“Hijos, os miro y os invito”
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» (Lc. 2, 29-32)
Recordemos, a partir del Nunc Dimitis de Simeón, que el carisma de profeta, que junto con el del sacerdocio y el de rey, forman parte de la vocación bautismal, y que debe ser vivido con suma intensidad, también en sus consecuencias, por quienes son llamados ministerialmente y de modo ontológico, a la configuración con Cristo, a través del carácter sacerdotal.
La afirmación que hace el anciano Simeon es sumamente iluminadora, para comprender la esencia de la realización en la vida de un sacerdote.
Simeon es un hombre justo, que tiene toda su vida ya consumada, entregada, lejos de toda relevancia mundana y plenamente guiado por la fe, la esperanza y la caridad.
Estas tres virtudes, nos muestran el horizonte donde debe recogerse el corazón sacerdotal. No es precisamente en las seguridades humanas, desde donde esta llamado a realizar las obras en nombre del Señor, sino que debe colocar toda su capacidad, y también sus limitaciones, consagradas plenamente para el Señor, confiando en los dones divinos y en los méritos de Cristo, que ejerce eficazmente su inmolación por amor al Padre y a las almas.
“Regresad a Dios porque Él es amor y por amor”
Así como el conjunto de las acciones y omisiones que tiene cualquier ser humano, dan a conocer lo que piensa y lo que quiere; así también los frutos de la acción apostólica de un sacerdote, dependen del soporte de su corazón, ya que aunque se sostenga en una estructura fuerte y organizada, sino vibra apasionadamente en la Caridad y amor del Espíritu Santo, será solo el entusiasmo humano, conveniente, y oportuno por un “servicio” a cambio de algo, incluso descartando una retribución material, pero que son igual “fuertes cadenas de esclavitud”, como la búsqueda de admiración y de reconocimientos, los que son anhelos vacíos, destinados a sucumbir con el paso del tiempo.
Este drama puede ocurrir también en el corazón de un sacerdote, mientras viva solo de las rentas de un apego limitado y desordenado a lo meramente humano, y que no ha sido purificado ni consagrado por la gracia del Señor.
“Decidíos por la santidad y la alegría reinará”
Hay que convencerse de que, solo los corazones inflamados por el fuego del amor Divino, pueden plenificarse en el gozo de la donación gratuita y misericordiosa, como Cristo, que se entrega por quienes en cambio, lo desprecian y olvidan. El Señor es compasivo y generoso hasta el extremo.
Y muchos se preguntarán, si acaso no merecen algún tipo de retribución humana, aunque sea noble y recta, como el aprecio o la gratitud. Y es muy probable, que según las estructuras honestan de la vida temporal, merezcan el honor del agradecimiento de los demás, sin embargo debe llamarnos la atención esa realización plena, expresada por el ejemplo de Simeón, el anciano del templo que dice que ya “puede morir en paz”, por que ya ha visto al Salvador y Luz de las naciones (Lc. 2, 29). Nada más pide y nada más necesita, porque ya ha visto, recibido y palpado todo lo que puede anhelar el corazón humano: ve la luz y la gloria del Señor, en los brazos de la Madre, cuyo Corazón también se inmolará por amor a la voluntad de Dios.
Esto nos dice que para tener la alegría de sentirnos plenos, no basta solo con tener un corazón “justo” según los criterios humanos, sino que debe ser “justo” según el plan de salvación, que es anhelar, como Simeón, ver la luz para iluminar a las naciones. El anhelo imperante para un corazón sacerdotal, que todo corazón humano, contemple, abrace y se nutra del amor de Cristo, que se hace pequeño y frágil, para aproximarse cotidianamente a nosotros y a todos “aquellos que no han conocido al Dios del amor”.
Ahí esta la importancia de la oración, que nos da la capacidad de ir más allá de nuestros afanes temporales, y llegar a las eficacias del cielo. Hay que orar pero con el corazón. Eso nos enseña María que conserva todo en su corazón Inmaculado. No solo con el conocimiento racional y con estructuras, se construyen las bases para llegar a los planes de la Madre del Redentor. Nada será consistente, si antes no esta ardiendo de celo nuestro propio corazón, por el Reino del Corazón del Señor. Si no anhelamos ese advenimiento, ningún apostolado tiene sentido ni consistencia. La Reina de la Paz nos ofrece su Corazón materno para enamorarnos de lo que Ella ama y anhela. El Reinado interno y externo de su Hijo y nuestro Señor. Y ese amor de Dios, entonces, será lo que abunda en el corazón, y lo que determinará nuestras decisiones más afortunadas.
Y esto exige la humildad y la modestia del trabajo abnegado, permanente, no ocasional, del esfuerzo en lo pequeño y modesto, en el hogar, en la oficina, en las calles. Pero para que se ame lo pequeño, se necesita amar al que se hizo pequeño y que está en el Sagrario.
Con esa disposición escucharemos y responderemos con humildad y alegría, al Mensaje de nuestra Madre que dice: “Deseo que seáis oración”
Un sacerdote y toda alma necesita de la oración del Corazón. Necesita de horas ante el Sagrario, en el diálogo solitario entre Dios, donde el silencio se transforma en un idioma de amor, de alabanza, de suplica de perdón y de gratitud. Todo lo que necesita un corazón sacerdotal, y el de todos nosotros, se encuentra ante el Sagrario, en la oración.
Es deber de todos los fieles velar para que los sacerdotes oren y recen. Muchas veces las almas reclaman tiempo para ellas, lo que es muy entendible y necesario, pero hay un error en no reclamar el tiempo tanto de los sacerdotes, como de todos nosotros para el Señor, por que solo en la medida que estemos volcados a la luz, nuestras palabras, gestos y acciones serán iluminadoras. Reclamen tiempo para el Señor, de parte de sus propias familias y de ustedes mismos, así como de parte de sus sacerdotes, y así nos regalaremos un tiempo adecuado, edificante, redentor y lleno de misericordia de los unos a los otros. Sino, solo será un tiempo estratégico para una eficiencia superficial, competitiva y pasajera.
Dice San Juan Bosco: «Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los intereses de Dios y por la salvación de las almas. Sacerdote quiere decir ministro de Dios y no negociante. El sacerdote debe trabajar por la salvación de muchas almas y no en pensar que marchen bien sus asuntos temporales”.
Oremos finalmente con las palabras del Padre Slavko Barbaric: Señor, “Bendice a todos los consagrados para que puedan ser un ejemplo para los demás. Bendice a los sacerdotes, a todos los religiosos y religiosas, a todos los catequistas. Que todos ellos se decidan verdaderamente por la oración y de ese modo, que Tu Iglesia entera se convierta en Iglesia orante. A través del Espíritu Santo, abre nuestros corazones para que estemos dispuestos a aceptar Tu ayuda. Padre, bendice a todas las familias y a todos los grupos de oración y bendice a Tu Iglesia entera, a fin de que durante este tiempo seamos capaces de emprender el camino a la santidad junto con María. Te damos gracias, oh Padre, por el amor que muestras hacia nosotros. Seas alabado, oh Padre, con Tu Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. Amén.” (Agosto 29 de 1997)
Atentamente Pbro. Patricio Romero (Chile)