La Bienaventurada Virgen María comienza su mensaje maternal de este mes con las palabras: “¡Animo hijitos!” La Madre quiere alentar, despertar e impulsar a sus hijos por el camino de la santidad. Como lo dice en su mensaje: “Queridos hijos, he venido a ayudarlos porque ustedes no pueden solos.” María está llena de gracia y desea lo mejor para sus hijos, y eso es la santidad.
Todos en la Iglesia son llamados a la santidad. Nuestro difunto Santo Padre, Juan Pablo II, destacaba lo siguiente: “No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad. Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial”. La Beata Madre Teresa decía: “Recemos unos por otros, para que crezcamos en santidad, porque la santidad no es un lujo de los menos, sino un simple deber para ustedes y para mí”. El ideal de la santidad cristiana no es una suerte de vida extraordinaria que pueden vivir solamente algunos “gigantes” de la santidad. Desear llegar a ser santo significa ser cada vez más parecido a la persona que amamos. El hombre se convierte en el ideal que está ante él. Nosotros tenemos a la más hermosa, más santa y más pura Madre, la Virgen María.
Ella es Bienaventurada por haber creído. Su más grande gloria es de no tener nada propio, no conservó nada de su “yo”, con lo que podía haberse glorificado en algo por mérito propio. Ella no puso algún impedimento a la gracia de Dios ni se resistió al amor y a la voluntad de Dios. Estaba libre de todo rastro de egoísmo que podía oscurecer la luz de Dios en su corazón. María está libre de todo pecado, pura como el vidrio limpio de una ventana que no tiene otra tarea más que dejar pasar la luz del sol.
Precisamente, con esa luz de Dios, a través de sus apariciones y de su cercanía, aquí desea iluminar cada corazón, estimular y conducir a cada corazón por el camino de la santidad.
Para que un hombre pueda ir a otro lugar, es necesario que abandone el lugar en que se encuentra. Por eso nos dice que renunciemos al pecado y a todo lo que nos encadena. Tener el valor de decir No al pecado y Sí a Dios.
Jesús padeció por nosotros, fue tentado, torturado y asesinado. Por nosotros eligió ese camino de salvación. Lo hizo todo por nosotros pero no en vez de nosotros. No quiere y no desea en vez de nosotros tomar la decisión sobre nuestra eternidad. Nos envía Su y nuestra madre a fin de que nos decidamos por la vida y no por la muerte.
Dios tiene la solución también para los más grandes dolores y padecimientos. Eso lo testimonia a nosotros la Virgen María y nos alienta a no abandonar jamás la oración como un medio que nos protegerá en el camino hacia la salvación, y que nos ayudará a no perdernos.
Gracias, María, por la seguridad que infundes en nuestros corazones inseguros. Gracias porque nos traes a Jesús y nos conduces a El.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.03.2006