“Lo más grande de todo es el amor” 1º Cor. 13,13
En una ocasión, una de las videntes le preguntó a la Gospa: “Virgen mía, ¿por qué eres tan bella?”. La respuesta de la Gospa fue: “Yo soy bella porque amo. Si quieren ser bellos, amen y no tendrán tanta necesidad del espejo”.
Nuestra Madre en sus mensajes, nos habla constantemente acerca del camino que debemos recorrer para crecer cada día en el amor, venciendo en nuestra mente, en nuestros corazones, palabras y obras, las tentaciones diabólicas de la envidia y del odio.
Cuando los obispos de América Latina y el Caribe se reunieron en la V Conferencia en Aparecida, del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, el lema que predominó en el documento final fue: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Y el amor fue el eje transversal de ese documento con orientaciones dirigidas a los católicos de América Latina.
Es en esa dirección que necesitamos comprender como el ser discípulo significa, tomarnos el tiempo necesario para sentarnos a los pies del Maestro y aprender (y también aprehender) de él todo aquello que tiene para transmitirnos y enseñarnos. Y siendo que “Dios es amor” (1 Jn. 4,16), ésta es la primera y fundamental enseñanza que debemos incorporar en todas las áreas de nuestra vida.
La escuela de María, es efectivamente una escuela de amor que debe liberarnos de prejuicios hacia los hermanos, y de toda emoción, acción u omisión negativa que pudiese generar rivalidad y división.
Solo tomando conciencia de la necesidad que tenemos de recibir frecuentes efusiones del Amor Divino, anhelando y abriéndonos a esa poderosa presencia y acción Divina, recién allí podremos ser misioneros del amor de Dios y auténticos mensajeros de la Gospa. Por eso, Aparecida nos recuerda que todos los cristianos tenemos la apremiante misión de manifestar a todo el mundo, el inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos. (D.A.348). Y nos alienta para que anunciemos a nuestros pueblos que Dios nos ama (D.A. 29).
Y es en esa misma línea que Nuestra Madre en este mensaje nos pide: “que Jesús pueda nacer en ustedes y les dé Su amor y Su bendición”.
En este sentido también puede sernos de gran ayuda el capítulo trece de la primera carta que el apóstol San Pablo dirigió a la comunidad de Corinto en la cual fue enumerando las características del amor.
Pero también es cierto que al leer estas enseñanzas de 1º Corintios 13, nos sucede algo similar que cuando leemos los mensajes de la Virgen, ya que no podemos dejar de sentir un cierto escozor e incomodidad, pues seguramente ante su maravillosa enseñanza sobre las características del amor, todos constatamos que en uno o en varios de esos puntos estamos “haciendo agua”, pues al ponernos ante el espejo de este texto para mirarnos a nosotros mismos, podremos verificar que aun estamos bien lejos de haber incorporado y desarrollado en nuestras vidas algunas de esas características o facetas de la caridad.
Al leer y meditar los mensajes de la Reina de la Paz, seguramente tomaremos mayor conciencia de lo poco y mal que nos amamos a nosotros mismos, a nuestros prójimos e incluso a Dios.
Sin embargo, esto no ha de ser un motivo para desanimarnos y caer en la tentación del desaliento, sino para decirle a Dios: “con la ayuda de tu gracia, quiero desde hoy comenzar a abrirme aún más al verdadero amor, como lo hizo María”.
Efectivamente, el ver y reconocer nuestras distorsiones respecto a la caridad, no es para sentirnos culpables e indignos, sino para confrontar las propias sombras y carencias, y para aprender de nuestros errores, reconociendo nuestras limitaciones, disponiéndonos para recibir una efusión abundante del amor de Dios. Pues la Virgen María y Dios tienen el poder de sanar las heridas que nos impiden amar sanamente. Ellos tienen la delicadeza suficiente para sellar las grietas por donde se escapa el amor que recibimos de parte de ellos y de nuestros prójimos y que deberíamos encauzar hacia los demás. Jesús y María pueden hacer nuevas todas las cosas, especialmente nuestro nivel afectivo, lo que comúnmente llamamos el “corazón”.
Sin lugar a dudas, cada vez que leemos y oramos con el corazón los mensajes de la Gospa, Ella nos irá dando una vida más imbuida de su amor y, por lo tanto, de su deseo de amar en los acontecimientos simples y en lo cotidiano, de modo tal que con amor podamos tener en nosotros vida plena y abundante.
Jesús, que es el amor y fuente de la verdadera caridad, nos recuerda: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10); y esa vida en abundancia sólo podremos tenerla si oramos y trabajamos para que el amor y la paz de Dios reine en nuestros corazones, en nuestras familias y en nuestras comunidades.
Que la Reina de la Paz nos guíe en nuestra peregrinación diaria y en el desarrollo de la virtud de la caridad, a fin de que podamos experimentar cómo descubriendo cada día más el verdadero amor -y viviendo en clave de un amor en continua expansión-, lleguemos a gustar como añadidura, y cada vez más, la felicidad de estar vivos.
“El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente.
El alma dura en su amor propio se endurece.
Si tú en tu amor, ¡oh buen Jesús! no suavizas el alma, siempre perseverará en su natural dureza.
A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición.”
San Juan de La Cruz
Oración del alma enamorada nsº 29-31 y 60
Padre Gustavo E. Jamut, omv
http://www.mensajerodelapaz.org.ar/
http://www.peregrinosenlafe.com.ar/