Han transcurrido veinticinco años de apariciones de la Virgen, de cercanía y de amor de la Virgen María. Veinticinco años de gracias y del Cielo abierto en este lugar. En nuestro corazón espontáneamente surge el clamor de Santa Isabel: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”
En sus mensajes anteriores la Virgen dice: “Dios me ha permitido estar tanto tiempo con ustedes.” “Yo permaneceré con ustedes hasta que el Todopoderoso me lo permita.” “He venido a ayudarlos porque ustedes no pueden solos.” La Madre desea ayudar a sus hijos. Ella no nos invita solamente a la conversión. Ella, nuestra Madre, nos invita a aceptar que Ella misma nos conduzca a Jesús, fuente de redención.
Amar a la Virgen María, creerle a Ella, significa regresar de nuevo a los pies de la cruz de Su Hijo. Eso significa llegar a la fuente de la gracia y de la redención. Eso significa experimentar y vivir la autenticidad de las palabras de Jesús: “"El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí". Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva.” (Jn 7,37-38). Los ríos de agua viva del Corazón de Jesús fluyeron y lavaron muchos corazones arrepentidos en los Sacramentos de la Santa Confesión y de la Eucaristía aquí en Medjugorje. Podemos sentirnos agradecidos por todas las gracias que provienen del Señor y de María, que viene a visitarnos.
La Bienaventurada Virgen María en el aniversario número veinticinco de sus apariciones viene con gran alegría en su corazón. Viene de la gloria y de la plenitud de la vida a las cuales desea conducirnos como Madre. La Madre agradece por todas las oraciones a todos quienes creyeron en Ella y la aceptaron como su Madre e intercesora en el camino de la vida.
“No se arrepentirán” – nos dice María. Ella nunca ha engañado a nadie y nadie se ha sentido defraudado al confiar en Ella, ni quien ha recurrido a Ella con confianza en alguna necesidad. Ella no ha venido a engañar a nadie ni a privarnos de las alegrías de la vida. Solamente con Dios podemos vivir la plenitud y la alegría de vivir. Dios no ha defraudado a nadie. Nos premiará no sólo después de la muerte sino también hoy, aquí en la tierra.
La Virgen María agradece a todos aquellos que aceptaron sus mensajes. Eso quiere decir a todos aquellos que pusieron en práctica lo que nos dice. Lamentablemente sucede que escuchamos las palabras pero no las ponemos en vida. Es como tener una semilla y no sembrarla en la tierra, conservándola en el bolsillo. Eso también sucede con las palabras que Jesús nos dice. Escuchamos las palabras pero no las transformamos en vida. Por eso María en muchos mensajes nos dice: “Vivan mis mensajes; testimónienlos con sus vidas; pónganlos en práctica; transfórmenlos en vida.” Si eso no sucede, entonces somos similares a aquel hombre del cual Jesús nos habla en el Evangelio. “Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.” (Mt 7, 26-27). Eso mismo sucede con las palabras de los mensajes que la Virgen María aquí nos dirige. Y sus mensajes son el Evangelio expresados con el corazón y con palabras simples y maternales. Acerquémonos con fe y con amor a María a fin de que la casa de nuestra vida esté construida en la roca.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.06.2006