Dios Creador”
El Adviento es un tiempo de gracia, ya que durante estas semanas se pueden recibir gracias particulares de parte de Dios.
Es un tiempo para ponernos en camino hacia el interior del Belén de nuestro corazón, así como también hacia el Belén de nuestros hermanos que sufren y a quienes podemos ayudar en los pobres, enfermos y que necesitan la experiencia del amor de Dios.
En este viaje interior, en este diario peregrinar, la Reina de la Paz se ofrece a guiarnos; Ella con sus Mensajes y su vida plasmada en los Evangelios, quiere ayudarnos a redireccionar nuestros pensamientos, palabras, decisiones y acciones, hacia la verdadera santidad, para no quedar estancados en una santidad artificial, a la que yo llamo de “cuello torcido” o “pseudosantidad de cara de estampita”, sino a la santidad real que Ella vivió en la tierra, llevando una vida sencilla, percibiendo la presencia de Dios Creador en todas las cosas, especialmente en quienes le rodeaban, sirviendo con desinterés, a todos.
¡Qué enorme consonancia y sintonía existen entre los Mensajes de la Reina de la Paz y lo que nos enseña nuestra Madre la Iglesia!. Basta mirar las siguientes palabras del Catecismo: “Desde el sí dado por la fe en la Anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, “que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias” (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María “muestra el Camino” [Odighitria], es su Signo, según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.” (CIC 2674).
Debo confesar que, uno de los elementos que -hace aproximadamente veinte años- me hizo aceptar las apariciones de María en Medjugorje, y creer en su veracidad, ha sido la total concordancia con el Magisterio de la Iglesia, además de muchos otros motivos que he podido discernir.
Por eso, un autentico discípulo de Jesús y de María, peregrina en esta vida, amando la Iglesia, al Papa y a los pastores, y trabajando en “koinonia” (comunión) con ellos, así como también con los laicos que forman parte de los diversos movimientos y grupos eclesiales.
A mi entender, el autentico “Medjugorjano”, es un hombre -o una mujer- que crea vínculos de unidad en la Iglesia y en el resto de la sociedad, que sirve con humildad y alegría, reconociendo que es mucho más lo que nos une que aquello que nos separa, ya que como decía San Juan Pablo II, tenemos una humanidad compartida.
Para no hacer tan larga esta reflexión, aunque como dice un refrán, “aun habría tela para varios vestidos más”, te propongo finalizar con algunos propósitos para este tiempo de Adviento, nutriéndonos de este Mensaje de la Gozpa.
Ahí va el intento:
“Volver a la oración”, hecha con el corazón y que nos lleve a un mayor discernimiento de nuestra vida.
“En este tiempo de gracia” .Ver el Adviento como un período de gracia; por lo tanto aprovechar mejor el tiempo, las gracias y las oportunidades que Dios nos ofrece para crecer espiritualmente, haciendo el bien a los demás.
“Dios me ha permitido que los guíe hacia la santidad y hacia una vida sencilla, para que en las pequeñas cosas descubráis a Dios Creador”. Reflexionar si realmente me dejo conducir por el Espíritu Santo y por el amor de la Madre, o si por el contrario, hay en mí, resabios de rebeldía adolescente.
Reflexionar si llevo una vida sencilla, o si mis pensamientos y emociones son muy enrevesados y enredados, si tengo una personalidad complicada que me lleva a hacer a los demás la vida difícil en algún aspecto. Si es así necesito pedirle a la Virgen que me conceda un corazón sencillo como el suyo.
Reflexionar si he desarrollado -como la Virgen María- la capacidad para encontrar a Dios Creador, en las pequeñas cosas cotidianas y en cada persona junto a mí, e incluso a aquellos que encuentro ocasionalmente.
“Os enamoréis de Él y vuestra vida sea un agradecimiento al Altísimo por todo lo que Él os da”. En este tiempo de Adviento, pidamos a la Reina de la Paz que interceda por cada pastor, por cada creyente y por quienes aun no han tenido la experiencia del amor de Dios, para que el Espíritu Santo encienda en todos nosotros una hoguera gigante de amor y de gratitud al Señor, que se transforme en un testimonio de vida, que aun sin palabras, lleve a muchos a buscar el rostro de Dios, y a descansar en su misericordia.
Te envío un fuerte abrazo, te doy la Bendición sacerdotal, y te pido que reces por mí y por mi Comunidad.
P. Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María