En muchos mensajes la Bienaventurada Virgen María nos ha advertido sobre la importancia de sus palabras que nos dirige durante estos años de apariciones. Nos ha dicho: “¡Queridos hijos! Ustedes no están conscientes de los mensajes que les doy” (15.11.1984). “Vivan, acepten y escuchen mis mensajes” (21.03.1985). “Los invito a vivir con humildad todos los mensajes que les estoy dando” (20.09.1985). “Renueven los mensajes que les estoy dando” (26.09.1985). “Si viven los mensajes vivirán también la semilla de la santidad” (10.10.1985). “Los invito a vivir diariamente los mensajes que les doy, deseo acercarlos más al Corazón de Jesús” (25.10.1988). “Lean cada día los mensajes que les he dado y transfórmenlos en vida” (25.12.1989). “Vivan mis mensajes y pongan en vida cada palabra que les doy” (25.06.2002).
Los mensajes de la Virgen no son otra cosa que los Evangelios pronunciados con palabras simples y con un corazón materno. Esas palabras pueden ser comprendidas por todos. Es seguro que María piensa seriamente, no desea jugar con nuestras vidas.
La santidad es algo que la Madre María desea que alcancemos y vivamos diariamente. La Madre desea lo mejor para sus hijos. En el mensaje del 25.05.1987 dice: “Quiero que cada uno sea feliz aquí en la tierra y que esté conmigo en el Cielo.” Es seguro que no ha venido a robarnos algo ni a quitarnos las alegrías de la vida. Ella sabe bien que solamente con Dios podemos ser felices ya en la Tierra. Ella está llena de gracia porque está llena de Dios, quien Ella nos da y a quien nos conduce.
San Pablo nos dice: “Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor." (Fil 3,20). La Madre Celestial María, en este mensaje, desea orientar nuestros corazones, hablándonos que pensemos en el Cielo. Al Cielo y al Paraíso se entra hoy, aquí en la tierra decidimos a qué lugar dirigirnos. Aquí decidimos si confiar en Dios y entregar todas nuestras preocupaciones a El, o estar angustiados y preocupados.
La experiencia nos habla que hay muchas cosas que quitan la paz al hombre. Son muchas las causas de la intranquilidad. La preocupación, la prisa, la intemperancia, la no aceptación de nosotros mismos y de las situaciones de la vida, son sólo algunas de las causas de la falta de paz. María conoce bien nuestros temores, ansiedades y angustias. Por eso se dirige a nosotros con este mensaje como madre.
“Encomienda tus caminos al Señor, confía en él, que él obrará.” (Sal 37,5).
Ese es el camino para llegar a la paz que Jesús nos da. El nos dice: “No anden preocupados, fíjense en las aves del cielo y en las flores del campo. El Padre del Cielo, Padre de ustedes, saben que necesitan todo eso” (ver Mt 6). Es seguro que debemos hacer todo lo que está en nuestro poder, y entonces, entregarse a Dios con toda confianza. María nos ha hablado tantas veces y toda la tradición cristiana habla acerca de los medios para conseguir la paz. Ellos son la oración y el ayuno. Ellos sirven no sólo para que los demás piensen que soy bueno. El objetivo de la oración es encontrar un espacio interior en que el hombre puede estar solo con Dios. En nosotros existe un lugar de silencio en que Dios reina. Es el Reino de Dios en nosotros. En ese espacio cesan las angustias. Cuando alcanzo la paz, y llego a Dios en mi propio corazón, entonces no debo preocuparme de satisfacer las expectativas de la gente. La gente con sus expectativas y juicios no tienen acceso a ese espacio en que Dios habita en mí. Dios representa verdaderamente una liberación de las preocupaciones que afectan al hombre. Que las palabras del mensaje de la Virgen nos conduzcan, también hoy, a la experiencia de la paz, al encuentro con Dios.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.05.2006